Entrevista con Branko Milanovic: “La vida en Rusia va a retroceder a los años ochenta”

El economista serbio habla del futuro de la economía rusa, por qué Fukuyama se equivocó en 1989 y explica que el capitalismo es "el único sistema socioeconómico del mundo”.
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Rusia es un país con vastos recursos naturales, una población bien educada y una profunda base científica. Sin embargo, Rusia es solo el 67ª país más rico del mundo per cápita. ¿Por qué?

El problema de Rusia es lo que he llamado su “historia económica circular”. Para enriquecerse, las naciones necesitan paz interna y externa, no caos. Cabe recordar la famosa afirmación de Adam Smith de que “la paz, los impuestos fáciles y una administración de justicia tolerable” son suficientes para que los países transiten de una renta muy baja a una muy alta. Rusia no ha tenido esa experiencia durante todo un siglo. El periodo de rápido crecimiento económico tras la eliminación de la servidumbre en 1861 –es decir, antes del fin de la esclavitud en Estados Unidos– terminó con la Primera Guerra Mundial y luego con la revolución bolchevique y la Guerra Civil. Otra aceleración del crecimiento en los años treinta mediante la industrialización estalinista fue detenida por la Segunda Guerra Mundial. El repunte del crecimiento de los años 50-60 se ralentizó bajo Brezhnev, pero al menos no hubo declive entonces. El declive llegó con la disolución de la Unión Soviética y la transición al capitalismo. El PIB ruso disminuyó más del 40% (más de lo que disminuyó el PIB estadounidense durante la Gran Depresión). En el último episodio de la dinámica “crecimiento-guerra-y-vuelta a empezar”, los resultados relativamente buenos de la Rusia de Putin hasta aproximadamente 2012 han terminado definitivamente con la guerra.

Se pueden discutir otras razones, tal vez más fundamentales, para la falta de avance tecnológico de Rusia, pero quería destacar un hecho muy simple que a menudo se pasa por alto: para llegar a ser desarrollados y ricos, los países necesitan estabilidad y crecimiento constante durante largos períodos de tiempo. Para cualquier persona razonable (excepto el presidente de Rusia), esto se traduce simplemente en el hecho de que Rusia necesitaba al menos cincuenta años de paz, estabilidad y una administración de justicia tolerable para alcanzar los países avanzados. Nunca tuvo esa oportunidad.

¿Durante cuánto tiempo continuarán las sanciones occidentales a Rusia y cuál será el efecto a largo plazo en la economía política de este país?

Creo que las sanciones continuarán durante varias décadas porque los problemas abiertos por la invasión rusa de Ucrania son excepcionalmente difíciles de resolver políticamente. Son tan difíciles, si no más, como el problema de Oriente Medio (Israel-Palestina), o el problema chipriota (Chipre del Norte) o el de India y Pakistán (Cachemira). Ninguno de estos problemas se ha resuelto en los últimos 50-70 años. Así que tampoco se resolverá el problema entre Rusia y Ucrania, lo que a su vez significa que las sanciones occidentales, y especialmente las estadounidenses, seguirán en vigor.

Las sanciones tendrán un impacto devastador en la economía rusa. Ese impacto es de medio a largo plazo. No tiene sentido centrarse en las oscilaciones diarias o semanales de los tipos de interés o de cambio, como hace mucha gente. 

Rusia tendrá que proceder a la sustitución de importaciones en unas circunstancias únicas en las que la importación de maquinaria fabricada en el extranjero que normalmente se necesita para poner en marcha la sustitución de importaciones es imposible. Así pues, Rusia tendrá que proceder a lo que llamé “sustitución regresiva de importaciones”, es decir, sustituir los bienes producidos hoy en día en Occidente, empezando por las cosechadoras, los coches y los aviones, hasta las patatas fritas y la novocaína (para las cirugías dentales), por sustitutos nacionales inferiores y anticuados. En otras palabras, la política será, básicamente, retroceder en términos de desarrollos tecnológicos y/o tratar de reinventar todo de nuevo por fuerzas propias. Nadie en la historia se ha visto obligado a hacerlo.

