Fotografía: Jordi Esteban

Entrevista a Arcadi Espada: “Los antecedentes penales caducan, pero los mediáticos no”

En "Un buen tío", Arcadi Espada analiza el tratamiento mediático del caso de Francisco Camps: "Se convirtió en un sujeto inmunodeficiente, como un sidoso".
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Arcadi Espada (Barcelona, 1957) lleva mucho tiempo estudiando cómo se cuentan las cosas en los periódicos. Es lo que ha hecho en sus Diarios y en su blog, en Periodismo práctico, en buena parte de Raval, en sus columnas. En Un buen tío. Cómo el populismo y la posverdad liquidan a los hombres (Ariel, 2018) analiza el tratamiento informativo, en especial del diario El País, del caso del expresidente de la Generalitat valenciana Francisco Camps.

 

Un buen tío no es tanto un libro sobre Camps como sobre el periodismo, o sobre el mal periodismo.

Sobre el mal periodismo en el mejor periodismo posible. No es el mal periodismo del tabloide. Son los procedimientos del tabloide aplicados en un periódico de referencia. Estoy sobre todo contento del método. Estuve mucho tiempo pensando cómo iba a explicar esta historia desde el punto de vista narrativo. Yo no quería contar la historia de Camps, que era una historia ya juzgada, no era como cuando escribía sobre el caso del Raval, donde la verdad todavía era un work in progress. Aquí se sabía. Pero tenía que desmontar una construcción del malvado. Y creo que es un buen método para cualquier otro relato, cualquier otro serial, aunque posiblemente no tendrá las características tan estupefacientes de este, 169 portadas para cuatro trajes, que resultan ser.

Dice que decide escribir el libro al descubrir que Camps pagó los trajes.

Escribía columnas, un poco deslumbrado por la evidencia de que estaban intentando que dejara de ser presidente de la Generalidad un tipo porque le habían regalado cuatro trajes de Milano. Milano es una tienda de una calidad estándar: con todos los respetos, para hacer un soborno a alguien, los trajes de Milano, en fin… Me pareció que era inverosímil que eso pudiera estar pasando. Escribí también sobre el artículo del cohecho impropio, que parece un arrastre de la evolución, un fósil. Y me llama Camps y cuando voy a verle, estamos hablando y me dice en un momento: “Yo me pagué mis trajes”.

Al comienzo, citando a Mark Thompson, habla de la acidia, una especie de pereza o desgana. “En la práctica periodística, la acidia lleva a un reportero a tergiversar la realidad hasta dejarla irreconocible con tal de que se parezca aunque sea de lejos a uno de los relatos rutinarios de su limitado repertorio. Y también le induce a exagerar y demonizar, no tanto por malicia como porque ese también es el procedimiento habitual, lo que la noticia necesita y lo que, sin duda, su jefe y -¿quién sabe?- quizá hasta sus lectores han aprendido a esperar”, escribe Thompson. Es uno de los temas del libro.

Con una salvedad siempre. La acidia, la pereza, nos afecta a todos. Pero cuando una historia va a favor de tus convicciones, los controles que pones son mucho menores: vas cuesta abajo. Cuando vas río arriba, a no defender exactamente tus convicciones, tienes que poner controles mucho más severos, te jodería equivocarte a favor del enemigo.

También ir a la contra puede llevarte a engaño.

