Foto: Rufino, CC BY-SA 2.0 , via Wikimedia Commons

Con el fuego iluminado de Prometeo

Dos han pasado a ser los protagonistas de la pugna por el poder en Venezuela: las elecciones parlamentarias promovidas por el gobierno sin ajustarse a las condiciones de imparcialidad y transparencia que el mundo exige para su reconocimiento, y la consulta popular organizada por la Asamblea Nacional.
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Al aludir a los factores clásicos de la producción y sobre todo al criticar con tanto acierto la teoría marxista del valor, el gran economista austríaco Joseph Schumpeter proporcionó la idea más certera acerca del empresario en tanto que factor decisivo del desarrollo capitalista. Por supuesto no es mi intención reabrir viejas polémicas a estas alturas abandonadas incluso por marxistas de vieja data, que ya no gastan tiempo rememorándolas. He vuelto momentáneamente a ellas por una interesante conversación que acabo de tener con un amigo empresario:

—Es increíble que el PIB venezolano, me dice, se haya situado por debajo del de Nicaragua.

—Muchos empresarios se habrán ido, cansados de las deplorables políticas económicas, le respondo.

—No es mi caso. La situación es dura pero eso solo significa que debemos apelar a todo lo que hemos aprendido para que en algún momento nuestro país respire y salga adelante. Mis empresas siguen activas y sus gerencias trabajan todos los días. Por consideraciones humanas hemos sido flexibles con los trabajadores afectados por la carencia de transporte, de servicios, el flagelo inflacionario y esta interminable pandemia que nos mantiene atados de manos con esposas de acero.

El caso de mi amigo es especial pero también se trata de un ejemplo a seguir cuando cambie la situación y tengamos todos que impulsar la acelerada recuperación de Venezuela en todos los órdenes, colocando por supuesto el retorno de la democracia y la libertad en los lugares cimeros.

Con la fuerza de estos empresarios “schumpeterianos” y emprendedores, y la amplitud de miras del nuevo liderazgo en agraz, no hay por qué dudar de la recolocación de Venezuela en los excepcionales niveles de desarrollo que la hicieron figurar, por largos y continuos años, en el primer lugar latinoamericano medido por el ingreso per cápita. El segundo y tercero se lo disputaban Argentina, Uruguay y Cuba (pero entendamos: la prerrevolucionaria), sea bajo democracias estigmatizadas por la corrupción de Grau y San Martin y Prío Socarrás, sea por la tiranía del más corrupto aun general Fulgencio Batista.

Personalmente, había tachado la consulta popular propuesta por Juan Guaidó como un error, un riesgo innecesario superior a las fuerzas de la debilitada oposición, pero ahora me doy cuenta que, por lo que se ve, el equivocado era yo. Quizás influya mi virtual alejamiento del escenario político-partidista. En cualquier caso, dos han pasado a ser los protagonistas principales de la pugna por el poder escenificada por el gobierno y la oposición: las elecciones parlamentarias promovidas por Miraflores, sin ajustarse a las condiciones de imparcialidad y transparencia que el mundo les exige como base para su reconocimiento, y en la otra esquina de la arena, la consulta popular organizada por la legítima Asamblea Nacional, que está cobrando una fuerza impresionante.

Así como se le pide imparcialidad a las parlamentarias, es importantísimo que la consulta extreme esos requisitos porque, según las más recientes declaraciones de los órganos cupulares del sistema jurídico internacional y de la defensa de los derechos humanos, si Maduro no hace un supremo esfuerzo para atenerse a las pautas internacionales y negociar en serio con la Asamblea Nacional legítima presidida por Guaidó, todos sus supuestos logros en la subasta de partidos y lo que pueda haber obtenido en los diálogos con la mesa unitaria se habrán perdido, dejando igual o tal vez peor la muy difícil situación que lo abruma. De nada habrá servido la ficción constituyente, la división de partidos, la arbitraria prisión de diputados, militares y luchadores sociales, dejando a la vista del universo el cadáver de las inmunidades y la abrupta violación de los derechos humanos.

De allí que sin necesidad de un reconocido árbitro que levante la mano del vencedor, será ciertamente la de la consulta popular la favorecida, si a última hora no se sumergen los factores de oposición en una nueva vorágine “cainita”, una fastidiosa campaña de descalificaciones en busca desesperada por un liderazgo que en modo alguno merecerían.

He perdido ilusiones políticas personales, declaro de una vez y para siempre que nunca más aspiraré a candidaturas por elección, empezando por la presidencial, que por años creí merecer, ni a diputado o concejal. Para mí esa historia concluyó. Solo me queda ayudar, aconsejar, darle un destino útil a todo lo que haya aprendido. Antes de bajar del proscenio de la política o la vida, debo cumplir el imperativo –hasta donde me lo permitan el tiempo y el fuego vital de Prometeo, el padre de los seres humanos– escribir los tomos que faltan de mis memorias y las obras literarias que me tengo prometidas. Por supuesto, en el más amplio y hermoso ambiente de libertad, derechos humanos plenamente vigentes y democracia; o dicho con más precisión, de democratización permanente como prefieren los politólogos y sociólogos de nuestro tiempo, o de “democracia en movimiento”, según la fórmula acuñada por mis ilusos compañeros de siempre.

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Es escritor y abogado.


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