Foto: Piero Tenagli/IPA via ZUMA Press

¿Nos duele Italia?

Las elecciones del pasado 25 de septiembre en Italia han representado una nueva derrota de la política y el compromiso cívico frente a las consignas.
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La habitual resaca postelectoral transcurrió, el pasado lunes 26, entre llamadas y videollamadas con familiares y amigos: estaban todos (o casi todos, pero nadie se atrevió a confesar su satisfacción con respecto a los resultados) espantados, frente al previsible y previsto desenlace, es decir, la relativa victoria (alrededor del 26%) de la posfascista Giorgia Meloni, la futura primera ministra de Italia,  una mujer chabacana, algo tétrica y carca, más exitosa y menos inquietante que su homólogo español, Santiago Abascal.

Huelga decir que en mi país, desde hace décadas, las elecciones las gana siempre la oposición, incluso en contra del gobierno de una persona seria, preparada y competente como Mario Draghi; en fin, la líder de Fratelli d’Italia (“Hermanos de Italia”) no solo se ha robado el primer verso de nuestro himno nacional, sino que ha sabido interpretar e interceptar el malestar de gran parte de la población italiana, cuyos malos humores –entre pandemias, guerras y crisis energéticas y económicas– apestan, desde luego, pero cuya dramática realidad debería intentar comprender el ámbito de la “política”.

Nos hallamos, en cambio, con la evidencia arrojada por unos sufragios francamente decepcionantes: la ya mencionada mayoría de un partido surgido de la larga travesía del posfascismo; la aplastante derrota de una socialdemocracia (el Partido Democrático) hechizada, junto con una izquierda retrógrada, por sus propios espejismos; la senil supervivencia del partido-persona del incombustible Silvio Berlusconi; el traspié de la Liga Norte, cuya fallida avanzada hacia el Sur acaba de conllevar el forzoso debilitamiento de sus baluartes del Norte; la perdurable ilusión populista del Movimiento Cinco Estrellas, fundado por el cómico Beppe Grillo, todavía capaz, al parecer, de captar cierto descontento popular; el hábil escapismo del así llamado “centro liberal” (Azione e Italia Viva); y, finalmente, el inevitable abstencionismo de los más jóvenes.

Podríamos decir, citando a Ennio Flaiano, que “la situación es grave mas no seria”. De todas formas, las consecuencias, tanto interiores como exteriores, del reciente sismo electoral no se harán esperar: pienso, en particular, en las implicaciones geopolíticas, para un socio fundador de la Unión Europea, de las próximas decisiones de Meloni, quien, a pesar de la moderación y del atlantismo exhibidos durante la campaña electoral, mira más hacia Budapest y Varsovia que hacia Berlín y París. Y, sin embargo, no temo un posible “retorno del fascismo” –como muchos de mis antiguos camaradas, convencidos, por otro lado, de que en América Latina estamos construyendo una especie de socialismo humano-bolivariano–, sino otro nefasto encumbramiento del populismo, cuyo caldo de cultivo puede ser identificado con la degradación cultural, con el embrutecimiento y con el empobrecimiento de las sociedades occidentales.

Bastaría con darse una vuelta por las redes sociales para caer en la cuenta de lo que se agita en el interior de la “zona gris”, ya mayoritaria, de nuestras colectividades, aunque se la denomine, con involuntaria ironía, “pueblo bueno”. En mi opinión, se trata, ante todo, de una cuestión antropológica, esto es, de un fenómeno global marcado, en tal caso, por las específicas condiciones histórico-sociales de la Italia contemporánea.

Lo que de verdad me asusta es –por utilizar las palabras de Carlo Michelstaedter– el triunfo de la retórica sobre cualquier forma de persuasión: hoy en día me atemoriza sobre todo el léxico incendiario de quienes prefieren hablar a gobernar y escenifican delante de unos amenazantes bastidores de cartón piedra su propia lógica amigo-enemigo, desplegada contra los adversarios verdaderos o presuntos, ya sean estos los migrantes, las familias no tradicionales, los fifís o las feministas…

El descrédito de la democracia liberal, la cual nunca ha gozado de tan mala prensa, está socavando las reglas del juego, al privarnos de alternativas creíbles y, sobre todo, del terreno compartido de una confrontación civil basada en argumentos y no en eslóganes pronunciados a voz en cuello. El 25 de septiembre fue un día aciago para todos nosotros, a ambos lados del Atlántico, porque ha representado una nueva derrota de la política y el compromiso cívico frente a las consignas de los tribunos, los cuales, independientemente del signo ideológico con el que se presentan, siempre son el síntoma de un desasosiego real, pero jamás la solución.

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(Padua, 1974) es ensayista y editor italiano residente en México.


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