Es el problema de siempre. Es el problema de la corrección política y de la incorrección política. Los incorrectos resultan casi tan correctos como los otros porque al final lo único que hacen es aplicar el mecanismo inverso: tú vas a la contra, te conviertes en una persona previsible, canónica, solo que en la otra dirección. Yo puedo tener mis sesgos y errores, aunque no el de provocador ni el de polemista ni esas bajezas con las que la gente pretende ignorar o humillar los trabajos que les afectan… En un momento explico cómo escribo este libro. No era consciente del todo hasta que tengo en un archivo las 169 portadas. Las voy pasando y voy escribiendo. No sé qué va a traer la página de después. Creo que era el método: no hacer trampas. A veces tenía que sobreponerme, hay miles de ejemplos en el texto donde tengo que sobreponerme al hecho de que sean compañeros quienes escriben estos artículos. Y en ocasiones me exaspero, con furia jupiterina, ante ellos o el juez. Es mi manera de escribir y de vivir. Esa exasperación es buena mientras se mantiene en el terreno formal, pero hay que tener cuidado de que no te coloque en un plano de la realidad completamente falso. El País casi no publicó nada bueno sobre Camps, es la gran ventaja. Llevó su bajeza hasta el último día. El último editorial, cuando recrimina al jurado popular que haya tomado una decisión política, porque los valencianos están a favor de Camps… Ese era el nivel intelectual, rematado con esa crónica en la cual exhiben los errores gramaticales del jurado, sin prestar atención a que el juez que probablemente ha escrito peor sus autos, en el siglo XX y el XXI, es el juez Garzón, auténtico tótem del diario.

Algo que se ve en el libro es la sensación del periódico manteniendo la postura de que Camps es culpable, aunque vaya cambiando la acusación. Se dan 18 cifras distintas, por ejemplo.

Pasa de los trajes, a la mentira, la financiación irregular, la dimisión. Se equivocan con eso, creen que Camps se va a conformar. Dimite, tiene un gesto de honradez humana que no le reconocen. Me hace gracia cuando se habla de responsabilidad política. Al fin y al cabo, el señor Camps dimitió.

Dice que no cree en la responsabilidad in vigilando.

Eso se lo inventa Esperanza Aguirre. La responsabilidad in vigilando no existe por una razón muy sencilla: el estafador, el ladrón, el delincuente, lo primero que hace es engañar. Si no se produce el engaño, no hay delito. Esto es lo que sucede siempre. Pero, claro, de lo contrario la responsabilidad in vigilando hay que llevarla lejos. ¿Estuvo atento el Tribunal de Cuentas? ¿La policía? Porque entre sus responsabilidades está la prevención del delito, ¿no? ¿No puede poner un policía detrás de cada ciudadano? ¿Y puede poner a un presidente de gobierno detrás de los actos de cada uno de sus ciudadanos? Hay una corrección. A pesar de todo, habrá tenido mala suerte, mal azar, habrá elegido mal a sus subordinados. Pierde las elecciones y se acabó. Debo recordar que en plena polémica de los trajes el señor Camps gana por tercera vez con mayoría absoluta. Si el señor Camps hubiera cometido el delito, esto no habría lavado el delito. Las urnas no tienen que ver con la justicia. Pero sí tienen que ver con esa supuesta responsabilidad política. Uno no puede pasarse la vida vigilando a los otros, porque entonces no podría gobernar. Son cosas tan elementales que no entiendo cómo semejantes mentiras se apoderan del cuerpo social.

Esto sucede durante la crisis, en un momento de antipolítica. Por un lado el caso tiene interés en sí mismo; por otro hay un elemento de ejemplaridad.

Sí: son los excesos del ajuste moral. Camps no se explica sin muchas cosas. Desde Valencia, y el valencianismo a cosas casi psicológicas. Pero sin la crisis no se explica. En un momento determinado hay un titular que dice algo así como “Camps llamó a Costa para no sé qué…”, y en una columna tienes cosas sobre Europa y debates y el euro. Es asombroso poner en contacto las noticias de Camps con lo que estaba pasando realmente en el mundo… Se volvieron locos. Yo entiendo que se le dediquen dos mil portadas a Puigdemont. Pero un señor al que acusan por cuatro trajes… Yo creo que los periodistas debemos reflexionar sobre lo que estamos haciendo.

Y dice: no son becarios ni periodistas precarios, son periodistas veteranos.

Eso es básico.

Critica por ejemplo un par de artículos de Javier Pradera.

