El dilema de Macron frente a los chalecos amarillos

El presidente francés ha cedido ante las protestas y ha aplazado seis meses la subida del precio de los combustibles, pero sus problemas no terminan ahí.
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Sobre los adoquines de los Campos Elíseos se han vivido en menos de cinco meses una comunión patriótica histórica después de la victoria de los bleus en el Mundial, una conmemoración global por el centenario del armisticio de la Grande Guerre y, desde hace un par de semanas, lo peor de una movilización (con un lado delincuente) que es más importante de lo que parece. La memoria en política es corta, en Francia siempre ha sido el doble de corta.

Lo paradójico es que Emmanuel Macron es supuestamente uno de los más proclives a saber que nada dura, que el reality show en el que se ha convertido la política le obliga a dotar constantemente de sentido su presidencia. Su éxito electoral estuvo basado en hacer una radiografía de Francia en el momento t y no desviarse nunca de esa instantánea durante la campaña, aunque la intención de voto le situara al principio en cuarta posición. Ahí nació la famosa marche por el ancho del territorio para legitimar un relato posideológico que se ajustara al estado de la opinión pública: una alternativa a los partidos tradicionales, al pánico a tomar decisiones de Hollande y al estilo “nuevo rico” de Sarkozy. El método Macron sentó cátedra y debía evitarle repetir repetir los errores de sus predecesores: hay que identificar detrás del griterío las tendencias de fondo de la opinión y darles un significado. Tal y como definía “significado” su padre intelectual, Paul Ricoeur: es tanto una explicación como una dirección. Marcel Gauchet, otro de sus filósofos de cabecera, lo resumía diciendo “que un buen proyecto político propone a los ciudadanos una traducción de la realidad en la que viven”, un savoir-faire muy ligado al liberalismo progresista de Monique Canto-Sperber.

Pero el poder pasa factura, incluso para un presidente que quiere gobernar a partir de diagnósticos más que de doctrinas. Al primer ministro Philippe, que finalmente anunció una moratoria sobre la subida del precio de los combustibles, y al propio Macron se les han escapado dos de esas tendencias de fondo que sin embargo varios estudios (como este excelente del CEVIPOF) llevaban meses señalando.

El poder adquisitivo

Desde hace décadas una de las preocupaciones que aguantan invariablemente el paso del tiempo en las encuestas francesas es el pouvoir d’achat. El poder adquisitivo es un concepto en el que se dan cita todas las paradojas francesas: por un lado la obsesión por un Estado considerado punitivo por tener una de las imposiciones más importantes del mundo –Francia destina a su gasto público el 57% de su PIB, 13% más que Alemania–; por el otro, una incapacidad crónica para repensar políticamente un Estado del bienestar generoso que permita al país resistir, por ejemplo, una crisis como la de 2008-2014. En otras palabras, querer pagar menos pero mantener los mismos estándares. En este sentido, el éxito inesperado de los chalecos amarillos en realidad refleja el miedo creciente a una pérdida acelerada de poder adquisitivo. Ya en marzo de 2018 esa era la principal crítica al gobierno: un 52% de los franceses consideraba que las medidas económicas deterioraban globalmente la capacidad adquisitiva de los hogares. La tendencia ha ido en aumento desde entonces y permite explicar en parte por qué tanto revuelo si solo hablamos de una simple subida del impuesto sobre la gasolina.

La transición ecológica

La segunda tendencia de fondo es en realidad un gran malentendido que se ha ido instalando en Francia respecto a la transición energética y la lucha contra el cambio climático. No hay que olvidar lo que le debe el presidente francés a este tema en su capacidad de erigirse como el líder de una especie de oposición mundial al gobierno de Trump. Macron no necesitó más de tres días de presidencia para lograr el panache internacional que soñaron sus predecesores con la famosa réplica “Make the planet great again”. El futuro de Macron, para bien o para mal, va muy ligado a la capacidad de seguir aglutinando la opinión pública alrededor de la lucha contra el cambio climático y la necesidad de cambiar de modelo energético. Y ahí es donde se han ido torciendo también las cosas. Primero con la dimisión de su ministro estrella, que venía de la sociedad civil, Nicolas Hulot, y luego con una serie de medidas que separadas pueden tener toda la lógica, pero que juntas han acabado por ser percibidas como la voluntad de hacer pagar a los pequeños contribuyentes –y en particular al automovilista– el coste y los sacrificios que conllevarán la susodicha transición energética: peatonalización de París, nuevos límites de velocidad a 80km/h, nuevas medidas punitivas para los coches más contaminantes, etc.

¿Y ahora qué?

Emmanuel Macron es el primero que reconoce el riesgo que corren él, Francia y el conjunto de la Unión Europea y que va mucho más allá de la simple reivindicación de los chalecos amarillos. En su discurso del pasado martes 27 de noviembre el presidente dijo textualmente que el medio ambiente nunca debe convertirse en una política pública que sea percibida como una cosa de pijos urbanos. Ese reto se aplica a Francia de forma inmediata, pero este conflicto representa un aviso a navegantes a otros países de Europa.

La duda está en cómo revertirá el presidente esas dos tendencias de fondo en un contexto donde buena parte de la oposición parece más preocupada por competir con los violentos de turno para ver quién se aprovecha más de la situación. En cualquier caso a Macron y a su gobierno les queda poco o ningún margen: en 2019 entra en vigor la reforma de la declaración de renta, lo que supondrá simbólicamente otro recorte más para el bolsillo. Diciembre está siendo complicado, pero ojo con la cuesta de enero.

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Es director de Estudios Europeos en el Instituro Viavoice de París. Es autor de Europa, Europa (EnDebate).


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