Contra la anti-hipocresía

La hipocresía de los políticos es un material muy bueno para los columnistas, pero insistir en ella conduce a la melancolía y la resignación.
AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

Todos los políticos son hipócritas. Es parte del juego. Pero algunos lo son más que otros. Pedro Sánchez es un presidente especialmente hipócrita. Al principio intentaba racionalizar sus cambios de opinión; hoy es transparente en su hipocresía. Ya le importa poco que la prensa y la oposición le recuerden que hace dos meses defendía exactamente lo contrario que proclama hoy. Su estrategia ante esto es la luz de gas (esto que ha ocurrido en realidad no ha ocurrido, hazme caso) o directamente el desdén o el desprecio (si me estás preguntando por esto es porque perteneces a los malos y a los malos no hay que hacerles caso). A pesar de su gobernanza opaca, Sánchez es un presidente muy transparente. Lo que le mueve es su ambición de poder. A todos los líderes políticos les mueve eso mismo. Pero algunos lo saben ocultar mejor. 

Es fácil señalar las contradicciones del presidente, sus cambios de rumbo e hipocresías. Todos tenemos alguna favorita. La mía sigue siendo una que no es exactamente suya, pero es de su escuela: el sanchismo es una doctrina del cinismo. Es además un ejemplo del principio de su mandato, lo que muestra un compromiso con la desinformación que viene de lejos. En mayo de 2018, el líder del PSOE Pedro Sánchez dijo que “lo ocurrido el 7 de septiembre en el Parlamento de Cataluña se puede entender como un delito de rebelión”. Al llegar al Gobierno, cambió de opinión. En una rueda de prensa, la portavoz del Gobierno, Carmen Calvo, defendió la nueva postura y dijo: “El presidente del Gobierno nunca ha dicho que haya un delito de rebelión en Cataluña”. Cuando la prensa le recordó que era obvio que sí, la vicepresidenta respondió: “Por entonces no era presidente del Gobierno”. Es un ejemplo de un cinismo especial, malicioso y con un punto divertido: uno sabe claramente que le están vacilando. Con los años, el gobierno ha perfeccionado esa técnica. 

La hipocresía de los políticos proporciona muy buen material para quienes escribimos columnas políticas. Es un contenido muy tentador. Pero esta lógica “anti-hipócrita” tiene sus límites. Se denuncia la incoherencia del político, que prometió que no haría una cosa que sí está haciendo. El político lo ignora o se inventa una excusa. La ciudadanía se indigna. El político lo vuelve a hacer. La prensa lo vuelve a señalar automáticamente. Y a la ciudadanía cada vez le va importando menos. ¿No es lo que hacen los políticos? Es una receta para la melancolía y la resignación. Nos hemos creado una jaula en la que somos incapaces de determinar si algo es bueno o malo: el único juicio posible en la lógica anti-hipócrita es si el líder piensa hoy lo mismo que ayer, o si ha cambiado de opinión. 

Al mismo tiempo, no se me ocurre otra manera de fiscalizar al poder. Considerar acríticamente la hipocresía como parte del juego político es una posición cínica. También la corrupción es parte del juego de la política y no por ello nos hemos rendido a erradicarla. La posición “es lo que hay” me recuerda a quienes insisten en que la objetividad no existe. Muchas veces lo hacen para defender sus posiciones particulares (o sectarias) como verdades universales. 

La rendición de cuentas consiste en poner al líder ante el espejo y exigirle responsabilidades sobre lo que dice. Si su palabra no vale nada, pensamos, la ciudadanía tomará nota. Pero esa es una lógica de la época en la que existía la rendición de cuentas, hoy muerta ante la polarización, la pérdida de poder de la prensa y la fatiga ciudadana. Hoy vivimos en la era de la posdemocracia liberal, en la que los errores no pasan factura a los políticos.

+ posts

Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: