La igualdad y la veracidad han sido invocadas desde tiempos inmemoriales para limitar la libertad de expresión. Agradezco al lector de mi artículo sobre la resolución de la Suprema Corte el 23 de noviembre que las trajo a cuento en su largo comentario, la oportunidad de volver sobre un tema fundamental para la democracia. Señala el lector que no todos tienen acceso a la libertad de expresión, ergo, habría que limitarla. Más allá de que una inmensa mayoría de mexicanos tienen ahora radio y televisión y, en consecuencia, acceso no sólo al voto sino a debates, polémicas, campañas políticas; a la opinión de observadores y analistas y a la posibilidad de expresar la suya, la igualdad no es un límite válido a la libertad de expresión.
La igualdad económica es una de las obligaciones fundamentales de cualquier Estado moderno. Su única liga con la libertad de expresión es que los canales para expresarnos libremente permanezcan abiertos para exigirle al gobierno en turno que redistribuya el ingreso de la manera más equitativa posible e incluya en su presupuesto el apoyo a las zonas más pobres y marginadas del país.
Por su parte, la igualdad política es aquella garantía democrática que otorga un acceso igual a todos los ciudadanos para llamar a cuentas a sus gobernantes, y para participar en la labor de gobernar: en la elaboración y promulgación de leyes y en las decisiones políticas y administrativas en todos los noveles del gobierno. En una democracia,la igualdad política asegura asimismo el derecho de todos los ciudadanos al voto y a la participación en el proceso electoral.
Desde siempre, la libertad se ha sacrificado inútilmente en aras de una igualdad hipotética e inalcanzable. Regímenes totalitarios como el soviético confiscaron las libertades de sus ciudadanos para establecer una igualdad que, a fin de cuentas, desplomó el nivel de vida de todos al mínimo indispensable-salarios bajísimos, techos compartidos y lo que la gente pudiera encontrar para comer en las tiendas estatales-a cambio de la obediencia ciega y el silencio. El reto moderno es encontrar el punto de equilibrio entre la libertad de expresión y la búsqueda de la igualdad política y económica, no limitar la libertad en aras de una igualdad plena e imposible.
El asunto de la Verdad –así con mayúsculas– como límite válido a las libertades básicas, es aún más delicado. Es un llamado al retorno del Gran Inquisidor.¿Quién va a establecer la verdad?,¿la voz divina y la de sus supuestos portavoces terrenales –que nunca se ponen de acuerdo en lo que dijo Dios a sus profetas y seguidores–, el partido dominante, la mayoría, los usos y costumbres, la oficina de censores en turno o el medio de comunicación que se sienta dueño de ella?
A lo largo de la historia, el pretendido monopolio de la verdad ha sido la causa de innumerables y muy cruentas guerras religiosas, nacionalistas e ideólógicas y de la represión sistemática de herejes, apóstatas, disidentes y “el otro” en turno. La libertad de expresión es un camino mejor para encontrar la verdad, porque permite que dos partes en conflicto expongan sus puntos de vista, argumentos y pruebas, y deja que el lector o escucha decida quién tiene la razón y por qué.
Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.