Le critico con acidez. Yo conocí un poco a Javier. Era una persona muy bondadosa y muy inteligente. Parecen dos virtudes que no pueden generar el tipo de textos que escribió sobre el tema. Hay una columna sobre Camps que es miserable. Y yo me preguntaba: ¿cómo puede el sectarismo pervertir hasta tal punto la bondad y la inteligencia? Es verdad que es un Pradera crepuscular pero no era ni mucho menos un viejo chocho.

En otros periódicos este caso tuvo mucha presencia. ¿Por qué se centra en El País?

Fue el medio que llevó el peso de la exclusiva y el que fue llevando la pauta de manera clara. Si escribiera del 11-M y la teoría de la conspiración tendría que hablar de El Mundo. Los periódicos siguen siendo muy influyentes y continúan marcando la agenda. El País sigue todavía, y no digamos hace una década, marcando la agenda. El problema de los titulares de El País no son los titulares de El País, sino que dan origen a cientos de titulares en las radios, las televisiones, las tertulias. En las primeras páginas digo que soy el último hombre que se tomó en serio los periódicos. No sé si soy el último pero sí que me los tomo en serio. Hay fragmentos de crónicas que soy el único que ha leído. Creo que soy el único hombre que ha leído a Josep Torrent y su perfil de Camps. No creo que lo haya leído quien lo ha escrito. Ni ningún controlador. Parece que la idea sea: “Hay que llenar estas cuatro columnas con lo que sea”. Decía Chomsky, que es mi alter ego en esto de la lectura hasta el final, que la verdad está en el último párrafo. Ahí aparecen la degeneración, los materiales de derribo. Yo tenía la sensación de decirme: ¿Qué estás haciendo?

¿Teme que la realidad desmonte o desacredite el libro? Ahora hay tres procedimientos abiertos contra Camps, por dos casos distintos.

No. En absoluto. Son dos asuntos. El de la Fórmula 1 lo conozco bien y daría para que alguien escribiera Un buen tío 2, porque es lo de los trajes corregido y aumentado, pero sin el apoyo de la prensa. Lo que mejor define este caso es la actitud del lamentable fiscal anticorrupción en Valencia, que lleva al Google Translate unas declaraciones, como vio Verónica Puertollano. Ya está todo dicho con eso. Con lo que yo sé hoy del caso de la Fórmula 1, no hay posibilidades de que eso prospere, de que llegue a ser procesado. Y si fuera condenado, sería una sentencia injusta. Otra cosa sería que hubiera algo que no sé y por tanto no puedo juzgar, pero con lo lo que sé lo digo de manera tajante. En cuanto al Papa: para pagar cosas se crean patronatos, fundaciones, y se invita a formar parte de ellas a las instituciones. Es lo que ocurre con ese caso. Camps es presidente de honor porque la Generalidad participa, fue a la primera reunión y a la última. Es todo lo que hace. Es una discusión administrativa. Se acusa a la fundación de haber actuado como una fundación privada no sujeta a las normas de contratación públicas. Ellos dicen que actuaron como si fueran una fundación pública. Pero Camps es presidente de honor porque la Generalidad participa. Y hay algo más, por otro lado. Si no se detiene en la responsabilidad jurídica, la juez lo tiene jodido: porque si imputa a Camps tiene que imputar a Dios inmediatamente. ¡No tiene otra salida! ¡Dios imputado! ¡La responsabilidad política! Aunque la posibilidad de que Camps estafe a Dios… No, no hay ninguna posibilidad de que Camps deje de ser un buen tío.

El libro es un análisis de la relación entre los medios y los procesos judiciales. De los sumarios. O de cómo se manejan esos documentos: analiza un caso que parece una transcripción y es una edición que modifica el sentido.

El lector del Bild o del Mirror ya descuenta esas cosas. Pero cuando lees El País estás con las defensas bajas. No puedes creer que editen una conversación así.

¿Ha visto casos similares en otros países en prensa de referencia?

No conozco ningún caso como el caso Camps. Investigué, buscando primero el modelo. Claro que ha habido errores, pero una cosa que combine con tanta majestuosidad la pequeñez del hecho con el tamaño descomunal de la infamia no lo había visto.

