Entrevista a Manuel Cruz: “Habría que reintroducir en el Código Penal el delito de convocatoria de referéndum ilegal”

Manuel Cruz, ensayista, catedrático de Filosofía y que pasó por el Senado, analiza algunas cuestiones de actualidad.
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Reforma del Código Penal: La cuestión fundamental es que el Estado disponga de instrumentos para defenderse ante iniciativas que atacan a sus pilares básicos, y la integridad territorial de la nación está claro que es uno de ellos. Que tal defensa se haga de una u otra manera tal vez no sea lo más importante. Tal como ha llevado el partido socialista en su programa electoral en otros momentos, habría que reintroducir en el Código Penal el delito de convocatoria de referéndum ilegal.

El precio de la amnistía: Antaño era habitual que mucha gente dijera, hablando del precio de los productos, que lo barato acaba resultando caro (por ejemplo, porque se estropea o deteriora enseguida) y lo caro termina por resultar barato porque cumple su función en condiciones mucho más tiempo. Si la amnistía no nos acercara a la normalización política y, más allá, al tan publicitado reencuentro, y, por añadidura, significara que la izquierda en el gobierno ha asumido todo el coste del esfuerzo, la apuesta a la que hizo referencia Bolaños en su momento no habría resultado del todo bien. Pero repárese en que eso no depende solo de quien propone la reconciliación, sino también de aquel o aquellos a los que se le ofrece.

Oposición en Cataluña y socios de Gobierno: Que una fuerza política lleve en su programa de máximos la independencia no excluye que se pueda llegar a acuerdos de muy diverso tipo con ella en ámbitos particulares, relacionados con el día a día y con resolver problemas concretos que afectan a los ciudadanos

Modelos de política territorial: No hay un número indefinido de modelos, como si los hubiera para todos los gustos, sino que básicamente podemos hablar de tres: un modelo centralista jacobino, un modelo federal y un modelo intermedio, que es el representado por nuestro Estado de las Autonomías (y que no en vano es considerado por muchos expertos como cuasifederal). Por supuesto que cada uno de ellos puede admitir variantes diferenciadas, pero que en todo caso no alteran su especificidad. En el caso del partido socialista, no ya solo por una cuestión histórica, sino también por resoluciones políticas posteriores como la declaración de Granada, su alineamiento con el federalismo es a mi juicio inequívoco.  

El “tema catalán”
: Más allá de la dimensión histórica que pueda tener el “tema catalán”, también importa situarlo en el contexto de la actual confrontación política. Valdría la pena plantearse muy seriamente en qué medida las diferentes fuerzas políticas implicadas están más interesadas en perpetuar el conflicto que en resolverlo, porque creen que pueden extraer más rédito de su enquistamiento. A la derecha, sin duda, el independentismo le ha servido para movilizar a sus bases y a sus votantes. Todos los votos que el PP pierde en Cataluña en los momentos de mayor conflictividad los compensa con votos de ciudadanos del resto de España alarmados por la deriva independentista. Por su parte, a la izquierda que acepta la política de bloques enfrentados la radicalización españolista del PP, de inevitables resonancias franquistas (máxime cuando se alinea con Vox), le sirve para movilizar y cohesionar a los suyos, alarmados por la revitalización política de la derecha más rancia y casposa.

Y el independentismo, en fin, tampoco tiene el menor interés en resolver el conflicto, por más que sobreactúe para dar a entender la idea contraria. El interés primordial del independentismo en este momento no es llevar a cabo un referéndum que le permita obtener la independencia y así resolver el viejo contencioso. El independentismo no quiere ganar el referéndum, sino, sencillamente, poder hacerlo, esto es, sentar ese precedente a la espera de tiempos más favorables para sus objetivos. Así, de paso, se coloca en mejores condiciones para seguir alimentando la llama sagrada de un conflicto que constituye su genuina razón de ser.

Legislatura: La respuesta a la idea de si la legislatura es viable no se obtiene a base de proyectar la situación actual sobre el resto de la legislatura, como si en adelante solo pudiera haber un “más de lo mismo”. La clave para responderla la proporcionará no solo el resultado de las elecciones autonómicas catalanas, sino el govern que se forme (en caso de que se forme alguno, claro está).


La caída de Podemos: Podemos arrastra un pecado de origen, y es que nace de un ejercicio de apropiación indebida del 15M, que era un movimiento espontáneo surgido del profundo malestar generado por la crisis de 2008 y en el que el grupo fundador de Podemos no tuvo el menor protagonismo. Pero dicho grupo vio en aquella masiva protesta una ventana de oportunidad para sus ambiciones y actuó como el protagonista de la película Tiempos modernos, que se encuentra por casualidad delante de una manifestación y termina comportándose como si la liderara. De este pecado original –de esta impostura fundacional: de hecho, en poco tiempo se pasaría de los famosos “círculos” de base al control leninista del partido, purgas de los disidentes mediante– se deriva buena parte de su suerte posterior. 

El nuevo partido aprovecha el momento, hace como que lo entiende con categorías importadas que sonaban novedosas (la famosa casta enfrentada a la gente) pero se conduce con los más viejos esquemas de liderazgo unipersonal. Un liderazgo, por cierto, más obsesionado por la visibilidad permanente que por el poder propiamente dicho, que solo concibe como su momento de mayor gloria pública. De hecho, es precisamente el acceso al poder el que marca el principio del fin, el inicio del declive del partido.

