Cinco ideas de izquierdas que deberían tener más influencia

La izquierda ha abandonado algunos de sus valores tradicionales liberales, como la defensa de un Estado pequeño, la globalización o la soberanía popular.
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Estado pequeño: Uno de los mayores ejemplos del declive de la izquierda ha sido su abandono del ideal de la libertad y la creencia en la autodeterminación de la gente común, y su compromiso absoluto con el Estado como agente para transformar la sociedad. Desde el siglo XX, con el surgimiento del fabianismo, el estalinismo y la socialdemocracia que defendía el gran Estado, las formas libertarias de socialismo han sido eclipsadas y condenadas a los márgenes.

Uno de los peores efectos de este fenómeno ha sido que el ideal del socialismo ha sido distorsionado de tal manera que para muchos es sinónimo del Estado simplemente haciendo cosas (como demuestra este vergonzoso vídeo de Momentum, una organización del partido laborista, que sugiere que la policía es un ejemplo de “socialismo en acción” simplemente porque forma parte del sector público y no del mercado) y se ha alejado de los ideales más amplios de libertad y autodeterminación que han estado tradicionalmente en el núcleo del pensamiento socialista. Es más, ha permitido que la derecha se apropie de la libertad y el gobierno mínimo. Una izquierda reconstituida debería desafiar y revertir esta tendencia.

Soberanía popular: Esto puede sonar un poco extraño porque el discurso sobre “soberanía” se asocia normalmente a populistas nacionalistas como Trump, Farage, Orbán y Bolsonaro, que evocan cínicamente eslóganes como “la voluntad de la gente” o “recuperar el control” para sus propios objetivos, y se asocia a una política de fronteras, nacionalismo, estatismo, militarismo y racismo. Pero eso no tiene por qué ser así, ya que la idea de soberanía popular tiene una larga historia en la izquierda, que se remonta hasta la Revolución francesa.

En el nombre del antiimperialismo, algunos en la izquierda invocan la “soberanía popular” como una manera de criticar el intervencionismo liberal y el “imperialismo de los derechos humanos”. Sin embargo, es necesario hacer una distinción entre la soberanía nacional y la soberanía popular, porque a menudo se asume que son conceptos sinónimos cuando son muy diferentes.

La soberanía nacional tiene que ver con el poder y la autoridad de los Estados y a menudo los tiranos la usan para evitar las críticas y apuntalar su propia autoridad identificándose a sí mismos con el “yo” nacional. La soberanía popular tiene que ver con el autogobierno, la autodeterminación y la idea de que el poder reside en última instancia en el pueblo (o en los ciudadanos) y no en los Estados. La “soberanía nacional” no tiene sentido sin la soberanía popular, así que si un soberano gobierna sin el consentimiento de la gente entonces a la mierda con su “soberanía”. Es la soberanía popular, por lo tanto, lo que hay que defender, y no la soberanía nacional.

La idea de que “el pueblo es soberano” es lo que impulsa las luchas democráticas en Sudán, Argelia, Hong Kong, y antes las revoluciones de la Primavera Árabe. La soberanía popular es un pilar esencial desde el que construir un mundo más libre y democrático. Sería una pena que la izquierda se rindiera en esto.

Antirracismo coherente: Lamentablemente, el racismo, el pensamiento racial y las divisiones basadas en la idea de “raza” en diversas formas juegan un papel importante en la política contemporánea. Aunque se ha producido un progreso sustancial y ha habido victorias significativas contra los prejuicios y la discriminación legalizada, hasta el punto de que hay ahora un amplio consenso contra el racismo, los movimientos antirracistas que ayudaron a liderar estos cambios han desaparecido y están en declive.

En décadas recientes, el antirracismo ha sido colonizado por la oficialidad y ha sido vaciado de su contenido político. La lucha contra el racismo ha quedado desvinculada de las cuestiones de poder e ideología y de cualquier concepción de transformación social y se ha reducido a una política terapéutica, a la representación superficial y el legalismo liberal. Esto ha provocado un estancamiento de los movimientos antirracistas. Su comprensión del racismo y de nuestra condición presente no ha evolucionado con la época y no ha sabido identificar las mutaciones en las nuevas formas de racismo.

