En un primer reportaje, tres mujeres confesaron al diario El País que el director de cine independiente Carlos López del Rey, más conocido como Carlos Vermut, abusó sexualmente de ellas. Unas semanas después, el periódico publicó otro artículo donde otras tres mujeres acusan a Vermut. Las reacciones de rechazo e indignación se han sucedido desde entonces y, como consecuencia, un ingente número de personas, tanto del mundo de la cultura como al margen de este, ha agitado la moralidad de la cancelación. El escrupuloso trabajo de Gregorio Belinchón, Ana Marcos y Elena Reina, los periodistas que firman las noticias, no puede sustituir a ningún proceso penal. Sin embargo, la condena civil de Vermut ya está escrita.
Los medios de comunicación desempeñan un papel protagonista en la construcción del conocimiento social. Su influencia, a menudo omnipresente, ha desbancado la credibilidad y confianza en la justicia. Pero conviene poner en cuarentena los dichos sobre los hechos. Sin pretender un enfoque provocador, creo firmemente que hay espacio para los grises. Lo noticiable se presta a una profunda discusión sobre la violencia sexual, la vulnerabilidad y los límites del consentimiento. El modo en el que los periodistas describen los abusos nos facilita no solo una cosmovisión particular sobre la violencia sexual y el sexo no normativo, también hace explícito cómo los protagonistas de la noticia, Vermut y esas tres mujeres, entienden la erótica, la sexualidad y el género.
El primer testimonio describe una situación sumamente grave y desagradable. Lo reprobable no es que exista una conducta sexual no normativa, como el estrangulamiento o el forcejeo. Lo reprobable es que esa conducta no sea previamente pactada y, por tanto, deseada y consentida por ambos. Como recogía hace unos días en un tuit, la cuestión resulta francamente simple: “Si a mí me gusta el sexo duro lo informo y explico a mi pareja sexual. Podemos coincidir en gustos o no. Si coincidimos, pactamos lo que podemos hacer y lo que no. Si no coincidimos, buenas noches y buena suerte.” El sexo duro (o el kink) es un juego de roles, un teatro erótico, una experiencia consensual e informada donde hay un intercambio de poder y control.
Muchos adultos todavía no han comprendido que el consentimiento sexual no se reduce a un sí. El consentimiento incluye una serie de requisitos como la voluntariedad sin coacción, engaño, chantaje o uso de la fuerza o poder físico, la madurez y conciencia de las personas que participan, la información específica sobre lo que se va a hacer y cómo (prácticas, uso de anticonceptivos y/o métodos de barrera, nivel de intensidad, palabra de seguridad si realizamos prácticas no normativas, etc), la especificidad (decir sí no es decir sí a todo, de cualquier manera) y la reversibilidad (la actividad sexual se puede detener una vez iniciada, aún cuando estamos desnudos o hemos realizado otras prácticas sexuales previas). Estas bases deben mantenerse tanto en el sexo vainilla como en el sexo duro. Además, afecta a todas las personas que quieren y desean participar en ese encuentro erótico, sean dos, tres o veinticuatro.
Ahora bien, si a una persona le gusta el sexo duro y no procura esos mínimos, es muy posible que se esté aprovechando de la situación. El silencio o la falta de libertad para decidir sobre lo que se quiere hacer no es consentimiento. Si no me siento libre para hablar con una persona sobre mis preferencias eróticas no debería mantener mi interés sexual. Sin comunicación y sin honestidad, el sexo se puede tornar abusivo y desagradable. Si no me siento libre para expresar mis gustos eróticos cuando deseo tener sexo con una persona, ya sea por miedo a ser juzgado como un “cerdo” o porque puedan no ser correspondidos, no tengo ningún derecho a imponerlos de forma sorpresiva.
Las negociaciones básicas para tener sexo pueden ocupar apenas unos minutos. Habrá quien piense que comunicar esto previamente puede cortar el rollo o parecer antinatural. Para mí (y un largo número de mortales) lo antinatural es que los seres humanos se comporten como animales en celo y reproduzcan los guiones del porno o de las ficciones románticas en sus relaciones sexuales. La ficción puede ser creíble y no por ello significa que eso sea correcto, adecuado, deseable. Para conocer los límites de una persona en el sexo hay que preguntar. Estos límites existen para que la relación sea segura, confiable y placentera. Si ignoro esto, no me importa la integridad de la persona, sino solo mi propia gratificación sexual a costa de su indiferencia o sufrimiento. No comunicar y no negociar correctamente las preferencias y prácticas eróticas es la causa de muchos abusos.
Por supuesto, en algunos momentos también se puede negociar en el durante. Sin embargo, esto no está exento de riesgos y aún menos cuando uno se reconoce como aficionado al sexo violento. Algunas personas pueden acceder a determinadas prácticas por la excitación del momento y luego darse cuenta de que no era algo que verdaderamente deseaban. También puede suceder que, iniciada la actividad sexual, las señales de rechazo puedan ser ambiguas o se sobrepasen límites concretos por no haberlos hechos explícitos (“me gusta que me muerdan, pero no en el pezón”). De estas situaciones se derivan muchos malestares. Aparece el arrepentimiento, las lamentaciones, la culpa e incluso, el asco. Sin embargo, esto no quiere decir que estemos ante una violación. Una mala experiencia sexual no es equivalente a un abuso, pero provoca incomodidad y evidencia un conocimiento muy reducido sobre educación sexual y consentimiento.
