Casa Rorty VI. El mal votar (reprise)

El aspecto sustantivo del buen votar plantea un problema evidente: ยฟquรฉ es eso de los โ€œintereses generales de la sociedadโ€?
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Dediquรฉ la รบltima entrada de este blog al problema del voto: a responder la pregunta de si tiene sentido decir que puede votarse mal y, por tanto, cabe tambiรฉn hacerlo bien. O si, por el contrario, el voto posee un valor inherente como acto cรญvico mediante el que se expresa el compromiso del votante con el sistema democrรกtico y, por lo tanto, siempre se vota bien; no se puede votar mal. ยกNi queriendo! Quien diga lo contrario estรก faltando al respeto de los votantes: dejemos que cada uno exprese sus preferencias polรญticas a travรฉs de la papeleta sin afearle su decisiรณn.

Mi tesis era โ€“esโ€“ que se puede votar bien, igual que se puede votar mal. Y proponรญa dos criterios que permiten diferenciar el buen voto del mal voto; o, mejor dicho, el buen votar del mal votar. Por un lado, hay un aspecto procedimental que se refiere al trabajo interior del votante: votarรก bien aquel que medite su voto sin vincularse incondicionalmente a ningunas siglas particulares. El segundo aspecto es sustantivo: vota bien quien pone los intereses generales de su sociedad por delante del รฉxito coyuntural de un partido o de la realizaciรณn de fines ideolรณgicos particulares. Quien quiera saber cรณmo lleguรฉ a esa conclusiรณn, no tiene mรกs que consultar la entrada anterior del blog.

En cualquier caso, recibรญ algunas objeciones que merecen consideraciรณn. Y, como estamos a pocas semanas de unas elecciones generales, merece la pena continuar la reflexiรณn abierta hace un mes a fin de responder a esas crรญticas y, con ello, matizar mis argumentos.

En primer lugar, el aspecto sustantivo del buen votar plantea un problema evidente: ยฟquรฉ es eso de los โ€œintereses generales de la sociedadโ€? ยฟEs que existen los โ€œintereses generalesโ€, definidos como aquellos que son comunes a todos y deben anteponerse a los intereses particulares de los miembros de la sociedad? ยฟEs que el votante puede aprehender esos โ€œintereses generalesโ€ como algo desvinculado de su particular cosmovisiรณn ideolรณgica? Cuidado con los intereses generales; pueden llegar a serlo tanto que terminan por no ser de nadie.

A decir verdad, de los intereses generales de una sociedad puede decirse a la vez que existen y no existen. Por ejemplo: estรก en el interรฉs de todos que una sociedad sea rica en vez de pobre. Y nadie o casi nadie desearรญa vivir en una sociedad con un grado extremo de desigualdad, donde no funcionasen los servicios pรบblicos, se encarcelase a los periodistas cuando critican al gobierno o se tolerara la explotaciรณn infantil. Por eso decรญa yo el mes pasado que el grado de cumplimiento de esos intereses generales puede conocerse recurriendo a indicadores objetivos que se derivan del anรกlisis empรญrico de la realidad: del PIB per cรกpita al รญndice de Gini, pasando por el tiempo de espera para visitar al mรฉdico especialista o el que tardamos en que se celebre un juicio que nos concierne, sin olvidarnos del grado de respeto a los derechos individuales o la transparencia del gobierno. No creo que sea disparatado afirmar que conviene a casi todos vivir en un paรญs que persigue de manera eficiente su propio bienestar; como conviene a casi todos disfrutar de una democracia respetuosa con sus propios principios organizativos: imperio de la ley, separaciรณn de poderes, rendiciรณn de cuentas. Digo โ€œcasiโ€ porque siempre hay quien saca provecho de las democracias fallidas en las sociedades decadentes.