Es en ese sentido que la sustitución “regresiva” de importaciones es fundamentalmente diferente de la sustitución de importaciones de Stalin que, en la parte técnica, se basaba en la tecnología occidental, es decir, en la tecnología avanzada de la época.

La idea de que China ayudará de algún modo a Rusia a no tener que retroceder es parcialmente cierta. Pero China tendrá mucho cuidado de no caer en las sanciones secundarias de Estados Unidos. Además, China no puede sustituir a Occidente en todos los campos tecnológicos. La propia China depende en muchos ámbitos de la cooperación con Occidente.

Permítanme mencionar que dentro de cinco o seis años, el transporte aéreo civil ruso no podrá dar servicio a zonas lejanas: no se podrá viajar en avión directamente desde Moscú a (digamos) Vladivostok. En muchos aspectos, el modo de vida ruso retrocederá, tecnológicamente, a los años 80. Podemos decir: bueno, pero la gente vivía, y muchos muy bien, en la década de 1980. Es cierto, pero es muy diferente vivir con la tecnología de los años ochenta en los años ochenta que vivir con la tecnología de los años ochenta en la actualidad.

 ¿Sigue siendo apropiado llamar a Rusia una oligarquía, o es ahora evidente que los oligarcas son benefactores del Estado sin ninguna influencia?

Esta es una muy buena pregunta. Antes de la guerra, cuando apenas se amenazaba con las sanciones, la suposición en Occidente era que los oligarcas eran lo suficientemente influyentes como para que el miedo a perder todo (o casi todo) su patrimonio les concentrara y les empujara a disuadir a Putin de la invasión. Esto no ocurrió. Así que la suposición en la que se basaba toda esta idea de amenazar con sanciones a los oligarcas era errónea. Es importante tener esto en cuenta por dos razones.

En primer lugar, no tenemos ni idea de por qué se castiga hoy a los oligarcas. Supongo que por no ser lo suficientemente poderosos. Occidente les está diciendo: “Ahora sabemos que no sois poderosos y os castigaremos por ello”. ¿No es extraño? Escribí sobre ello aquí.

En segundo lugar, la naturaleza de la oligarquía rusa había cambiado de manera fundamental entre Yeltsin y Putin. He escrito sobre eso en 2019 aquí. Por decirlo de forma sencilla, bajo Yeltsin, los oligarcas mandaban. Tomemos como ejemplo la famosa reunión de invierno de 1996 de los principales multimillonarios rusos en Davos cuando, junto con George Soros, decidieron financiar la campaña presidencial de Yeltsin, traer asesores y consultores estadounidenses y hacer todo lo posible para ayudar a Yeltsin a ganar en junio (1996). Tuvieron éxito y fueron ricamente recompensados mediante el famoso acuerdo de préstamo por acciones.

Con Putin las cosas cambiaron, aunque gradualmente. Lo llevó al poder Berezovsky, quien creía que él, Berezovsky, sería el titiritero y Putin la marioneta. En realidad, sin embargo, Berezovsky acabó ahorcándose (probablemente) en su antigua casa de Inglaterra. Bajo el mandato de Putin, los principales oligarcas (no necesariamente todos) podían conservar sus bienes solo si no contradecían los intereses del Estado, definidos por Putin y los ministerios del poder, y podían aumentar su riqueza si hacían lo que el Estado les decía. La relación de poder entre los ultrarricos y los gobernantes políticos se ha invertido. Parece que en Washington y Londres no eran conscientes de ese cambio hasta el 24 de febrero de 2022; o tal vez fingían no ser conscientes de ello.

Ha dicho que el capitalismo es “el único sistema socioeconómico del mundo”. ¿Es probable que eso cambie a largo plazo?

