Hace seis meses, el futuro político de Canadá parecía definido. Según todas las encuestas, Pierre Poilievre, candidato del Partido Conservador, derrotaría fácilmente a Justin Trudeau, del Partido Liberal, quien insistía en reelegirse como primer ministro luego de diez años en el cargo. Pero entonces, todo cambió. Trudeau renunció. Mark Carney, un serio y aristocrático economista, fue elegido por los liberales como líder del partido y, con ello, primer ministro provisional y candidato a las elecciones. Y Donald Trump le clavó un cuchillo en la espalda a Canadá, destruyendo la relación bilateral al amenazar con destruir su economía y anexar su territorio para quedarse con sus recursos naturales.
Esto transformó por completo el panorama electoral. Los liberales remontaron treinta puntos en las encuestas y hoy Mark Carney celebra una victoria contundente sobre Poilievre, quien ni siquiera pudo mantener su propio escaño en el Parlamento. Esta elección arroja lecciones importantes de comunicación política y liderazgo en tiempos de crisis.
1. Si el entorno cambia, cambia tu estrategia. Pierre Poilievre nunca había sido un derroche de carisma, pero tenía tres cosas que le daban altas probabilidades de victoria: una enorme disciplina en su mensaje, una biografía muy cercana a la vida del canadiense promedio (orígenes humildes, esposa inmigrante) y el gran enojo de buena parte de Canadá con Justin Trudeau. Había y hay un malestar real de muchos canadienses con su situación personal, debido al estancamiento de sus ingresos, el aumento generalizado de precios, la creciente inseguridad en las grandes ciudades y el marcado deterioro de los servicios públicos. Poilievre había construido un eficaz discurso populista que capitalizaba el enojo de la masa y lo dirigía a las élites cosmopolitas y liberales, representadas por Trudeau. Pero cuando Trudeau renunció, Poilievre no quiso cambiar su discurso. Su disciplina se volvió rigidez. Siguió centrando su campaña en el ataque permanente a Trudeau, diciendo que Carney era “igualito a Justin”. Esto en comunicación política se llama overkill: usar una estrategia agresiva de contraste más allá de su vida útil. Ignorando las encuestas, Poilievre perseveró en el error y lo ha pagado muy caro.
2. Hasta el partido más desprestigiado puede resucitar con nuevos liderazgos (y mucho pragmatismo). A mediados de marzo, el Partido Liberal parecía totalmente perdido. No había ni premieres (gobernadores de las provincias) ni integrantes liberales del gabinete que pudieran competir con Poilievre. La mayoría de los canadienses quería un cambio de rumbo. ¿Qué hizo el partido? Se los dio. Trajo de fuera del gobierno (y de la política) a Mark Carney, un tecnócrata de primer nivel, graduado de Harvard y Oxford, exbanquero central de Canadá y del Reino Unido. Lo primero que hizo como premier interino fue anunciar que adoptaría las dos principales propuestas de Poilievre: reducir impuestos y desregular a industrias clave (construcción, energía) para reactivar grandes obras de infraestructura. Además, no adoptó en su discurso ninguna postura woke de las que caracterizaban a Trudeau. Con pragmatismo absoluto, Carney no solo demostró que para nada era “igualito a Justin”, sino que también dejó a Poilievre sin sus propuestas insignia y sin material para sus “batallas culturales”. Mientras que Poilievre seguía compitiendo contra Trudeau, Carney entendió que la competencia era contra Trump. Por eso ganó.
3. Las crisis sí son oportunidades. Canadá ha vivido la segunda llegada de Trump y sus ataques retóricos, políticos y económicos como una traición histórica de Estados Unidos. Los canadienses están inmersos en una gran incertidumbre y temor, a lo que han respondido con un brote de patriotismo inédito. Mark Carney supo leer muy bien el momento histórico y centró su campaña en el mensaje “Canada Strong”, mientras que Poilievre no tuvo mejor idea que copiar el America First trumpista: “Canada First”. El discurso de Carney reconoció el tamaño del reto y ha ofrecido firmeza para defender a Canadá y hacer los cambios que se requieren para fortalecer al país, no solo ante Trump, sino ante un mundo crecientemente hostil. La crisis no solo se convirtió en una oportunidad para Carney, sino para una nación que se había ciclado en sus propios “problemas de Primer Mundo” (como las inacabables discusiones sobre el racismo en la historia nacional), y eludía los temas urgentes del presente (como la imperiosa necesidad de revisar su marco fiscal y su sobreregulación para elevar la competitividad económica).
Más allá de las dinámicas políticas internas, la victoria de Mark Carney evita, por ahora, que toda América del Norte esté gobernada por el populismo. Parece que el centro político todavía puede ser un dique para la marea de polarización que caracteriza a los procesos políticos actuales en las democracias más avanzadas. Ahora, falta que Carney cumpla su encargo de unificar y defender a Canadá ante un Trump que, lejos de moderarse, seguirá amenazando a sus vecinos y al mundo. ~