Sea como fuere, pocos serรกn los partidos que rechacen esos objetivos genรฉricos, a los que cualquiera puede adherirse formalmente. Cuando entramos en detalles, por el contrario, todo se complica: surgen conflictos entre bienes incompatibles entre sรญ, no queda claro cuรกles son los medios mรกs adecuados para perseguir cada uno de esos fines, se cuestiona la competencia de la oposiciรณn para hacerlo mejor que el gobierno incluso si este no ha brillado en el empeรฑoโ€ฆ Y, por supuesto, habrรก votantes que entiendan que solo su partido o su cosmovisiรณn ideolรณgica puede realizar esos intereses generales de una manera โ€œcorrectaโ€, vale decir, conforme al โ€œmodelo de sociedadโ€ que ambos โ€“partido y votanteโ€“ abrazan. O sea: un socialdemรณcrata se negarรก a votar democristiano y viceversa, por no hablar del nacionalista que solo vota nacionalista. Desde este punto de vista, no habrรญa โ€œintereses generalesโ€ a considerar cuando de decidir el voto se trata; el voto siempre responde a un interรฉs particular. Y por eso podemos decir que tales intereses generales existen y no existen a la vez; peculiar situaciรณn que un tuitero contemporรกneo aprovecharรญa para sacar a pasear al gato de Schrรถdinger.

Por aรฑadidura, la percepciรณn del votante serรก decisiva. El ciudadano habrรก de hacer un esfuerzo para separar el grano de la paja, distinguiendo la propaganda partidista โ€“del gobierno y de la oposiciรณnโ€“ de los datos fiables que proporcionan un diagnรณstico del estado de una sociedad. Solo entonces estarรก en disposiciรณn de incorporar a su reflexiรณn electoral el juicio acerca de la medida en la cual los intereses generales de la sociedad estรกn siendo realizados o desatendidos. Y aunque es difรญcil fijarlos con exactitud, tampoco es imposible: un paรญs cuyo PIB se estanca durante dรฉcadas, donde la deuda pรบblica aumenta sin freno o en el que la prestaciรณn de servicios pรบblicos empeora en lugar de mejorar es un paรญs donde se descuidan los intereses generales. Lo mismo vale para el funcionamiento de la democracia constitucional allรญ donde no se respeta la separaciรณn de poderes, se socava el papel del parlamento o las leyes dejan de cumplirse con la debida exactitud.

Mi argumento es que vota mal quien apoya la continuidad en el gobierno de su partido o la realizaciรณn de su cosmovisiรณn ideolรณgica (la famosa preferencia por un โ€œmodelo de sociedadโ€) pese a que ello suponga objetivamente un deterioro de los intereses generales tal como pueden ser cuantificados mediante indicadores de naturaleza empรญrica. Aunque quizรก todo esto es una forma demasiado elaborada de decir que vota mal quien se adhiere a su partido incluso si su partido gobierna de manera incompetente. Alternativamente: vota mal quien vota en favor de la continuidad de un mal gobierno.

Esto nos lleva a la segunda de las objeciones planteadas al texto original. Fue Jesรบs Alfaro quien seรฑalรณ en Twitter que votar bien es โ€œvotar popperianamenteโ€, lo que quiere decir votar en contra del gobierno que lo hace mal y a favor del gobierno que lo hace bien. Pero nรณtese que para que eso suceda es a su vez necesario que el votante cumpla con el requisito procedimental que exige el buen votar: ser capaz de reflexionar de manera autรณnoma sobre a quiรฉn se deba votar. He aquรญ la paradoja irresoluble del โ€œvotante popperianoโ€: solo el ciudadano que se esfuerza por elegir libremente castigarรก al mal gobierno y premiarรก al exitoso. De hecho, no harรก falta decรญrselo: quien asรญ se maneja sabe que eso es lo que tiene que hacer.