Para algunas personas, el uso de la fuerza, los insultos, los forcejeos o las arcadas son conductas habituales, consentidas y deseadas en el sexo. Una persona que desea pasárselo bien y que te lo pases bien en el sexo procura y asegura responsabilidad completa antes de iniciar dicha acción, preferiblemente en ese momento donde habéis comenzado a sentir excitación, pero todavía no hay una conducta explícita.
El propio Vermut ha reconocido ser aficionado al sexo duro. Sin embargo, a tenor de sus palabras y los testimonios de las denunciantes, parece que este no consideró la necesidad de hablarlo. En el propio artículo, el director admite lo siguiente: “Una persona puede sentirse incómoda, creer o recordar que está siendo clara en su manera de querer parar la relación. Y a lo mejor no lo transmite de una manera en la que la otra persona lo pueda entender. También se añade el hecho de que esa persona, yo lo entiendo, puede sentir miedo a agravar la situación.”
Es posible que sin negociación previa el sexo hubiera sido agradable y no abusivo otras veces. También puede salir bien tomarte cuatro copas, coger el coche y no causar un accidente en plena autovía. Pero quizá, si esto sucede otra vez, el resultado pueda ser mortal. Con el sexo ocurre algo muy parecido. Así que, para evitar riesgos y minimizar los malos entendidos, lo responsable es hablar de estos asuntos antes.
El primer testimonio no solo manifestaba una situación donde el consentimiento no había tenido lugar sino también otros encuentros que, pese al uso de la violencia por parte del director, sí parecían consentidos por ambas partes. De hecho, la misma chica admitía: “Yo, estúpidamente, llegué a creer que eso era salvaje, que estaba bien.” Estas palabras han sido utilizadas para cuestionar su credibilidad. Si bien no resulta incompatible sufrir una violación y después tener sexo consentido con la misma persona.
Hay personas que consideran que sufrir una violación conlleva estar destrozada para siempre y marcar una distancia total con el agresor. No siempre es así. No existe una única manera de reaccionar ante una violación y quien impone visiones únicas al respecto niega la individualidad de las personas. Afrontar lo sucedido admite conductas diferentes y a veces actitudes que a ojos del entorno no resultan lógicas, protectoras o compasivas con una misma.
La exigencia de un comportamiento concreto a las víctimas para ser creídas muestra la necesidad de seguir sensibilizando contra la violencia sexual. La presión para que denuncien o lo hagan de inmediato para no ser cuestionadas pasa por alto el shock inicial, el miedo al agresor o las consecuencias de la revictimización. La sociedad demanda que la víctima sea perfecta para darle su mano, a la vez que exige que el agresor presente cierta sospecha, ya sea por su aspecto físico o, en este caso, por el contenido de sus películas.
Es importante formarnos una opinión de esta noticia al margen de los estereotipos de género. Principalmente, esto atraviesa dos aspectos. Por un lado, hay que tener presente que cómo reaccione una víctima no resulta nunca determinante para conocer la responsabilidad del agresor. Por otro, ningún discurso pseudofeminista que asuma una visión puritana del sexo e infantilice a las mujeres se preocupa verdaderamente por su libertad sexual. El control de la sexualidad disfrazado de falso proteccionismo no es más que una forma de domesticar los deseos y restarnos agencia.
El agresor rara vez elige a las víctimas por azar. Ahora bien, ¿cómo eligen las víctimas tener sexo antes o después de una agresión? Si hay algo que me ha llamado poderosamente la atención de los relatos de las mujeres que acusan a Vermut de abuso es la falta de conocimiento que tienen sobre sus propios gustos, límites y habilidades. Independiente del nivel de gravedad de los comportamientos que relatan, todas parecen utilizar el sexo como una experiencia para validarse, para sentirse especiales a ojos del otro, para complacer a riesgo de ponerse en peligro y acabar destrozadas.
Habría que recordar que, como adultas y en lo que respecta a nuestra vida sexual, también tenemos una responsabilidad. Cualquier juego sexual es arriesgado cuando las condiciones no son óptimas, ya sea condiciones físicas o condiciones psicológicas. Si queremos prevenir la violación, tenemos que analizar las estructuras de poder, pero también posibilitar el conocimiento sexual y la autonomía de las mujeres. Cuando reina el discurso del miedo, el placer y la exploración parecen no tener cabida en la denominada agenda feminista. Y, tristemente, esto también influye en la construcción de nuestra identidad y nuestras experiencias. Ya sabemos quién es el monstruo, pero ¿qué vamos a hacer ahora? Desear. Consentir. No violar. Muy bien. Pero necesitamos más. Más educación. Más prevención. Más autocuidado. Tener poder sobre una misma nos salva y protege de muchas malas decisiones.
Loola Pérez es graduada en filosofía, sexóloga y autora de Maldita feminista (Seix Barral, 2020).