Escribió una carta al que era director de El País durante el caso Camps, Javier Moreno, que ahora dirige la Escuela de El País.

Lamento no haber recibido una respuesta. Los periodistas vamos acumulando materiales para saber no el porqué de las cosas sino el cómo de las cosas. Hay una cosa que dices: Moreno es valenciano, un valenciano inmigrado, un poco la Némesis de Camps. Pongámoslo. Si haces juicios de intenciones, automáticamente desactivas la maldad. No voy a decir que todo esto pasara porque el señor Moreno era valenciano, eso es una estupidez. Pero en ese encarnizamiento hay algo que creo que se le escapa al propio Moreno. A veces hacemos las cosas vete a saber por qué… Y yo le escribí una carta de buena fe. No le llamaba a engaño, le decía que era duro. Pero podía haberse explicado. Podría haber dicho: “Metimos la pata”, o: “Estás equivocado”. En fin, creo que va a ser el libro de texto de la Escuela de El País.

También, como en otros libros suyos, analiza las insinuaciones que se van deslizando en el texto.

Es gay, es beato, es un pijo, es inestable. Eso es lo más fascinante, con el discurso gráfico, con la colaboración del pobre Peridis. Una vez que está construido el malvado, ya lo tienes.

Es un libro sobre la presunción de inocencia. En eso se parece a otros trabajos suyos. Hay alguien que muchos consideran culpable, pero usted cree que eso es injusto y decide mostrar su inocencia.

El título Un buen tío tiene una doble lectura. La que ha visto del juez Forms. Y luego una reivindicación oblicua pero real del buen hombre rousseauniano. Todos somos un buen tío hasta que viene un juez y dice: “Usted ha cometido un delito”. Y entonces dejamos de serlo. Mientras no pase eso, una persona es un buen tío, y merece el respeto humano, democrático, etcétera, todo eso que no ha tenido Camps. Yo no me planteo misiones, me saltan a la cara como al novelista le saltan a la cara las tramas. A mí me saltan a la cara hombres. Juanjo Jambrina me presentó hace no mucho en Oviedo. Empezó diciendo: “Arcadi Espada es un defensor de los pobres”. Los que me llaman fascista y todas esas cosas no estarían muy de acuerdo. Empezó a desgranar: los pobres castellanoparlantes, los pobres del Raval, los pobres franquistas que salvan la vida de los judíos en Budapest… ¿Quiénes son los pobres? Camps es un pobre tío. Un tío al que le han hundido la vida, de una manera gratuita. Era un hombre muy feliz haciendo lo suyo. Yo no soy nada feliz escribiendo y este tío era feliz haciendo política.

Habla de los “antecedentes mediáticos”.

Los antecedentes penales caducan pero los mediáticos no: te conviertes –como le pasa a Camps– en un sujeto inmunodeficiente, como un sidoso, cualquier cosa te hunde.

El comportamiento de un inocente, en cuanto es acusado, empieza a ser sospechoso, incongruente.

Es arrogante y su comportamiento parece propio de un culpable. Camps se equivocó. No vio el el alcance y en parte por culpa de su abogado no se dio cuenta de que los procesos judiciales son procesos mediáticos. La estrategia lo absuelve desde el punto de vista jurídico y lo condena desde el único punto de vista que cuenta. Porque si lo miras, unos trajes, estamos hablando de una multa de 3000 euros. Pero eso no es lo importante. Lo importante es que esta persona ha dejado ser presidente. Y eso ha sido gracias al diario El País.

Dice que, aunque sea anacrónico, es un libro sobre la posverdad.

Le dije al editor, aunque no quiso por razones que comprendo, que el subtítulo debía ser: “Cómo el populismo y la preverdad liquidan a los hombres”, porque en preverdad está concentrado posverdad… Pero le pareció que era un poco alambicado.

No cree en una interpretación conspiranoica.