Ahora bien: para Popper, lo รบnico decisivo para un rรฉgimen polรญtico es โ€œla destituibilidad del gobierno sin derramamiento de sangreโ€; la votaciรณn es el mejor mรฉtodo para facilitar esa sustituciรณn. De ahรญ se sigue, como ha seรฑalado Jorge Urdรกnoz[1], que los gobiernos posibles son dos: el actual y el de la oposiciรณn. Es evidente que Popper estรก pensando en un rรฉgimen presidencialista, que produce un sistema bipartidista perfecto; en una democracia parlamentaria, el votante no tiene manera de saber cuรกl es el gobierno que saldrรก del reparto de escaรฑos, ni quรฉ polรญticas pactarรกn los partidos que se coaliguen entre sรญ en caso de que ninguno tenga mayorรญa de gobierno. De hecho, Popper no cree demasiado en la representaciรณn: dado que el pueblo no gobierna, sus intereses o creencias tampoco estรกn proporcionalmente โ€œrepresentadasโ€ en el parlamento. Quienes mandan son los gobiernos y los burรณcratas: las รฉlites. La funciรณn del electorado es premiar al buen gobierno y castigar al malo; no hay mรกs.

Esta concepciรณn de la democracia tiene una larga historia, que se remonta a los teรณricos elitistas e incluye al mismรญsimo Schumpeter. Para todos ellos, la ventaja del rรฉgimen democrรกtico sobre los demรกs es que permite el reemplazo pacรญfico de las รฉlites de acuerdo con el juicio de los electores. Hoy esto nos parece poco; durante la primera mitad del siglo XX, no digamos en la segunda posguerra mundial, era mucho. Giovanni Sartori insiste en este punto: los ciudadanos eligen a quienes deciden, pero en modo alguno eligen ellos mismos. Para que asรญ fuera, habrรญamos de instaurar una democracia directa; una que requiriese de los ciudadanos juicios particulares sobre asuntos concretos de manera frecuente. En ese supuesto, advertรญa el politรณlogo italiano, no podrรญa bastarnos que los ciudadanos tengan meras opiniones sobre aquello que se vota, sino que โ€“ahรญ estรก el Brexitโ€“ serรญa necesario que atesorasen un verdadero conocimiento sobre cada asunto sometido a consulta. Pero los ciudadanos carecen de ese conocimiento y nadie puede reprochรกrselo; nuestras democracias tienen buenas razones para ser regรญmenes representativos.

Tal descripciรณn de la democracia contrasta, no obstante, con la justificaciรณn ideolรณgica de la misma: su legitimaciรณn popular deriva en buena medida de la convicciรณn โ€“o aspiraciรณnโ€“ de que la democracia es el โ€œgobierno del puebloโ€. Esa creencia alimenta el discurso populista; el ideal que dibuja moviliza la energรญa de quienes defienden modelos participativos de democracia. No es asรญ de extraรฑar que haya aguafiestas dedicados a reiterar la vigencia de la hipรณtesis pluralista-competitiva. Es el caso del รบltimo libro del economista conservador Randall Holcombe, comentado aquรญ[2] por Kevin Corcoran. Holcombe rechaza la idea de que una democracia funcione de tal manera que los votantes expresan sus preferencias mediante el voto y, a continuaciรณn, su agregaciรณn produce una suerte de โ€œdecisiรณn socialโ€ que los gobernantes convierten en polรญticas pรบblicas con el fin de reflejar la โ€œvoluntad popularโ€. Esta sencilla trayectoria โ€“casi una fรกbulaโ€“ resulta inverosรญmil por distintas razones. Una de ellas es que los votantes no tienen preferencias autรณnomas sobre los complejos asuntos sociales acerca de los cuales versa la acciรณn del gobierno. Lo que sucede es mรกs bien que el ciudadano se โ€œanclaโ€ en una identidad polรญtica y de ahรญ โ€“partido polรญtico y medios de comunicaciรณn afines medianteโ€“ deriva sus preferencias. Por otro lado, la negociaciรณn y el diseรฑo de polรญticas pรบblicas tiene lugar necesariamente entre los miembros de la รฉlite; los ciudadanos no pueden participar en ese proceso, menos aรบn establecer negociaciones entre sรญ, debido a la enormidad de los costes de transacciรณn que eso conllevarรญa. De hecho, los programas electorales que las รฉlites presentan a los electores son paquetes de polรญticas pรบblicas que se aceptan o rechazan en bloque. Y como los votantes tienden a actuar de manera expresiva (o ideolรณgica) mรกs que instrumental (o pragmรกtica), puede concluirse que son las รฉlites โ€“no los ciudadanosโ€“ quienes llevan la voz cantante en una democracia representativa.

