El 5 de mayo, los ciudadanos del Reino Unido (RU) decidirán a qué partidos favorecen en las elecciones locales. Los conservadores están preocupados, y con razón: el alza de precio de los productos básicos –y con ellos del costo de la vida–, el incremento de impuestos, los escándalos políticos en el partido conservador en Inglaterra, la crisis de la agroindustria, el Brexit que nunca se acaba, la inmigración y la cuestión de los refugiados, el financiamiento de los servicios públicos (especialmente el de salud), los temas que afectan específicamente a cada región del RU y un electorado voluble pueden desmantelar lo último que queda de un imperio que dominó el mundo.
En las últimas dos décadas, el Ulster ha vivido una paz ganada día a día por la población que reacciona contra la intolerancia activa de grupos cuyas actividades son ilegales. La venta de armas y estupefacientes, la violencia intrínseca y enconada no habla en nombre de todos, sino de los interesados en hacer de la discordia fratricida un modus vivendi. El Brexit ha empeorado la situación, haciendo más frágil la regulación de la frontera entre el RU y la UE de acuerdo con lo convenido en el Protocolo de Irlanda del Norte.
En Irlanda del Norte, donde se elegirá a los representantes a la Asamblea, el panorama electoral ya no se limita a conservadores y laboristas, sino que incluye alternativas que representan intereses ausentes de los partidos principales. El electorado ya no sigue los cauces establecidos por costumbre o lealtad, sino que vota tácticamente para crear un frente que pueda representarlos. El crecimiento de la población que se define como católica frente a la población protestante puede otorgarle a Sinn Féin (en gaélico significa “nosotros”) la primacía en la Asamblea de Irlanda del Norte. Esta marea demográfica ha causado malestar entre los unionistas, conscientes de que el cambio no obedece solo a la fertilidad católica, sino a la transformación de la conciencia de sus derechos y de su participación en la vida ciudadana. Las próximas elecciones son cruciales para asegurar la convivencia en esta región.
El unionismo se siente víctima de la negociación entre el gobierno de Boris y la UE, traicionado por el gobierno que debía representarlo. La traición perturba la paz ahí donde subsisten brotes de un pasado amenazante, de un estado ocupado con guerrilla en las calles. Como en otras instancias, en esta Boris también ha mentido. La firma del Protocolo en 2020 prometía concluir el proceso del Brexit. Pero ha sido un nuevo punto contencioso, al parecer insuperable, para el paramilitarismo unionista, que lamenta la indiferencia de su gobierno ante los dilemas que, según ellos, los desgajan de su amada Unión. El Protocolo confiere a Irlanda del Norte una situación “híbrida”. Al estar situada la frontera en el Mar de Irlanda, la región está abierta al mercado europeo y al del RU, siempre que los productos coincidan con los estándares sanitarios europeos, lo cual es sujeto de una verificación comercial y arancelaria.
Según la mayoría que votó por permanecer en la UE, la oportunidad está a la vista. Las imposiciones fiscales y sus trámites han afectado negativamente a los empresarios que dudan de la viabilidad de mantener relaciones comerciales con el mercado europeo pero que desean discutir la forma de adaptarse. Saben que no pueden rechazar el Brexit, así que consideran que lo importante es agilizar la maquinaria, hacerla eficiente.
Pero en lo que unos ven ganancia, otros vislumbran miseria. Según los unionistas, el Protocolo los separa del RU, y por lo tanto es inadmisible. “Solo queremos seguir siendo británicos, pero ellos quieren deshacerse de nosotros”, dice un quejoso.
Ante los cambios, las corrientes unionistas cavan sus trincheras. Cuestionada su identidad británica, los unionistas se encuentran perdidos, “inferiores”, semejantes a los oriundos de los que desean diferenciarse, pero sustancialmente porque Irlanda del Norte depende de la subvención del gobierno de Su Majestad, que cuesta al erario anualmente 10 mil millones de libras. Si se separaran del RU, ¿quién se haría cargo de financiar la salud pública?
La industria farmacéutica y la de alimentos, entre otras, han requerido tiempo extra para enfrentar el diluvio burocrático y evaluar su costo. Irlanda del Norte importa 98% de sus medicinas del RU y con los alimentos sucede otro tanto. La carne congelada que entra desde el RU requiere certificación europea. Se recordará el alboroto que causó en la región la “guerra de las salchichas” que reaccionó contra la amenaza de arrebatárselas. En noviembre de 2021 unos ofendidos encapuchados prendieron fuego a dos autobuses, destruyendo el patrimonio nacional al servicio de ciudadanos como él. Al preguntárseles cuál era la causa o el objetivo del destrozo balbucearon. Sus acciones son menos ideológicas que consecuencia del tedio.
El desempleo, la pobreza, la falta de educación, la ausencia de horizontes, crean un caldo de cultivo fértil para atraer a los jóvenes a la acción. Es un territorio en el que la disputa entre lealtades colectivas opuestas remonta su rencor al pasado remoto para formar un lazo hecho de agravios ancestrales trabados en una batalla por la tierra que se considera propia. La cultura nacionalista en cualquiera de sus formas no responde al horizonte político de las nuevas generaciones, que rechazan el martirio heroico en favor de un futuro en paz, que brinde condiciones de seguridad, una convivencia basada en la apertura, la educación, los servicios públicos, la productividad, es decir, que reconstruya la constitución de la isla.