Es otra discrepancia que tengo con Camps. Él piensa en Zaplana, Rubalcaba, Garzón, Bermejo, cree que hay una conspiración política. De las conspiraciones no quedan documentos, si no quedan documentos de la Solución Final cómo van a quedar de esto. Pero he investigado lo que he podido y nunca me ha parecido que hubiera una conspiración. Lo que tenemos, como en el caso que contaba en Raval, es la conjura de los necios. Un mal trabajo de fiscales, jueces, policías y periodistas.

Camps pide dinero a un escolta para pagar un bléiser, por ejemplo, luego se lo devuelve. El escolta lo recuerda. Pero eso se excluye del sumario.

Se excluye porque no se le acusa por esa prenda. ¿Y de cuáles se le acusa? Hasta que no he publicado la foto de los cuatro trajes no se sabe. Lo del bléiser es indicativo, como cuando le niegan que el Corte Inglés presente la lista de prendas que pagó en efectivo. Es verdad que en buena lógica puedes cuidar muy bien a tu novia hasta que la matas, o podemos pensar en la fábula del pavo, que tiene una gran vida hasta el 24 de diciembre. Pero en un caso donde flota la ambigüedad, la duda, que venga un escolta que te diga esto, o que tenga un historial que nunca ha pagado con tarjeta de crédito, y no lo tengas en cuenta… Como mínimo póngalo usted en el sumario.

¿Cómo fue la actitud de su propio partido?

Tengo una frase preparada estupendamente para estos casos supremos. La izquierda lo mató y la derecha lo enterró.

Casi al final usted propone una hipótesis. “Los negocios de facturas falsas funcionan admirablemente con clientes que pagan en efectivo. El periodista cree que endosaron o mejor sería decir endilgaron al comprador de trajes facturas falsas en el convencimiento (que hoy parece increíble, pero que no lo era entonces) de que la apariencia de haber recibido regalos de esa naturaleza no iba a perjudicarle)”.

Al sastre, el malvado de la historia, lo libran de la acusación de las facturas falsas, un juzgado de lo social, pero en la sentencia se dice que en ese lugar se elaboraron facturas falsas. Lo pongo a nivel de conjetura. Pero es muy probable que el dinero en efectivo que pagaban Camps y otras personas sirviera para el negocio de facturas falsas que llevaban allí.

Al final del libro entrevista a José Tomás, el sastre que acusa a Camps. Al principio declaró cuatro veces que este había pagado los trajes, luego cambió su testimonio.

Revela también lo que son mis carencias de escritor, en función de una virtud que quiero aplicar. Yo voy a ver a este señor por ir a verle, porque sé que no va a salir nada de esa entrevista. Me desplazo a Villaviciosa un día de lluvia torrencial, en coche, esas cosas anecdóticas. Planteo una entrevista dramática: “Ha llegado el momento en que todo ha prescrito, incluso moralmente, es la hora de que usted diga: mentí”. Pero qué coño: no hubo nada de eso. Fue una situación bastante violenta. Y al final me coge de la mano y dice que él tenía entendido que Álvaro Pérez se lo hacía con la mujer del presidente y con el presidente: “El Bigotes, además, con ella y con él, con ella y con él”. Es lo más devastador del libro. Queda fulminado. Un personaje que miente en seis declaraciones principales y que años después es todavía capaz de decir eso. ¿Quién podía confiar en alguien que dice: ella y él? Podría haberme extendido más en ese momento, dos o tres folios más, es verdad que en el prólogo hago una pequeña referencia. Pero queda una cosa muy lacónica, no sé si eficaz. En todo caso, el testimonio del sastre es el que aguanta la bóveda de este caso, es una cosa muy importante. Y ahí está: diciendo “ella y él y ella y él”.

El libro es crítico con el periodismo. Pero usted también dice que ahora se hace mejor periodismo que nunca.

Sin ninguna duda. Y podemos escribir libros como este mucho mejor. Sin internet, sin la digitalización, habría sido mucho más difícil.

