De izquierda a derecha, imágenes de "Powerful trouble", "This solution" y "Hermit".

Festival de Teatro de Dublín: más que dramaturgos, dramaturgia

Diferentes temáticas y maneras de entender el proceso que conduce a la puesta en escena se encontraron en la más reciente edición de un festival que desde su fundación, en 1957, ha luchado por conquistar espacios adaptándose a los cambios.
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Al sur del río Liffey se extiende un barrio pintoresco de callejas retorcidas todavía cubiertas con adoquines victorianos que brillan bajo la lluvia. Desde el puente peatonal llamado Half Penny porque eso costaba cruzarlo, uno entra al barrio de Temple Bar pasando bajo el arco de Lily’s Bordello, una disco con vista al río. Es un barrio colmado de pubs y de estudios de artistas, la sede del Instituto Cinematográfico Irlandés, además de un cúmulo de cafés (la bebida que va en Irlanda desde hace un par de décadas), pequeños comederos y tiendas.

Rescatado del olvido y la indigencia, Temple Bar fue una apuesta por la gentrificación del centro de Dublín. Bajo la lluvia apresuro el paso al Project Arts Centre, un espacio creado en 1966 como núcleo de una encrucijada en las artes visuales, el teatro, la danza, el circo y la comedia. Un espacio vocacionalmente híbrido que anunciaba una era de cambio en cuanto a la concepción y práctica de las artes, que acompañaría cambios sociales radicales. Todo parece haberse empezado a cocinar en los sesenta. Allí quedé de encontrarme con Willie White, el director del Festival de Teatro de Dublín.

Si no es el más viejo, el festival es uno de los más antiguos festivales europeos dedicados únicamente al teatro. Desde su inicio el propósito del festival fue dar a conocer trabajos teatrales nacionales, revisar los clásicos (cada quién su Hamlet), y conocer nuevas producciones de Europa y de otros países. Más que un festival dedicado a producir, es uno destinado a elegir producciones ya existentes dependiendo del presupuesto y la viabilidad y, según White, dar a conocer la generación que sigue a la de los nacidos en los sesenta.

“¿Hay alguien a su altura?”, le pregunto, pensando en Brian Friel, pero también en Sebastian Barry, Frank McGuinness, Marina Carr y Martin McDonagh, mejor conocido quizá por películas como Brujas y The banshees of Inisherin), y a quien se le considera más bien un autor inglés asomado a una Irlanda artificial, que ya no existe.

“No que sepa.”

Confieso mi asombro. Me pregunto si la transformación del país en una sociedad pluriétnica, con fuertes inversiones de compañías transnacionales, laboratorios, servicios financieros y medios cibernéticos, hace imposible un discurso unificador como lo quisieron quienes soñaron con un teatro nacional cuando Irlanda era predominantemente rural. El colapso de valores como la religión es paralelo al fin de la homogeneidad cultural y racial y en general al proyecto político vigente hasta los años sesenta. La homogeneidad fue reemplazada por la heterogeneidad, un mundo en transición que exige nuevas formas de negociar el status de la realidad, la cuestión de la identidad y lo que se considera verdadero. Irlanda es uno de los países europeos que encabezan el cambio a una democracia liberal que necesita una narrativa acorde.          

“En cambio –dice White–, hay un registro muy amplio en cuanto a temas, técnicas y géneros. Más que dramaturgos, hay dramaturgia.”

Otro término que necesita claridad. Algunos lo entienden como escritura de un texto, otros como un taller de creación, dependiendo de la forma como se concibe el hecho escénico. La gestión es un elemento importante en una forma que se propone transformar la existencia. “Es otra manera de entender el proceso que conduce a la puesta en escena –dice White–. Actualmente hay menos interés en escribir obras teatrales y más por la dimensión colectiva del teatro.”

Si en los años sesenta se asistió al triunfo del director, en este siglo se le recuerda como una fatalidad del pleistoceno. Acaso algo semejante suceda con el autor. En la creciente anonimidad famosa de las masas conectadas, la palabra clave en la producción teatral actual es lo colectivo. Ya no hay una jerarquía, sino un consenso que anula la noción de poder único. En la era comunitaria todos son agentes de sí mismos porque la comunidad encarna en cada uno. ¿Puede ser eso lo que rechazan los nuevos autores que resentirían el desplazamiento? ¿O es una práctica teatral más “horizontal”, menos jerárquica?

Dublín es una ciudad con tradición teatral. Desde el primer Smock Alley Theatre del siglo XVII hasta el momento, el teatro ha permanecido a pesar de las restricciones impuestas durante los años de mayor fervor. En 1957, cuando el festival se inició, era la prehistoria gobernada por la Santa Madre. Además del Ulster, en Irlanda no sucedía nada más violento que la religión y la decencia. Era un país rural, empobrecido y sometido por la jerarquía católica y más personalmente por el arzobispo de Dublín, monseñor McQuaide.

Viene a cuento recordarlo porque el festival ha debido conquistar su espacio. En alguna de sus primeras ediciones, alguien propuso una obra de Joyce que ni se discutió. La elegida fue sometida a una estricta cirugía, de tal forma que el autor la retiró. Beckett hizo lo propio con una obra suya en protesta por la interferencia. Proponiéndoselo o no, el festival puso a prueba un equilibrio de fuerzas en cuanto a la libertad del arte y a su independencia de cualquier adoctrinamiento, lo cual se agradece en un mundo crecientemente antagónico.