Sin embargo, no todo está perdido. El reto al que nos enfrentamos, con una ultraderecha en ascenso y cada vez con más confianza, racismo antimusulmán, antisemitismo, racismo contra los gitanos, y las políticas antiinmigración que se han manifestado tras el escándalo de Windrush, la “xeno racialización” de los europeos del este y el aumento de los campos de detención de migrantes en la frontera sur de EEUU, supone una oportunidad para recuperar el contenido político del antirracismo y empezar de nuevo. Pero tiene que basarse en una transformación social y en una liberación humana universal.

Libertad de movimiento: Hay un debate controvertido sobre este tema últimamente, ya que una parte de la izquierda piensa que esto es o bien una demanda de los “hermanos Koch” o la obsesión de crédulos anarquistas.

Al contrario de lo que sostienen los socialdemócratas conservadores, la demanda de fronteras abiertas tiene una larga historia en el movimiento socialista y proviene del universalismo humanista de la izquierda radical y de la creencia en la libertad, que asegura que cada ser humano tiene el derecho a viajar, visitar, vivir y trabajar donde decida. Es un internacionalismo hecho realidad.

Ahora bien, soy consciente de que la izquierda defiende de maneras muy estúpidas las fronteras abiertas y la libertad de movimiento, reduciendo toda la cuestión a un problema moral y humanitario, o sin afrontar realmente la ansiedad de una parte de la población con respecto a la inmigración (que no es lo mismo que consentirla). Piensa que gritar “racista” y “fascista” a cualquiera que se oponga a la idea de fronteras abiertas sirve como argumento.

Sin embargo, en sí mismo esto no significa que la defensa de las fronteras abiertas sea nula y vacía. Durante mucho tiempo la izquierda se ha rendido a la lógica de las fronteras y el nacionalismo, en vez de argumentar a favor de la libertad de movimiento y articular una política transformadora basada en la solidaridad y los intereses compartidos de todos los trabajadores, tanto “nativos” como “migrantes”. Parte de la razón por la cual las políticas antimigratorias parecen hegemónicas hoy está en que nadie se opone a ellas y ofrece una alternativa. Esperemos que una izquierda reconstituida lo haga.

Globalización: Una de las ortodoxias que se han asentado en la izquierda en las últimas décadas es la antiglobalización, que era el zeitgeist en los 90 y principios de los 2000. Si bien una parte de la crítica es indudablemente válida, aunque se limitara a un desordenado anticorporatismo, había siempre una veta romántica y antimoderna en el movimiento antiglobalización que en buena medida era conservadora en esencia, aunque tuviera una forma “radical”.

Demasiado a menudo las críticas de izquierdas a la globalización se deslizan o bien hacia un localismo bobo basado en “lo pequeño es hermoso” (“small is beautiful”), que es hostil con todo lo que suene a economías de escala y grandeza industrial, o hacia una autarquía nacionalista y proteccionista o hacia una especie de socialdemocracia en un solo país. De nuevo, creo que esto es realmente conservador, incluso reaccionario, y no es algo que ningún revolucionario debería estar defendiendo.

En esencia, no todo lo que tiene que ver con la globalización es malo. De hecho algunas partes de la globalización son realmente progresistas, incluso bajo condiciones capitalistas, y deben defenderse. Como socialistas e internacionalistas cosmopolitas debemos reconocer que el progreso (por usar un concepto que ya no está de moda) solo puede proyectarse hacia el futuro y comprometerse con luchar por un modelo de globalización alternativo, socialista y democrático, que construya las bases para un mundo futuro que desate el vasto potencial que reside en la humanidad para así enriquecer la civilización humana, no solo materialmente sino también cultural e intelectualmente.

Publicado originalmente en el blog del autor.

Traducción de Ricardo Dudda.

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Ralph Leonard es escritor. Colabora en la revista Areo y UnHerd. @buffsoldier_96


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