Que los mexicanos celebren como victoria el acuerdo con Donald Trump de suspender, no cancelar, la arbitraria imposición de aranceles a México, comprometiéndose a cambio a tomar “fuertes medidas” para frenar el flujo de familias centroamericanas que cruzan su territorio para pedir asilo en Estados Unidos es una vergüenza.
Aplaudir un acuerdo del que nadie, salvo los firmantes, conoce los términos, es indigno e irracional. ¿Por qué el presidente de México no les explica a los ciudadanos la totalidad de los acuerdos, y en particular ese al que Trump se refiere como muy importante? ¿De qué habla Trump cuando asegura que México le comprará enormes cantidades de productos agrícolas a “los patriotas granjeros estadounidenses”? Este lunes, el Canciller mexicano Marcelo Ebrard dijo que no hay ningún otro acuerdo firmado. ¿A quién creerle? ¿Puede México, o cualquier otro país en el mundo, confiar en la palabra del hombre que en 828 días ha dicho más de 10 mil mentiras comprobadas y que dice que la luna es parte de marte?
México aceptó militarizar su frontera sur para impedir el paso de familias huyendo de la violencia y la miseria en sus países implorando porque se oigan sus casos y, si procede, les den asilo en EE UU. También aceptó darles habitación, alimentación, trabajo y servicios de salud a los peticionarios de asilo por tiempo indefinido y sin fijar topes en sus números.
¿Por qué? Porque López Obrador no tuvo las agallas para responder con inteligencia y valentía al chantaje de Trump. Un chantaje que bajo las normas de la Organización Mundial de Comercio habría sido inaceptable, según declaró Pascal Lamy, quien fuera presidente de la institución.
Peor aún, haber cedido al chantaje de Trump sienta un terrible precedente, sobre todo tratándose de un bufón peligroso agresivo e inmoral como Trump.
En Estados Unidos, fuera de las alabanzas de la pandilla habitual de lambiscones de Trump, el acuerdo ha sido recibido con enorme escepticismo. En un reportaje que despertó la furia tuitera de Trump, el New York Times cita a fuentes de ambos países familiarizadas con la negociación que aseguran que lo anunciado como el gran acuerdo ya había sido negociado meses antes en reuniones con la entonces secretaria del Departamento del Interior Kirstjen Nielsen.
También se rumora que Trump decidió aceptar el convenio porque sintió la enorme presión de empresarios y políticos, incluyendo a muchos de su propio partido, que le hicieron ver las posibles consecuencias políticas y económicas de sus arrebatos tuiteros.
¿Por qué el gobierno mexicano no decidió esperar a que este lunes entrara en vigor el 5% de arancel con el que Trump amenazaba? ¿Por qué no reciprocar de inmediato imponiendo aranceles a productos de estados que votaron por Trump para luego volver a negociar? ¿Por qué no esperar a que el consumidor estadounidense sintiera los efectos de los aranceles a México, a China, a Japón y a Europa? Citado en el Washington Post, el grupo de consultores económicos Perryman, con sede en Waco, Texas, calculó que de imponerse las tarifas se perderían de inmediato casi medio millón de trabajos en Estados Unidos y que la implementación inmediata de las tarifas sería imposible en los plazos fijados. ¿Por qué seguir aguantando las impertinencias y los insultos de Trump en vez de enfrentarlo por primera vez?
Estas son algunas de las muchas preguntas que me hago. Y Gustavo Mohar, reconocido experto mexicano en asuntos migratorios. parece haber concordado conmigo cuando escribió en un tuit: “Era evidente que Trump estaba blofeando. México pagó un alto precio a cambio de nada. Es un día triste para los solicitantes de asilo reales y potenciales”.
Si Estados Unidos decide mandar el grueso de los solicitantes de asilo a México, las ciudades de la franja fronteriza se verán rebasadas por decenas de miles de migrantes que no quieren vivir en México, sin contar con la infraestructura y el dinero necesario para recibirles y México quedará peor de cómo estaba.
Escribe sobre temas políticos en varios periódicos en las Américas.