Irlanda dejó la Edad Media a fines del siglo anterior y entró por corte directo a la posmodernidad. ¿El teatro ha estado a la altura de la velocidad y la profundidad del cambio? Para White, “el cambio sísmico ha ocurrido desde 1973, cuando Irlanda comenzó a formar parte de la Unión Europea.”

El teatro irlandés continuó abriéndose en direcciones contemporáneas que tienen mayor relación con el escenario visto de formas alternativas que con la labor del dramaturgo. La historia del festival incluye a Marina Carr que en 1988 estrenó By the Bog of Cats, que sería clave en la dramaturgia irlandesa contemporánea. Carr ampliaba el número de creadoras e inscribía su obra en el aliento épico de los textos clásicos para revisar el país.     

“¿Hay una nueva Marina Carr?”, pregunto para confirmar que todavía hay quienes continúan la tarea de escribir textos relativamente estables, sujetos a la interpretación, pero también íntegros, publicados, es decir constituidos. Alguna vez tuvo el oficio del “poeta”, que así se llamaba a quien escribía “comedias”, pero tanto el oficio como el género (hoy una comedia es cómica, entonces el término aceptaba otras asociaciones) corresponden a una manera específica de hacer teatro que entonces tampoco existía. No se diría que Shakespeare por ejemplo tuviera “sentido del humor” sino que era un cabrón.   

El festival de 2023 tuvo 40 producciones que pudieron verse entre fines de septiembre y la segunda semana de octubre. Es muy difícil resumir el trabajo de tanta gente porque es diverso y único, así que prefiero señalar las líneas sobre las que el festival transcurre. Digo líneas porque no hay un tema que convoque y por ello se trata de un espacio abierto, sensible a los problemas y a los intereses del público actualmente hipnotizado por los linderos de la profesión, es decir su cruce con la técnica que desde siempre ha estado allí

La variedad del festival es la propuesta de White, al tanto de las alternativas que la hibridez técnica posibilita. El festival está abierto a los nuevos medios que enriquecen la ilusión, que ayudan a representar una historia. En la era digital, la escena adopta el frenesí del video, el ritmo aeróbico de contar la historia, que estos medios visuales imponen.

El festival de 2023 se define por su fluidez, desde el teatro comunitario comprometido hasta la mezcla de historia, ficción, documentales, desde el carnaval al activismo con la esperanza de renovar el primer contacto con el público. Una afirmación de las identidades, de la diversidad, del derecho a la igualdad, es parte del diálogo con el público que hace posible el éxito de la temporada de fiesta teatral, que precede al Festival de Ópera de Wexford. Y a propósito de música, el festival incluyó dos óperas, una estrictamente contemporánea (y clásica, como es la distopia) y Fausto, de Gounod, una cereza desde que Goethe cautivara al mundo con su historia de quien vende su alma al diablo a cambio de un anhelo.

Hubo en las piezas presentadas preguntas sobre las asunciones que determinan nuestra cultura, la inclusión social postergada y, por supuesto, la familia. El autor ha dejado de ser el centro del drama, pero todavía parcialmente lo explica. Las diferencias entre lo dicho y lo implícito, la historia oral y el bog, un material intermedio entre la tierra y el agua, marisma en miniatura que reúne a 12 espectadores en torno de una mesa redonda para conocer este elemento básico en la experiencia en ciertas zonas de la isla.

El bog ha interesado a poetas como Seamus Heaney, que capta el paisaje mediante un objeto común, la belleza del sitio, pero es también una experiencia diaria, vista sin distancia. La sesión es encantadora porque es teatral en la medida en que es hiper informativa, pero sin perder la intimidad que evoca. Podría decirse que esta lección no sería posible sin cierta excentricidad del orador, que plantea el asunto exhaustivamente. Lo que sorprende de este trabajo es que escasamente es escénico. Una clase, una narración, un recuerdo sensual.

La ecología, los usos de la historia, la situación de la mujer, son otros temas, y uno que inquieta en este festival es el acceso a la información y a la acción por parte de jóvenes, algunos ni siquiera todavía adultos, que exploran la pornografía. Es el tema que inspira This solution (que fonéticamente sugiere Dissolution). La mezcla de medios crea un espacio dúctil en parte porque lo ha reducido a una radiografía. This solution también es una novela de aprendizaje en la edad del porno. El espejo que separa el escenario en el Project Arts Centre también es el que refleja al público desconcertado porque la sala parecía contenida y de pronto se siente mayor. Un enorme espejo es también una pantalla traslúcida que revelará otro escenario que literalmente pone el cuerpo en el centro ya que la representación también es una coreografía cuyo ritmo impone la cualidad febril de una rutina de danza contemporánea.

Desde su origen el Festival de Teatro de Dublín se propuso mostrar lo diverso, porque solo así es posible contrastar y reconocer la propia cultura. Este año, bajo la dirección de Willie White, no fue una excepción.

Afuera la lluvia arrecia. ~

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