Aunque los problemas de escala en la sociedad moderna son irresolubles, pues convierten la democracia asamblearia o directa o deliberativa en una fantasรญa para acadรฉmicos soรฑadores, el argumento de Holcombe conecta con los hallazgos de la psicologรญa polรญtica de las รบltimas dรฉcadas y destaca que el ciudadano no vota bienโ€ฆ si por votar bien entendemos hacerlo tras un proceso de deliberaciรณn interior de carรกcter autรณnomo. En la prรกctica, el ciudadano medio forma sus preferencias a partir de los mensajes que emiten partidos polรญticos y medios de comunicaciรณn, adhiriรฉndose a unos u otros en funciรณn de su identificaciรณn partidista o ideolรณgica. Eso no quiere decir que seamos todos vรญctimas de la manipulaciรณn de las รฉlites: ni todos los ciudadanos votan lo mismo, ni los cambios de papeleta son imposibles. Hay factores como la socializaciรณn familiar, los rasgos de carรกcter o el deseo de conformidad con el entorno que seguramente tienen mรกs importancia que los mensajes de partidos y medios; estos รบltimos, no obstante, proporcionan al votante que tiene una vinculaciรณn ideolรณgico-emocional con una cosmovisiรณn ideolรณgica y/o un partido los argumentos que necesita para justificar y defender sus creencias.

Solo aquellos votantes que carecen de vรญnculos emocionales con partidos o bloques ideolรณgicos concretos podrรกn entonces votar โ€œpopperianamenteโ€, siempre y cuando quieran dedicar su tiempo a recabar la informaciรณn necesaria para ello. La mayorรญa de los votantes considera que el esfuerzo no merece la pena y votarรก expresivamente, manifestando su adhesiรณn al partido o lรญder que asocian con una orientaciรณn ideolรณgica (progresista, conservadora, nacionalista) particular. En suma, las preferencias de los ciudadanos son menos autรณnomas que heterรณnomas: el votante pragmรกtico es una rareza; justamente por eso puede ser decisivo a la hora de decidir el signo de unas elecciones.

Y como muestra, un botรณn: estos dรญas se ha dado publicidad a un trabajo acadรฉmico que confirma โ€“por si hacรญa faltaโ€“ el peso que tienen las identificaciones partidistas a la hora de modelar nuestra percepciรณn de la realidad polรญtica. Diego Reinero et al.[3] han estudiado el efecto que poseen las correcciones de errores factuales โ€“el llamado fact checkingโ€“ sobre los ciudadanos que albergan creencias falsas; entre sus propรณsitos estaba comprobar si, como venรญa pensรกndose, puede ocurrir que estas correcciones refuercen la falsa creencia en lugar de eliminarla (el llamado backfire effect). El resultado del experimento sugiere que las correcciones de errores factuales tienen mayor probabilidad de fracasar cuando las realiza el miembro de un grupo rival. Asรญ, eso que los autores denominan โ€œcongruencia partidistaโ€ posee un efecto hasta cinco veces mรกs potente que el de la correcciรณn factual. En otras palabras: entre la verdad factual y las creencias partidistas, escogemos estas รบltimas. Y si la correcciรณn factual proviene de alguien a quien percibimos como โ€œenemigoโ€, sus posibilidades de รฉxito son remotas. La identidad partidista, concluyen los autores, puede motivar la โ€œactualizaciรณn irracionalโ€ de nuestras creencias polรญticas e ideolรณgicas.