Para entender lo que quiero decir y responder a su pregunta, volvamos a la definición de capitalismo que utilizo en Capitalismo, nada más. No es una definición muy original. La utilizaron tanto Karl Marx como Max Weber. Es sencilla. Es poderosa y sitúa el “modo de producción” en la forma en que se organiza la producción, no (como hacen las definiciones amateurs de capitalismo y socialismo) en la forma en que se realiza la distribución.

Para llamar a un país capitalista, la definición requiere, en primer lugar, que la mayor parte de la producción sea llevada a cabo por empresas cuyos activos son de propiedad privada; en segundo lugar, que los propietarios de los activos gestionen directa o indirectamente las empresas que, a su vez, utilizan mano de obra contratada para producir cosas o servicios. El hecho de que la mano de obra sea contratada es importante: los trabajadores no desempeñan un papel empresarial, solo se les dice lo que tienen que hacer. El sistema de producción está totalmente jerarquizado. Por último, la toma de decisiones económicas está descentralizada.

Ahora bien, ¿tenemos propuestas serias para cambiar alguna de las tres partes de esa definición para alejarnos del capitalismo? Yo no las veo. Para ser claros, veamos lo que implicaría, es decir, enumeremos las condiciones en las que el capitalismo cambiaría de forma sustancial. Por ejemplo, si se nacionalizaran los activos. Esto es obvio. En segundo lugar, si la mayor parte de la producción es realizada por pequeños productores (trabajadores-propietarios). En ese caso, no habría mano de obra contratada. En efecto, los trabajadores (que al mismo tiempo son también capitalistas) ejercen el papel empresarial. Y en tercer lugar, si la coordinación económica está centralizada, digamos que a través de un plan explícito o una fuerte regulación gubernamental de las actividades clave.

Como he dicho, no veo que ninguno de estos elementos tenga mucho apoyo hoy en día. Sin embargo, puedo imaginar algunos cambios. Por ejemplo, es posible que en el futuro haya más empresas que se parezcan a las actuales start-ups. La gente con ideas busca capital. En ese caso, el capitalista ya no es directa o indirectamente el “decisor”; es solo el prestamista, el inversor. El capital sigue siendo privado, obtiene un rendimiento, pero el hecho de ser propietario no le da derecho a gestionar la producción. Ese papel corresponde al trabajo, en realidad a las personas con ideas. Un sistema en el que los propietarios del dinero son simplemente proveedores de ese dinero sin ningún papel de gestión y en el que ese papel recae en el trabajo ya no es capitalismo en el sentido en que lo he definido. Este es un cambio que puedo imaginar.

Otro es el proceso que documenté en Capitalismo, nada más para los Estados Unidos y varias economías avanzadas. Lo llamo homoploutia. Esto significa que una proporción cada vez mayor de personas que se encuentran (digamos) en el 10% más alto de la distribución de la renta total de EEUU están tanto en el 10% más alto de la distribución de la renta por el capital, como en el 10% más alto de la distribución de la renta por el trabajo. En otras palabras, no son solo personas ricas: están entre los trabajadores más ricos y entre los capitalistas más ricos. Este es un capitalismo muy diferente, “nuevo”: en el capitalismo clásico, los capitalistas más ricos no están entre los trabajadores más ricos. No se molestan en trabajar; dirigen sus empresas. Pero ahora, se puede tener un directivo muy educado que tiene una renta laboral muy alta, ahorra de esa renta, invierte, y obtiene una renta de capital muy alta que le sitúa entre el 10% de los capitalistas más ricos, mientras que él/ella ya está entre el 10% de los trabajadores más ricos. Esto es, como he dicho, un gran cambio en comparación con el pasado. Tiene algunas características positivas y otras negativas. Pero dejaré a los lectores de Capitalismo, nada más que descubran cuáles son.

¿En qué acertó y se equivocó Fukuyama en El fin de la historia?

