Dos de los grandes argumentos propagandísticos del gobierno de Pedro Sánchez han sido la lucha contra la corrupción y el feminismo. La construcción de un dique frente a la ultraderecha es más sobrevenido. Pero si se mantiene la lógica actual, no sería raro descubrir dentro de poco a dirigentes del PSOE cantando el Cara al sol a pocos metros del despacho del presidente, que naturalmente no habría oído la música gracias a unos auriculares de cancelación del ruido.
La corrupción no es el resultado de un desgaste. Parece que había gente dedicada a ello desde el principio. El proyecto ha mostrado una encomiable capacidad de diversificación: obra pública, mascarillas o hidrocarburos, pero también energías renovables. Aportaban el conocimiento de administraciones regionales mafieadas y lo aplicaban al conjunto del territorio; aprovechaban la catástrofe del Covid. Afectaba al gobierno, al partido y al Estado a través de la SEPI. Incluía una división dedicada a la extorsión bien conectada con el poder.
Después de buscar frenéticamente el Me Too español, vemos en Moncloa algo que responde al modelo platónico: abuso de poder, machismo y acoso sexual en un ambiente progresista, con canales institucionales que no sirven para gestionar las denuncias sino para frenarlas, pasividad organizativa en el mejor de los casos, frecuente ausencia de proceso legal, un componente de “fuego amigo” y un elemento de lucha de poder. El feminismo, ha dicho el presidente, nos da lecciones cada día: al leer sobre el supuesto comportamiento de algunos de sus hombres de confianza, resulta sorprendente ver en qué materias necesita enseñanzas el gobierno más feminista de la historia. Ahora, ya se sabe, el argumento es que lo que ocurría con los colaboradores directos del presidente es un problema de toda la sociedad: o sea, que en el fondo no es suyo. Una de cada tres mujeres, decía el presidente, ha sufrido acoso: se diría que hay entornos que suben la media. Por ejemplo, parecen particularmente peligrosos los que aparecen en Manual de resistencia.
Varios de los implicados en la presunta corrupción forman parte del núcleo de colaboradores más estrechos del presidente. No hay apoyos y no hay proyecto: seguir es solo una estrategia de salvación personal de un líder acosado; perjudica algunas de las buenas causas que dice defender, pero eso no importa. Ante la avalancha de noticias, registros y detenciones, casi podríamos olvidar que esta legislatura estéril está marcada por la Ley de Amnistía. La democracia española pidió perdón a los que habían atacado el orden constitucional y deslegitimó las actuaciones de policías, jueces y otros funcionarios para formar un gobierno sin el que estas tramas no podrían seguir actuando. Un aforismo de Gómez Dávila resume la situación: “Los pecados que escandalizan al público son menos graves que los que tolera”.