¡Y qué le hacen clic! Le iba a poner otro nombre a este artículo. Algo más acorde a este espacio y su autor, como “La importancia de un buen discurso para la salud de la democracia”, o algo así. Pero ¿hubieran hecho clic en ese título? ¿Los lectores más jóvenes se hubieran interesado? ¿Tendría el mismo número de likes y de tweets?
Ahora que tengo su atención, quiero hablarles justamente de lo preocupante que resulta que no exijamos más de la comunicación política y nos vayamos por lo escandaloso. En especial, que ya no exijamos buenos discursos.
Hoy, se dice que el discurso ya no es relevante, que las campañas políticas posmodernas ya no pasan por las propuestas y las ideas. Que los candidatos basan su éxito en otros elementos: el manejo de su imagen, el uso de las redes sociales, la operación política “en tierra”, la intriga y la grilla partidista y, desde luego, el imperio de su majestad, el spot. Y los políticos parecen estar convencidos de ello. Por eso se aprobaron una ley electoral que, este año, les regala más de 5 mil millones de pesos para gastos ordinarios y de campaña.
¿Qué estamos recibiendo a cambio de darles esos recursos a los partidos? “#PRIngaderas” y “#PANdejadas”. “Campañas basura” de una “injuriosa vulgaridad cívica”, “alejadas de la realidad del país”, “desprovistas de ideas y propuestas”. En fin, son de sobra conocidas las lamentaciones ante el panorama electoral. La única certeza es que de aquí al día de la elección, las campañas no van a subir de nivel. Con esos 11 millones de spots protagonizados por conductores de programas de chismes, personajes surreales bailando, cómicos enojados y redentores bondadosos que nos ofrecen el perdón por nuestros pecados electorales es que tendremos que decidir por quien votar.
¿Hacen falta buenos discursos en las campañas? Sí, hoy más que nunca. Y ¿qué es un buen discurso de campaña? Es el que ofrece una respuesta clara a una pregunta básica ¿Por qué quieres llegar a ese puesto y qué vas a hacer cuando llegues a él? Eso nos lleva más allá del marketing. Nos lleva a los valores, los ideales, las convicciones y las ideas, las propuestas que quieres convertir en acción, en programa de gobierno, en leyes. Eso es lo que falta del lado de la oferta.
Del lado de la demanda hay que preguntarnos ¿estamos dispuestos a escuchar buenos discursos? ¿queremos que los políticos nos expliquen bien quiénes son, sus propuestas, sus ideas, sus valores? ¿o nos han fallado tanto que estamos cerrados a escuchar? Tal vez no hay oferta de buenos discursos porque no hay demanda. ¿Qué razones explican este mercado desarticulado? Muchísimas, pero aquí les propongo cuatro para el análisis:
1) Las instituciones están descompuestas, porque la sociedad está descompuesta. Una sociedad profundamente desigual, dividida en grupos que pelean por su propia supervivencia e intereses, engendrará instituciones fragmentadas y enfrentadas por sus propias agendas. Los políticos no vienen de Marte: son producto de la misma sociedad en la que vivimos todos. Nos tiene que quedar claro: no tenemos las instituciones políticas que merecemos, tenemos las instituciones políticas que nos damos.
2) Parte de la decepción con la democracia se debe a la falta de claridad en el proyecto nacional. Pusimos muchas esperanzas en la democracia y hoy nos enfrentamos a “nuestros excesos y desmedidas expectativas”. Se nos olvidó que es un procedimiento, una herramienta. No es un fin tener elecciones, no es un fin tener partidos, no es un fin ir a votar. Es un medio para lograr algo. Pero no nos hemos puesto de acuerdo en qué es ese algo. Cuando no sabes a dónde quieres llegar, cualquier camino te da lo mismo. Llevamos 200 años tratando de entender qué queremos como país. Y de esos 200 solo llevamos veinte intentando ponernos de acuerdo para construir una democracia. ¿Nos hemos desencantado tanto que pensamos que es mejor renunciar a la democracia? ¿Los “poderes salvajes” que hoy nos lastiman se controlarán mejor bajo la bota de un caudillo o bajo el imperio de la ley?
3) Una incomprensión mutua entre ciudadanos y políticos. House of Cards es la serie tan exitosa porque le confirma a la gente lo que cree que ya sabe: que la política es corrupción, mentira, miseria humana y falta de escrúpulos. Los políticos saben que, por un corto periodo, los ciudadanos los ven con admiración y confianza que, la realidad y el tiempo convierten en decepción y desprecio. ¿Quién puede triunfar en una profesión así? Quienes puedan sostener más tiempo la admiración y la esperanza. ¿Se puede lograr eso diciendo la verdad en los discursos? ¿Se logra con ideas y propuestas racionales para resolver problemas reales? ¿O la gente en realidad quiere que la admiración y la esperanza les dure un poquito más? ¿Nos engañan o también nos dejamos engañar?
4) La burocratización de los partidos políticos. Una de las desventajas del financiamiento público es que los partidos se vuelven maquinarias burocráticas. La principal meta de las burocracias no es dar resultados: es preservarse y expandirse. Si los candidatos tuvieran que ganarse cada peso para su campaña en el podio, si tuvieran que convencernos de que ellos están capacitados para legislar o gobernar, habría mejores discursos. Pero, como en toda actividad subsidiada, la mediocridad hace fiesta en nuestros partidos hasta niveles grotescos.
¿Qué hacer entonces para elevar la calidad del discurso y de nuestra democracia? Lo que propongo les va a sonar raro, pero estoy convencido de ello: para salir de este hoyo de desconfianza hay que volver a confiar. Pero no en los políticos, sino en nosotros mismos. En nuestra propia capacidad de organizarnos y crear nuevos liderazgos democráticos que hagan la diferencia en la vida pública. Confiar en que la sociedad puede rescatarse a sí misma. Si no confiamos en nosotros, si nos quedamos instalados en el disgusto, la apatía, el cinismo y la indiferencia, en vez de conseguir la democracia que creemos merecer, seguiremos teniendo la democracia que nuestros políticos nos quieren dar.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.