Habla de las encuestas sobre lo que pensaba la gente de Camps. Dice que antes el periódico decía al pueblo lo que tenía que pensar. Ahora usa “al pueblo” para decirle al pueblo lo que tiene que pensar.

El tráfico que hacemos con las encuestas es acojonante. Hacer una encuesta e inventártela es mucho más barato que investigar los hechos.

Otra idea del libro es que la crónica y el reportaje tienen errores pero que esto se vuelve más pernicioso al llegar a la columna.

Opera esa arrogancia del columnista que da por hecho. El dar por hecho: esa expresión tan bonita del castellano. Todas estas cosas que decimos. Todas estas cosas que escribo son cosas que me digo a mí. Yo no escribo este libro desde la academia, el púlpito o retirado. Yo escribo desde la trinchera. Cuando terminemos tengo que escribir una columna que aún no sé de qué va. Yo estoy escribiendo a uña de caballo este libro porque estoy en medio de todo esto. Con la soledad de la escritura que es jodidísima. El primer interlocutor de todo esto eres tú. Y a quien vas con el dedo señalando, a quien diriges las principales invectivas, eres tú mismo. Porque lo que digo del columnista me lo digo a mí: doy por hecho cosas que no tendría que dar por hecho. Y eso es muy perjudicial y demoledor.

¿Cuánto le ha llevado escribir el libro?

Ahora ya estoy tan viejo que las cosas complicadas las tengo que escribir por la mañana.

Cuatro o cinco años. Rumiando. Por desgracia no me puedo dedicar en el periódico a los hechos, tengo que hacer opiniones. Pero lo que a mí me excita y me interesa son los análisis, los hechos, sobre el papel, sobre la vida. Rumio mucho, antes de ponerme a escribir, a la hora de decidir la estructura del libro. Ha quedado un libro muy bonito pero era difícil de hacer.

¿Lo ha leído Camps?

Me voy a Valencia a llevárselo. Es un hombre muy dado a los rituales. Cuando decidí escribirlo le dije lo mismo que a Samaranch hace treinta años: “Si usted quiere colaborar, fantástico, porque este libro será mucho mejor -Colaborar es responder a mis preguntas-. Pero no va a leer una página del libro hasta que esté publicado”. Y eso lo respetó, nunca jamás tuvo el menor desliz, ni preguntó cómo iba a contar tal o cual cosa. Me ha pedido por favor que yo se lo llevara en mano. Se ha portado bien.

Además del análisis periodístico hay momentos en los que se asoma a la intimidad familiar.

Quería hacer una especie de pinceladas para salir de atolladero analítico. No sé si lo he conseguido del todo. Había un elemento técnico, que explico al principio, con el pacto con el lector. Hablas con gente, y la mayoría, incluyendo el propio Camps, cuenta cosas que no siempre puedes utilizar tal cual. No quería emplear “fuentes cercanas”, “el entorno”, esas majaderías, solamente utilicé las comillas cuando tenía acceso directo a las palabras dichas. No hay atribución a otra fuente que no sea yo mismo en el relato. Decidí no prescindir del estilo dialogal pero quitar las comillas cuando no sean textuales. Y me parece que es un recurso útil. Puedes utilizar el diálogo, pero le pones una marca de inveracidad, porque es solo una aproximación. En cambio cuando hay comillas tienes la seguridad de que se dijo así.

Tiene que ver con un problema sobre el que ha escrito a menudo. Cuando analiza textos como el perfil de Torrent sobre Camps, se pregunta cómo el periodista puede saber eso.

En todo caso, este libro cierra un ciclo. Se acabó de escribir de los periódicos en libros. Ahora quiero hacer un par o tres de libros en los que aplicaré las técnicas del reportaje a la vida privada. Este libro cierra un ciclo de cómo fueron dichas las cosas en mi época, y cómo la gente las aprendió. Ahora tengo muchas ganas de explorar algunos asuntos de la memoria con las técnicas del reportaje.

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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