Admiro profundamente el trabajo de Fukuyama en Los orígenes del orden político. Es, en mi opinión, un libro de primera clase. He escrito dos reseñas, aquí hay una. Pero se equivocó en 1989. Esto es lo que vemos claramente ahora. Hubo dos errores. En primer lugar, las revoluciones de independencia nacional y autodeterminación que eran esencialmente revueltas nacionalistas fueron proclamadas por Fukuyama y otros maîtres à penser de la época como revoluciones de la democracia. Esto fue un rompecabezas para mí desde el principio.  Si eran las revoluciones de la democracia, del liberalismo y del plurinacionalismo, ¿por qué se disolvieron las tres federaciones comunistas en lugar de limitarse a democratizarse? ¿Por qué, por utilizar un contraste, se democratizó España y se mantuvo como una federación democrática de base étnica, mientras que se disolvieron todas las federaciones étnicas comunistas? Está claro que había algo más que la simple democratización, y ese algo más era la autodeterminación étnica. Esta era la característica clave de las revoluciones de Europa del Este; la democracia era contingente.

Toda la ideología de 1989 eludió esta cuestión. Es una cuestión fundamental, porque responder a esa pregunta no solo pone de manifiesto la verdadera naturaleza de las revoluciones, sino que responde a la pregunta de qué motivó una serie de guerras, incluida la actual, que hemos presenciado desde 1989. Hubo doce guerras en los llamados países en transición. Todas ellas se libraron en las antiguas federaciones comunistas, y once de estas doce guerras fueron guerras por las fronteras. (La única guerra que no fue por las fronteras fue la guerra civil en Tayikistán). Por lo tanto, la respuesta sobre lo que motivó estas revoluciones debe ser obvia para todos, excepto para las mentes más dogmáticas.

Pero, incluso si Fukuyama tuviera algo de razón en su explicación de 1989, la observación más amplia que planteó, siguiendo a Hegel, en relación con un término en la evolución de las instituciones humanas, a saber, la democracia en la esfera política y el capitalismo en la esfera económica, es simplista y es poco probable que se haga realidad. Como muestra el propio Fukuyama en Orígenes…, la experiencia humana, ya sea la historia, la filosofía, el trasfondo económico, las instituciones, la “cultura”, etc. de los diferentes pueblos, es tan diversa que creer que un sistema se ajustará a todas esas necesidades y creencias tan diversas es poco menos que utópico. Y el peligro de la utopía de Fukuyama, como el de todas las utopías, es que el deseo de conjurar su existencia conduce inevitablemente al conflicto. Si creemos que Rusia y China, Egipto y Sudáfrica, Nigeria y Brasil, Irán y Argelia, Birmania y Arabia Saudí, y todo el mundo en este amplio mundo estaría mejor si tuvieran un sistema, el sistema político occidental, lógicamente tenemos que convencerles de ello. Y si se obstinan en persistir en lo “erróneo de sus formas”, tenemos que hacerles la guerra. Así, la utopía de Fukuyama conduce a una cadena interminable de conflictos.

¿Por qué es importante el crecimiento económico? ¿No hemos conseguido lo suficiente y podemos redistribuir lo que tenemos?

Nunca lograremos lo suficiente porque el deseo humano de “mejorar”, como lo llamaba Adam Smith, no tiene límites. Si tuviéramos un apetito limitado por todas las cosas, podríamos imaginar una sociedad estacionaria. Pero nuestras necesidades no son fisiológicas; están determinadas por la sociedad. Cada desarrollo crea nuevas necesidades. No teníamos necesidad de teléfonos móviles antes de que existieran. Pero ahora tenemos esa necesidad. Ahora no tenemos la necesidad de volar a Marte para una excursión de fin de semana (aunque Elon Musk pueda sentirlo así). Hoy nos parece un poco extraño tener esa “necesidad”. Pero dentro de varias generaciones, no será tan extraño. Será como nuestra “necesidad” de ir de vacaciones a México o Italia. Así, el crecimiento económico y las necesidades están, si se quiere, en una relación dialéctica: más crecimiento crea nuevas necesidades que requieren más crecimiento para satisfacerlas. Esto no tiene fin.  

Traducción del inglés de Ricardo Dudda.

Publicado originalmente en el blog del autor.

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James Pethokoukis es economista y miembro del American Enterprise Institute.


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