CNTE: el beneficio de la duda

La prueba de fuego para la CNTE y su papel en el escenario político es qué ocurrirá una vez que, tras la legítima protesta y el diálogo necesario, tengamos una versión definitiva de la reforma educativa.
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Después de semanas de protestas y bloqueos y a juzgar por las encuestas más recientes, la CNTE parece haber perdido la batalla por el favor de la opinión pública. Aun así, hay voces que advierten matices dignos de resaltarse de entre el clima de rechazo a las acciones de la coordinadora.

Primero están aquellos que lamentan el repudio feroz que han desatado las manifestaciones callejeras de la CNTE. Hasta donde entiendo, estas voces no aprueban necesariamente el calibre o los modos de la protesta, pero sí instan a preservar el derecho mismo de protestar como herramienta de la democracia. Advierten, en la reacción de la mayoría ante los bloqueos, una vertiente poco tolerante —y, peor todavía, ignorante y hasta racista— de la vida pública mexicana. Carlos Bravo Regidor, notable analista, recurrió a un gran texto académico firmado por Iris Marion Young —de la Universidad de Chicago— para explicar la importancia del activismo como herramienta democrática, sobre todo en sistemas como el mexicano, en los que la rendición de cuentas deja tanto que desear y levantar la voz desde fuera de las instituciones es, en términos prácticos, un recurso real de representación para un gran número de personas. Estoy de acuerdo con Bravo Regidor. La protesta es parte de la democracia y censurarla por principio implica ceder a la tentación autoritaria. Ahora bien, una vez establecido ese valor incuestionable, habría que matizar: no es lo mismo secuestrar una ciudad, con modos incluso incivilizados, que protestar dentro de las normas básicas de respeto al prójimo. Alguien podría argumentar que la protesta ordenada no es protesta: el que no irrita no vende. Algo hay de cierto, pero no demasiado. Pienso, por ejemplo, en el fenómeno que fue “Occupy Wall Street” en distintas ciudades de Estados Unidos, especialmente el movimiento original, en el parque Zucotti del sur de Manhattan. Los manifestantes ocuparon el parque durante dos meses de manera (mayormente) ejemplar. Ahí recibieron muestras constantes de apoyo y la atención de medio mundo: el impacto del movimiento en la vida pública estadunidense fue tan grande que el triunfo de Barack Obama no se explica sin el famoso debate del 99%.

El segundo reparo que he leído en los últimos días tiene que ver con la valía de los reclamos de la CNTE. Varias voces han señalado que la reforma educativa propuesta por el gobierno tiene omisiones importantes que exigen una reconsideración profunda (Ricardo Raphael ha sido particularmente claro en esto). Otros más adjudican a la coordinadora valores que, para ser franco y en mi personalísima opinión, resultan poco creíbles, sobre todo a la luz de la historia de la propia CNTE en los estados que la sufren. Kim Nolan García, profesora del CIDE y experta en sindicalismo, publicó por allá del jueves varios twits que llamó “10 misconcepciones (sic) sobre la CNTE”. Nolan García insistía en que la CNTE quiere, entre otras cosas, “un sistema educativo igualitario que sirve para más que reproducir trabajadores de mano de obra barata” o que “rechaza estándares OCDE que no son aptos para #México” porque “no estamos en Suecia”. Otras opiniones parecidas sugieren que veamos a la CNTE no como una turba irritante, sino como un grupo con legítimas demandas y sugerencias cuyo principal objetivo no es preservar sus “conquistas” sino alcanzar un mejor sistema educativo en México. Debo admitir que, tras años de seguir el modus operandi de la coordinadora, me cuesta trabajo creer en sus buenas intenciones. Pero démosle el beneficio de la duda. Pensemos que, en efecto, protestan porque (básicamente) buscan mejoras justas y justificadas. De ser así, habrá que exigir que se les escuche y se les incluya de verdad en la discusión de la ley que les atañe, específicamente la tan manida Ley General del Servicio Profesional Docente. De ese diálogo deben salir ideas que enriquezcan y mejoren la legislación. Y después el Congreso debe votar y aprobar la versión final de la reforma educativa.

La prueba de fuego para la CNTE y su papel en el escenario político es qué ocurrirá una vez que, tras la legítima protesta y el diálogo necesario, tengamos una versión definitiva de la reforma educativa. ¿Qué sucederá si la reforma desagrada a la coordinadora? ¿Qué pasará si, después de todo el zafarrancho de los últimos días, los métodos formales de la democracia arrojan una reforma plenamente democrática y legal pero que resulta intolerable para los maestros? De ser así, la CNTE enfrentará una disyuntiva: o acepta los cauces institucionales mexicanos o los rechaza y opta por continuar la pelea en la calle. Si hace lo primero, habrá honrado su supuesta vocación democrática. Si elige lo segundo habrá que juzgarla de manera muy distinta. De ser así, las voces que, con toda sapiencia, han exigido respeto a la protesta y atención a las peticiones de la CNTE deberán reivindicar, con la misma vehemencia, la vida institucional del país. Es cierto: una democracia donde la minoría no tiene derecho pleno a protestar y ser escuchada e incluida no es democracia. Tampoco lo es una democracia donde la minoría repudia violentamente las formas establecidas de deliberación. La distancia entre ese estilo de protesta y un “golpe de Estado democrático” es, me temo, demasiado corta.

(Milenio, 31 agosto 2013)

 

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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