El pacto con México

Además del Pacto por México, Peña Nieto debe firmar un Pacto con México.
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El gobierno hizo bien en firmar el Pacto por México. Las reformas que ha propuesto Peña Nieto son indispensables para que el país desarrolle su potencial económico y eleve su tasa de crecimiento. Necesitan ser aprobadas por el Legislativo, donde el presidente tiene que negociar con los partidos firmantes del Pacto porque, como se sabe, el PRI no tiene la mayoría de escaños necesaria en las Cámaras  para aprobar sus iniciativas.

Pero el presidente parece haber olvidado que no hay reformas o cambio de paradigma económico y político que funcione, si no está cimentado en el apoyo de la sociedad civil. Las decisiones por consenso son casi siempre imposibles en una democracia: la meta es lograr el apoyo de una amplia mayoría. Para convencer a quienes no votaron por él y a los perennes indecisos, Peña Nieto tiene que abrir –y usar de manera sistemática– canales de comunicación con la sociedad civil. Las reformas, especialmente la energética, son naturalmente complejas. La explotación, refinación y venta de hidrocarburos son asuntos laberínticos en un contexto globalizado. El ciudadano de a pie difícilmente entenderá el contenido y los alcances de esa reforma, si el gobierno no emprende una campaña amplia y eficaz para explicar a la sociedad por qué esas medidas son necesarias para el país y cuáles son sus alcances.

En el caso de la reforma educativa, el vacío de información ha abierto la puerta a quienes se oponen y distorsionan su contenido para crear un clima de inestabilidad política que, como lo hemos vivido en las últimas semanas, complica la aprobación y aplicación de cualquier medida

Es difícil saber –porque en la historia los hubieras no existen– qué hubiera sucedido si el gobierno hubiese relegado la reforma a la educación, cuya aplicación tendrá que ser necesariamente gradual, y hubiera emprendido en cambio la labor titánica de modificar las reglas del juego en el sector energético. Lo cierto es que la falta de una campaña inteligente y repetitiva –como todas las buenas campañas– para vender a toda la sociedad la reforma educativa ha permitido a la CNTE, normalistas y encapuchados, agitar de nuevo el petate del muerto de la “privatización”.

El gobierno debió haberse adelantado a sus opositores y subrayar todos los días lo que la reforma busca (elevar la calificación de los maestros y de la enseñanza) y lo que no piensa modificar (la educación pública seguirá siendo laica y gratuita). Sin una estrategia de comunicación con la sociedad para informar y consolidar el apoyo mayoritario de la opinión pública a la reforma, el gobierno se encuentra ahora “negociando” con los delincuentes de la CNTE. Algo similar le ocurre a las autoridades de la UNAM, que intentan dialogar con los encapuchados que tomaron Rectoría y que, ayunos de ideas, tienen como único instrumento de diálogo la violencia.

Lo más grave es que esos vacíos informativos alimentan la atmósfera de pesimismo, que va a contracorriente de la prensa internacional que lleva meses augurando un futuro promisorio al país (siempre y cuándo se apliquen las reformas que el gobierno ha anunciado). La inseguridad, la violencia y la impunidad que padecemos son los principales ingredientes del escepticismo de la ciudadanía, pero la confusión parte de la falta de información y añade un elemento a la explosiva mezcla. Muchos no entienden, porque no conocen, el contenido de las reformas, ni tampoco qué se propone el gobierno y para qué.

Además del Pacto por México, Peña Nieto debe firmar un Pacto con México. Necesita consolidar el apoyo de la mayoría a las reformas. Explicar a la ciudadanía, no sólo el contenido de sus iniciativas, sino el proyecto de país moderno que persigue. Tiene una inmensa ventaja: sus opositores carecen de propuestas y proyecto. Su único programa es generar inestabilidad política. Pero esa ventaja puede resultar en un bumerang si el gobierno no aprovecha ahora el vacío programático de sus opositores porque, aquí y en China, el mayor obstáculo a las reformas es precisamente la inestabilidad política. 

(Publicado previamente en el periódico Reforma)

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Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.


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