Si los jóvenes supieran,
si los viejos pudieran.
Refrán popular
La democracia mexicana tiene la edad de los jóvenes, pero los jóvenes votan poco. Esto se ve claro en el similar comportamiento en las siete elecciones del siglo XXI. Según datos del IFE/INE, los muchachos de 18 años estrenaron su ciudadanía votando, pero al paso de los años tendieron a abstenerse cada vez más hasta cumplir los 30. Entonces despertaban lentamente a la necesidad de participar hasta entender –cerca de los 40– que la forma de hacerlo es mediante el voto.
Imaginemos una familia en 2018. Los abuelos, viejos de sesenta años o más, votaron masivamente, por arriba del 70%. Es natural. Habían vivido el movimiento estudiantil, el populismo demagógico de Echeverría, el faraonismo petrolero de López Portillo, la quiebra de la economía, la virtual parálisis de De la Madrid ante el terremoto del 85, el fraude de 1986 en Chihuahua, la caída del sistema en 1988, la soberbia del salinismo, la irrupción del neozapatismo, el asesinato de Colosio. La mayoría terminó por convencerse de que la democracia y la libertad eran preferibles al régimen hegemónico del PRI y su congénita corrupción. Ese aprendizaje no solo tocó sus ideas políticas sino sus creencias, ese sustrato profundo que no cambia con los vaivenes del azar y del tiempo, y que proviene de la mejor maestra: la experiencia.
Los padres, personas maduras de, digamos, cuarenta o cincuenta años, votaron también (aunque en proporción algo menor, alrededor del 60%). No podían permanecer indiferentes a la política porque habían padecido algunas de aquellas calamidades del siglo XX y quizá por una razón adicional: la esperanza que despertó en la ciudadanía la transición del año 2000. Igual que los abuelos, los padres valoraron la existencia del IFE (ahora INE). Quizá participaron en alguna casilla electoral. Y seguramente apreciaron el clima de libertad que se respiró en México después de soportar el asfixiante monólogo del PRI. Desde entonces, padres y abuelos nunca dimitirían de la elemental responsabilidad política de votar.
Quienes votaron en 2018 por debajo del 60% fueron los hijos, la generación de los millennials. Confirmando la pauta, solo los electores de 18 años votaron en un 64%, pero el resto tendió a abstenerse, y era comprensible. Los partidos les repugnaban. El PAN, que representó por seis décadas una oposición cívica casi simbólica pero honesta, manchó ese prestigio con administraciones mediocres e ineficaces, que toleraron el pecado mayor de la corrupción (al menos en el nivel estatal y municipal). El PRI se ganó el repudio con creces: dilapidó su triunfo de 2012 en un marasmo de frivolidad y corrupción. Quizá por ese hartazgo, según diversas encuestas, en 2018 muchos millennials votaron por López Obrador (y hasta ostentaron orgullosamente su voto). Decía representar el cambio. Ahora muchos millennials son padres. Acudirán seguramente a votar.
Una nueva generación está en edad de votar. Los mayores, nacidos a final del siglo, están por cumplir los treinta años; los menores (nacidos en tiempos de Fox) acaban de cumplir los 18. ¿Qué concepto se han formado del gobierno de AMLO? ¿Buscarán el cambio con Xóchitl o la continuidad con Sheinbaum? ¿Se sentirán representados por el candidato naranja? Nadie puede a ciencia cierta contestar a esas preguntas.
Más allá del sentido de su voto, lo importante es que voten. Aún estamos a tiempo para alentarlos a participar. Pienso en estas vías:
• Organizar discusiones sobre los grandes problemas nacionales divididos por temas y distribuidos por especialidad en las facultades de universidades privadas y públicas.
• Debates adicionales a los del INE (con público joven en el estudio) entre las tres personas que aspiran a la presidencia (e incluso sus voceros) en canales de radio, televisión, foros empresariales.
• Alentar a figuras que los jóvenes siguen en redes (personajes, sobre todo a mujeres, que han sobresalido en la música, el arte, el deporte) a hacer un llamado al voto razonado, informado.
• Nuestros directores de cine de fama mundial (sesentones venerables) y los no menos afamados actores, deportistas, pueden grabar en Instagram o TikTok un mensaje sencillo, claro, eficaz en defensa del voto. Su silencio sería incomprensible.
Los viejos sabemos el peligro real e inminente que se cierne sobre la democracia mexicana. Los jóvenes no lo saben. Ojalá no tengan que aprender a valorarla como los jóvenes venezolanos: perdiéndola.
Publicado en Reforma el 31/III/24.
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.