Se alegarรก que no hace falta ningรบn experimento para confirmar esa tesis: las redes sociales nos enseรฑan a diario cรณmo funciona este sencillo mecanismo adaptativo. Cuando un partido cambia de manera significativa su posiciรณn acerca de un asunto pรบblico, la mayorรญa de los votantes lo sigue sin rechistar y enuncia como si fueran suyos los argumentos que el partido โ€“asรญ como el periรณdico o la radio de turnoโ€“ pone a su disposiciรณn. El votante ideolรณgico recuerda al feligrรฉs calvinista: cree ser libre y, sin embargo, estรก predestinado.

Por este camino, llegamos a una conclusiรณn elemental: el principio segรบn el cual debe โ€œvotarse popperianamenteโ€ tiene un carรกcter normativo y no descriptivo. No es que el ciudadano tienda a votar popperianamente, sino que creemos que deberรญa hacerlo. O sea: una democracia funcionarรก mejor si sus votantes son mรกs pragmรกticos que ideolรณgicos (aunque habrรก quien lo discuta). Bien, pero ยฟquรฉ pasa si los votantes no son asรญ? De hecho, no lo son. Ya que el ciudadano dispuesto a votar popperianamente no abunda en la prรกctica. Y ese es el problema; si no, no estarรญamos hablando de esto. Sucede algo parecido con el buen votante que he bosquejado aquรญ: las condiciones del buen votar dibujan una propuesta ideal que plantea una conducta deseable en lugar de describir una realidad sociolรณgica. Pero hay buenos votantes ahรญ fuera, por escasos que sean; lo que quiere decir que votar mal no es un destino inevitable, pese a que sin duda es la conducta ordinaria de la mayorรญa de votantes.

Asรญ las cosas, ยฟhay alguna diferencia entre el โ€œvotante popperianoโ€ y mi โ€œbuen votanteโ€? Me parece que sรญ. Sobre todo, este รบltimo incorpora una conciencia reflexiva de sus propios sesgos; se obliga a consumir informaciรณn plural para evitar que su percepciรณn de la realidad polรญtica recoja un รบnico relato de los hechos relevantes y de su significado polรญtico. Por otro lado, el buen votante asumirรก la dificultad que comporta formar gobiernos en las democracias parlamentarias, ya que, cuando se haga necesario forjar coaliciones multipartidistas, el resultado de la elecciรณn podrรก resultarle decepcionante. Asรญ que votar bien supone hacerse cargo de la complejidad de la polรญtica democrรกtica y preferir la melancolรญa a la indignaciรณn; salvo en aquellos supuestos en los que el daรฑo a los intereses generales โ€“en sus dimensiones material o institucionalโ€“ resulte insoslayable.

En suma, votar bien puede resultar extenuante; por eso solemos votar mal o, cuando menos, regular. Pero la indulgencia que pueda merecernos el mal votante no es รณbice para reconocer su existencia; los ciudadanos de una democracia pueden equivocarse, aunque la discusiรณn sobre cuรกndo lo hacen โ€“votando a quiรฉnโ€“ difรญcilmente podrรก conducirse pacรญficamente ni terminarรก jamรกs en un acuerdo completo. Y es que si asรญ fuera, ni siquiera necesitarรญamos gobiernos: serรญamos รกngeles que sobrevuelan las pasiones polรญticas sin llegar a padecerlas. No es el caso.


[1] https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=6828682

[2] https://www.econlib.org/following-their-leaders-democracy-in-theory-and-practice/

[3] https://psyarxiv.com/z4df3

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(Mรกlaga, 1974) es catedrรกtico de ciencia polรญtica en la Universidad de Mรกlaga. Su libro mรกs reciente es 'Ficciรณn fatal. Ensayo sobre Vรฉrtigo' (Taurus, 2024).


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