El silencio puede ser un instrumento muy poderoso de comunicación en un discurso. Esto quedó demostrado recientemente por Emma González, una joven de 18 años que sobrevivió a la masacre de Parkland, Florida y que se ha convertido en líder y símbolo de las protestas masivas contra la venta indiscriminada de armas de guerra a civiles en Estados Unidos.
González dio un sentido discurso en Washington D.C., en una protesta que convocó a por lo menos medio millón de personas. Ella comienza su mensaje describiendo el tiempo que le llevó al asesino de Parkland matar a sus compañeros y profesores y herir a otros inocentes:
6 minutos y unos 20 segundos. En poco más de 6 minutos, 17 de nuestros amigos nos fueron arrebatados, 15 estaban heridos y todos, absolutamente todos en la comunidad de Douglas fuimos cambiados para siempre.
La oradora recurre después a la metáfora:
Todos los que estuvimos ahí lo entendemos. Todos los que han sido tocados por la fría garra de la violencia de las armas lo entiende.
Y a la narrativa vivencial:
Porque nosotros pasamos largas, llorosas y caóticas horas bajo el sol quemante de la tarde sin saber nada. Nadie comprendía el tamaño de lo ocurrido. Nadie podía creer que había cuerpos en ese edificio que esperaban ser identificados por más de un día. Nadie sabía que la gente que había desaparecido ya había dejado de respirar.
De ahí, González pasa lista a sus compañeros y profesores caídos y los va mencionando por su nombre uno por uno:
Seis minutos y veinte segundos con una AR-15, y mi amiga Carmen nunca volvería a quejarse conmigo de sus clases de piano. Aaron Feis nunca volvería a llamar a Kira “Miss Sunshine”. Alex Schachter nunca volvería a caminar en la escuela con su hermano Ryan. Scott Beigel nunca volvería a bromear con Cameron en los campamentos. Helena Ramsey nunca volvería a pasar tiempo con Max después de clases. Gina Montalto nunca volvería a saludar a su amigo Liam en el lunch. Joaquin Oliver nunca volvería a jugar basquetbol con Sam o Dylan. Alaina Petty nunca volvería. Cara Loughran nunca volvería. Chris Hixon nunca volvería. Luke Hoyer nunca volvería. Martin Duque Anguiano nunca volvería. Peter Wang nunca volvería. Alyssa Alhadeff nunca volvería. Jamie Guttenberg nunca volvería. Meadow Pollack nunca volvería.
Y ahí, sin avisar a la audiencia, Emma González guardó silencio ¡por cuatro minutos y medio! Aquí quiero ser enfático en algo importante: hablar bien en público es una tarea que puede ser bastante difícil. Hablar bien y ser claro y persuasivo ante medio millón de personas, todavía más. Pero si a eso le sumamos las emociones que Emma González tiene como sobreviviente de una balacera donde ella pudo haber muerto y murieron amigos suyos, entonces la compostura que se necesita para pararse a dar un buen discurso frente a una multitud es una tarea que uno imaginaría reservada para gente con mucha experiencia oratoria.
En un momento así, lo lógico es que las emociones desborden al orador y comience a levantar la voz con indignación y dolor. Pero Emma González hizo lo contrario, domó su tristeza y su rabia y eligió al silencio como herramienta retórica para transmitir esas emociones. Se necesita un gran aplomo para detenerse a medio discurso, guardar silencio durante cuatro minutos –una eternidad si se está tras el podio– mirar fijamente a la multitud y controlar el llanto. Lo que hizo Emma González me parece una verdadera proeza no solo discursiva, sino de entereza personal y compromiso con una causa.
Como he explicado en esta bitácora, un discurso persuasivo tiene alineados argumentos racionales, argumentos emocionales y la personalidad o esencia del orador. Este breve pero muy poderoso discurso de Emma González nos demuestra que cuando hay esencia y hay causa, el silencio comunica, conmueve y convence tanto o más que las palabras.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.