La tercera vía puede ser una opción para nuevas generaciones que rechazan las definiciones bélicas de identidad existentes hasta el momento. Formaciones políticas como el Partido de la Alianza de Irlanda del Norte (conocido simplemente como Alliance) y el Partido Socialdemócrata y Laborista (SDLP) diezman el tradicionalismo de los nacionalismos republicano y unionista por igual. De acuerdo con las encuestas, 27% del voto favorece a Sinn Féin, 20% al Partido Demócrata Unionista (DUP), 11% a Alliance, y el resto se divide entre partidos menores. Muchos jóvenes no se sienten católicos nacionalistas ni protestantes unionistas y quizá ni siquiera irlandeses “del norte”. Hasta el Brexit, muchos se sentían sobre todo europeos. Esta identidad cosmopolita prometía escenarios progresistas y convivencia pacífica, el pasaporte a otro mundo.
Si hasta hace poco los unionistas miraban a la República de Irlanda por encima del hombro, los papeles se han intercambiado. El sur se vuelve más abierto y progresista, mientras que el norte se encierra más en un laberinto donde el Minotauro es el “otro”, el europeo, el refugiado, a quien se considere enemigo de valores fundamentales que es difícil enunciar. Como otros habitantes del RU, se sienten los olvidados del norte, y un interminable pliego de agravios informa su lógica de invasor resentido. “O matamos el Protocolo o el Protocolo nos mata”, sentencia Sir Jeffrey Donaldson, líder del DUP.
Los resultados electorales también influirán en el mapa político en la República de Irlanda. Al sur, el ajuste de cuentas con los partidos tradicionales favorece a Sinn Féin, que por primera vez tiene posibilidades de hacerse con el gobierno, aunque las próximas elecciones programadas ocurrirán en 2025 y los votantes de centro le temen por su retórica socialista y su pasado terrorista. La nueva generación en la República, que no ha sufrido los disturbios, reclama el cambio sin anticipar sus consecuencias. La unión de Irlanda es el tema de campaña, a pesar de que, mientras 30% apoya la unificación “mañana”, al examinar el tema fiscal y el de la salud pública el impulso desciende a 25%. “Vivimos –dice Sinn Féin– los últimos momentos de la partición”. Pero el camino de la unificación no es tan sencillo, y exige al menos dos referenda, en el norte y en el sur, convencer al secretario para Irlanda del Norte, el único que puede llamar a un referéndum, y last but not least, a 60% del electorado.
Hasta ahora, Stormont, sede del parlamento de Irlanda del Norte, ha funcionado (intermitentemente) bajo el supuesto de que los unionistas mantenían predominancia en la Asamblea, gobernada localmente por ellos mediante el DUP, en coalición con Sinn Féin. Esta situación está a punto de invertirse, arrebatándole al unionismo el liderazgo en Irlanda del Norte.
Ante ello, el unionismo reacciona como si se tratara de un asalto a la democracia. Una nueva coalición de poder puede ser saboteada por el unionismo, si este se niega a participar en un gobierno presidido por Sinn Féin, de tal forma que el gobierno local sea imposible y gobernar desde Londres la única salida. Colapsar Stormont es práctica corriente entre estos dos partidos, obligados desde 1998 a compartir el poder en una coalición odiosa. El hecho de que los funcionarios sigan recibiendo su sueldo hace que a muchos les convenga una situación de impasse que Boris puede usar como una razón para negarse a abandonar el poder.
Mientras, para revitalizar el fervor de las huestes, los miembros de las asociaciones unionistas desfilan portando estandartes negro y dorado, los miembros con bandas naranja y bombines en Belfast y Derry. Sus desfiles se inician por la tarde, de tal forma que los discursos comienzan cuando el sol se pone, subrayando el carácter crepuscular de esas marchas.
Sin embargo, sus dirigentes dan por sentado que sus reivindicaciones son recibidas ardorosamente por las multitudes. Al contrario de las bravatas de antes, Michelle O’Neil, líder de Sinn Féin en el norte, ha adoptado un lenguaje moderado que, sin descartar el referéndum para decidir la integración de Irlanda del Norte a la República de Irlanda, tampoco lo subraya como proyecto de gobierno. No alimentar el rencor de quienes se saben perdidos es sabio, sobre todo si lo que se desea es el equilibrio.
Las elecciones del 5 de mayo no harán la revolución, pero su resultado señalará el reacomodo de fuerzas. Pueden ser la última oportunidad de Irlanda del Norte para romper el círculo envenenado e imaginar el futuro como algo concreto, que comienza por dejar ir el rencor. Para eso es imprescindible fortalecer el centro, la ecuanimidad ante los extremos. El 5 de mayo no lo logrará, pero lo que sí hará es continuar con una lenta pero segura transformación de las condiciones en los condados unionistas. Es una fecha simbólica, pero como saben los que aprecian el impacto teatral de su presencia, los símbolos son armas poderosas, no abalorios de otros tiempos. Es una fecha que quizá demuestre oficialmente un cambio de sensibilidad que ha dejado atrás el fantasma republicano, intercambiándolo por la libertad de un espacio ajeno al bipartidismo sectario.