Barack Obama y John Boehner, presidente de la Cámara de Representantes

El secuestro de Washington

La política en Estados Unidos ha sido secuestrada por el dogmatismo. De un tiempo a la fecha, la polarización que había aquejado el quehacer político en Washington ha dado paso a algo mucho peor: la intransigencia más absoluta.
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La política en Estados Unidos ha sido secuestrada por el dogmatismo. De un tiempo a la fecha, la polarización que había aquejado el quehacer político en Washington ha dado paso a algo mucho peor: la intransigencia más absoluta. Las semanas de discusión sobre la ampliación de la capacidad de deuda estadunidense lograron exponer, entre otras cosas, el lado más oscuro del Partido Republicano. De pronto, la democracia en EU dejó de arraigar en el arte de la negociación y el compromiso para convertirse en una mera administración de radicalismos. Los congresistas del Partido del Té finalmente demostraron que, en su locura, creen contar con un mandato para defender con uñas y dientes una agenda ultraconservadora que hace ver a George W. Bush como un adalid de la moderación. Sin que medie ninguna reflexión realmente sólida de teoría económica, esta nueva camada de conservadores entiende como su deber reducir al mínimo el papel del Estado en el manejo económico y proteger, al mismo tiempo, los intereses fiscales de los más ricos. En tiempos de inmensa tensión económica para su país, los nuevos republicanos han optado por borrar de un plumazo las lecciones de la Gran Depresión para proponer una solución radical e insensata a la crisis: reducción masiva del gasto sin modificación alguna a la recaudación. Y punto final.

El drama, por supuesto, no está en defender apasionadamente una ideología económica. La tragedia potencial para EU radica en la intransigencia de esta versión del Partido Republicano. Ninguna democracia sobrevive a la incapacidad de negociación. Si no hay manera de encontrar un punto medio, que implique concesiones de todos los actores en la mesa, la democracia se vuelve un largo proceso de parálisis y tremenda frustración. Estados Unidos ya está en ese peligroso terreno. Diversas fuentes retratan, por ejemplo, a un Barack Obama no solo frustrado, sino desesperado. Y no es para menos: ¿cómo debate uno con fanáticos? Y peor aún: ¿cómo hacerlo con fanáticos ignorantes? Los riesgos de esta inmovilidad democrática resultan evidentes. Hoy ha sido la discusión sobre la deuda del país, pero mañana serán (como ya han sido) otros asuntos cruciales que tienen la mala fortuna de ser, también, anatema para los superconservadores (la reforma migratoria y el control de armas están en esa lista). Estados Unidos está, en suma, en un brete. No es solo su economía la que está en la cuerda floja. Es su credibilidad.

¿De quién es la culpa? Primero, de la coyuntura. Sin la gran crisis de 2008 nacida de la irresponsabilidad y el dispendio, los radicales del Partido del Té no habrían tenido un caldo de cultivo desde el cual desarrollarse. El Partido Republicano también tiene responsabilidad. Después de optar por años por un discurso crecientemente conservador y dogmático, no debe sorprenderles que ganara tracción un movimiento radical dentro de sus filas. Pero hay un actor en particular que merece especial atención a la hora de repartir responsabilidades. Se trata de los medios de comunicación, especialmente Fox News, la cadena de televisión por cable que hace tiempo dejó de hacer periodismo para hacer propaganda y elogio de la ignorancia. Siguiendo el modelo de su dueño Rupert Murdoch —en el que los medios se usan para defender intereses y perseguir el poder antes que para cuestionarlo desde la independencia del periodismo—, Fox News dio voz y escenario al movimiento del Partido del Té. Como bien ha señalado Moisés Naím, “sin Fox News, el Tea Party hubiese existido de todas maneras, pero nunca con el peso de ahora”. Impulsados por la pantalla de Fox, los políticos del Partido del Té llegaron a Washington para desquiciar el frágil sistema estadunidense, que se basa, como cualquier democracia, en un mínimo de cordura, información y decencia. Vaya usted a saber con qué fin, la cadena de Murdoch logró lo que quería: adueñarse de la dinámica en Washington no desde la razón, sino desde la intolerancia. Un auténtico secuestro. Tengo la impresión de que la historia lo juzgará con dureza, como ocurrirá con todo aquel que confunda el periodismo con la promoción del poder.

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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