Podemos se hunde cuando llega al poder. Suele ocurrir con los partidos fuertemente cesaristas, que lo fían todo a las cualidades comunicativas de su líder. En el momento en el que este comete algún error que se ve castigado por la ciudadanía, el partido por entero empieza a deshacerse como un azucarillo. En realidad, este tipo de formaciones son hijas de la sociedad del espectáculo a las que el propio espectáculo ha terminado por devorar (a Ciudadanos le sucedieron cosas muy semejantes). El mejor ejemplo de todo ello es el propio líder máximo de la formación morada, cuya deriva bien podría quedar resumida así: Pablo Iglesias es un magnífico tertuliano que equivocó la profesión.

Sumar: No está claro que sea un proyecto político propiamente dicho sino más bien una suma poco articulada  de fuerzas políticas a la izquierda de PSOE que intenta recoger a todos esos votantes históricamente renuentes a apoyar a este partido y que antes cobijaban sus reticencias en Izquierda Unida. Si se me permite la pequeña broma, creo que el proyecto, más que Sumar, se debería llamar Amontonar. Pero, haciendo un esfuerzo, diría que parece ser un proyecto de tinte socialdemócrata que se esfuerza por transmitir la imagen de que su reformismo es algo más radical que el del partido socialista.

Las razones de la no victoria de Feijóo en el 23-J: Hay diversas razones. Una, su pésimo final de campaña, entre indolente y confuso (modo Rajoy), en el que dilapidó todo lo conseguido hasta ese momento. Otra, el enorme error de cerrar pactos con Vox en las autonomías en las que la suma de ambas fuerzas les proporcionaba el gobierno, en vez de esperar a después de las elecciones generales para hacerlo. Eso propició la tercera razón, y es que la campaña del miedo a Vox promovida por la izquierda adquirió todo su sentido disuasorio con las primeras medidas adoptadas por los gobiernos autonómicos de las derechas, y propició agrupar alrededor del PSOE a todos los votantes progresistas temerosos del auge de la extrema derecha.

Las instituciones y los partidos:
¿Entre el candidato más cualificado pero militante de un partido y otro, menos cualificado pero supuestamente independiente, es mejor elegir al segundo? Por esta vía acabaríamos penalizando a la gente por su adscripción política. Hemos de encontrar la manera de promover a los mejores a los puestos de máxima responsabilidad, pero eso no pasa por excluir a quienes tienen un compromiso político fuerte. Esa excluyente actitud tiene un aroma antipolítico que me parece preocupante.

La degradación de la vida parlamentaria:
En este punto, me parece absolutamente fundamental distinguir entre factores globales y factores locales. Porque buena parte de lo que está ocurriendo entre nosotros, como es la degradación de la vida parlamentaria y la crispación, es común a muchos otros países en muy diversas partes del mundo. La crispada polarización la encontramos en EEUU, en la Argentina de los Kirschner y en tantos otros lugares. De la misma manera que la tensión que introducen en la lógica política los partidos de extrema derecha es algo que se viene produciendo en muchos países democráticos en este momento.

Pero luego están los factores más propiamente locales. El desmesurado tensionamiento de la vida parlamentaria es algo que, como fácilmente se puede comprobar, se produce siempre que el PP está en la oposición. Los momentos de mayor crispación y, por tanto, de degradación de nuestra vida parlamentaria tienen lugar con Aznar contra Felipe González, en la primera legislatura de Rajoy frente a Zapatero y ahora, con Feijóo frente a Pedro Sánchez. Tal vez lo específico del momento presente sea que la lógica de los bloques, con la tensión interna que en el seno de cada uno de ellos se produce, ha contribuido a degradar todavía más la vida política potenciando la confrontación por delante del diálogo y el acuerdo. 

En estos días he leído mucho la expresión “barro” y “embarrar” para definir lo que está pasando en el espacio público últimamente. Corresponde a los profesionales de la comunicación llevar a cabo una seria y severa reflexión acerca del papel que muchos de ellos están desempeñando en la actual situación, contribuyendo de manera clara a que, en efecto, el espacio público se convierta en una charca.

Transición: Negar por principio la posibilidad de que haya habido momentos del pasado que salen ganando en comparación con el presente equivale a afirmar que nunca nos equivocamos, que cualquier cosa que podamos decidir en cada presente implica mejorar lo que hasta entonces había. Pero ninguno de los autores a los que se les atribuye la condición de neorrancios reivindica la superioridad in toto del pasado sobre el futuro, sino solo en determinados aspectos. Rechazar esa posibilidad no solo es contradictorio, sino que, como hubiera dicho el llorado Ernesto Garzón, es de un progresismo bobo. 

No creo que tengan media bofetada teórica quienes mantienen semejante actitud. Que, por cierto y paradójicamente, a menudo coinciden con quienes denuncian el apocalipsis que nos aguarda.
Ello no excluye que esté preocupado. Hasta los edificios más sólidos pueden terminar deteriorándose si no dejan de recibir agresiones y no se les apuntala con sólidos contrafuertes.

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