El príncipe Felipe de Edimburgo y el ideal comunista

El príncipe Felipe de Edimburgo podía permitirse seguir tantas pasiones distintas porque el día en que se casó con la reina quedó libre de lo que Marx llamó “la aburrida compulsión de las relaciones económicas”.
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Un efecto no deseado y no señalado de los elogios fúnebres al príncipe Felipe de Edimburgo es que nos han recordado la visión del comunismo de Marx.

Lo que quiero decir es que varios de sus admiradores lo describen como un “hombre del renacimiento” a causa de su amplia variedad de intereses.

Esto, no obstante, es un ejemplo de un error común: adscribir agencia a lo que en realidad es un resultado de las fuerzas económicas.

El príncipe Felipe de Edimburgo podía permitirse seguir tantas pasiones distintas porque el día en que se casó con la reina quedó libre de lo que Marx llamó “la aburrida compulsión de las relaciones económicas”. A la mayoría de nosotros, sin embargo, esta compulsión nos obliga a especializarnos, a desarrollar una sola destreza en detrimento de otros intereses. El capitalismo descansa en la división del trabajo. Pero como vio Adam Smith, eso puede destruirnos.

El hombre que pasa la vida entera realizando unas pocas operaciones sencillas, cuyos efectos quizá son siempre los mismos o prácticamente los mismos, no tiene ocasión de ejercer su entendimiento o ejercitar su invento para descubrir maneras de aparar dificultades que nunca se producen. Naturalmente pierde, por tanto, el hábito de ese ejercicio y en general se vuelve tan estúpido e ignorante como puede llegar a ser una criatura humana. El entumecimiento de su mente lo vuelve no solo incapaz de deleitarse o tomar parte en una conversación racional, sino de concebir cualquier sentimiento generoso, noble o tierno, y por tanto de formar cualquier juicio justo incluso acerca de muchos de los deberes cotidianos de la vida privada. Es totalmente incapaz de tener un juicio sobre los grandes y extensos intereses de su país.

El dominio de una destreza, decía Smith, “se adquiere a expensas de sus virtudes intelectuales, sociales y marciales”. Piensa en William Shockley, Bobby Fischer, James Watson, Larry Summers, Morrissey, Richard Dawkins….

De hecho, la historia temprana del capitalismo estaba marcada por el orgulloso rechazo de los trabajadores a dedicar muchas horas a hacer una sola cosa. Sidney Pollard (pdf) y E.P. Thompson (pdf) han documentado cómo los capitalistas se esforzaban para instalar una disciplina de trabajo antinatural en sus empleados. En palabras de Pollard:

Hombres que no eran acumulativos ni adquisitivos, acostumbrados a trabajar para su subsistencia, no para la maximización del beneficio, debían volverse obedientes al estímulo del efectivo, y obedientes de la manera necesaria para reaccionar con precisión a los estímulos presentados.

Por supuesto, las condiciones y jornadas laborales han mejorado desde la época de Marx y mucha gente ha interiorizado la ética capitalista del trabajo. Pero no todos nosotros. Investigaciones de Alex Bryson y George McKerron han mostrado que incluso la gente que tiene buenos trabajos es más infeliz cuando trabaja que cuando realiza cualquier otra actividad, salvo estar enfermo en la cama. Por eso miles de aquellos que pueden permitírselo se salen de la carrera de ratas para hacer lo que el príncipe Felipe podía hacer: satisfacer una variedad de intereses. Una de las razones por las que me hace ilusión jubilarme (el año que viene, espero) es que quiero pasar más tiempo leyendo, cuidando del jardín, aprendiendo música y aprendiendo italiano.

Y aquí es donde viene Marx. En su visión del comunismo el trabajo ya no suprimía nuestro desarrollo como Smith pensaba que hacía. (Marx, por supuesto, había leído a Smith mucho mejor que sus admiradores actuales.) En cuanto comienza la distribución del trabajo, cada hombre tiene una esfera particular y exclusiva de actividad, que le es impuesta y de la que no puede escapar. Es un cazador, un pescador, un pastor, o un crítico y debe seguir siéndolo si no quiere perder su medio de vida; mientras que en la sociedad comunista, donde nadie tiene una esfera exclusiva de actividad pero todos pueden volverse competentes en cualquier rama que desee, la sociedad regula la producción general y por tanto hace que me resulte posible hacer una cosa hoy y otra mañana, cazar por la mañana, pescar al mediodía, cuidar del ganado por la tarde, hacer crítica después de la cena, siempre que tenga una mente, sin convertirme nunca en un cazador, pescador, pastor o crítico.

Podrías señalar que la visión de Marx era la de una sociedad de diletantes (sorprendentemente bucólicos). Eso no afecta a la observación: que en la sociedad comunista serás capaz de realizar solo una actividad si lo deseas; serás libre de elegir.

Sí, libre. El principal problema de Marx con el capitalismo no era tanto que fuera injusto sino que generaba una falta de libertad al alienarnos de nuestra naturaleza. Como señala William Clare Roberts, el capital “doblega a la fuerza de trabajo para un fin ajeno y antinatural”. Marx, dice Clare Roberts, era un teórico de la libertad.

Aquellos de nosotros lo bastante ricos podemos apartarnos de la alienante y represiva división del trabajo si nos jubilamos antes, aunque por supuesto no sin daños. Pero ¿lo que es posible para unos pocos privilegiados es posible para todos?

Solo en una economía lo bastante desarrollada. Marx pensaba que un nivel particular de afluencia era necesario para el comunismo, y que aunque el capitalismo podía aportar el potencial para esta afluencia, no realizaría por completo ese potencial y que llegaría un momento en el que el capitalismo dejaría de desarrollar fuerzas productivas para convertirse en un freno. Sería necesario el comunismo para que todo el mundo pudiera realizar ese potencial. El “comunismo de lujo totalmente automatizado” de Bastani pertenece a esta tradición.

Por supuesto, que esto sea factible es otra cosa. La respuesta está en el resultado de la carrera entre el cambio técnico y los retornos decrecientes y los alquileres ascendentes, y personalmente considero que hacer pronósticos sobre lo primero es absurdo.

Pero no es lo que pretendía tratar. Solo quiero señalar una bonita paradoja: que los autores de los elogios fúnebres del príncipe Felipe, quizá sin darse cuenta, han defendido la visión del comunismo de Marx.

Publicado originalmente en Stumbling and Mumbling.

Traducción del inglés de Daniel Gascón.

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Chris Dillow es economista y escribe en el blog Stumbling and Mumbling (http://stumblingandmumbling.typepad.com).


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