Ilustración: LL / dreamstudio

De América hay que emigrar

El pesimismo en torno a América no ha cambiado: al emigrar, muchos aún citan el diagnóstico que Bolívar emitió hace 200 años.
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Sexta entrega de la serie Buscando América.

En 1830 Simón Bolívar le escribió al general Juan José Flores:

Ud. sabe que yo he mandado veinte años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos: 1º) La América es ingobernable para nosotros. 2º) El que sirve una revolución ara en el mar. 3º) La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4º) Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. 5º) devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6º) Si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último periodo de la América…

Muy clarividente Bolívar respecto a su país y el mío, Venezuela, hundido en un pantano creado en su nombre, la Revolución bolivariana. Sin embargo, la frase “La única cosa que se puede hacer en América es emigrar”define igualmente la historia de parte de las élites intelectuales del continente. Lo dijo Bolívar sintiéndose derrotado en el siglo XIX y lo dicen los chavistas milenial venezolanos, decepcionados con Nicolás Maduro, que estudian, por supuesto, en las universidades radicadas en Estados Unidos, el enemigo neoliberal, colonial, racista y heteropatriarcal. Más de un impertinente se pregunta por qué no se marchan a estudiar en China, Rusia, Cuba, Irán o Nicaragua, aliados de la Revolución, pero esta pregunta es considerada una descortesía en el medio académico, una muestra de intolerancia rayana en el fascismo.

A diferencia de José Martí o de Francisco de Miranda, quienes regresaron a luchar después de un largo periplo preparatorio, y de colegas en todo el continente que regresaron a sus países luego de doctorarse, estos chavistas abiertos o de closet, extrapolando a la política una noción propia del activismo LGBTQ, no piensan en el regreso porque reniegan de la dictadura de Nicolás Maduro y del liderazgo opositor; prefieren quedarse en el país de Trump y de Biden, además de olvidarse de lo que significó la izquierda en el suyo.

Irónicamente, tienen que adaptarse no al país de lengua distinta que persigue de modo implacable a la migración pobre que habla español, sino a los guetos “latinex” de izquierda alrededor de las ciencias sociales y las humanidades. Como me dijo una exalumna mía: en Estados Unidos hay una izquierda muy interesante. No lo dudo: es tan versada que afirma que el gobierno de Maduro es neoliberal.

Yo también me fui de mi país. Estas líneas no cuestionan la migración, solo se interrogan acerca de la insatisfacción generalizada con América que se esconde detrás de ella sin distingo de clase social y raza. Casi dos siglos atrás, Bolívar acuñó las palabras que repiten personas provenientes de distintos países de América Latina cuando se les solicitan sus razones para arriesgarse a emigrar a Estados Unidos, un país cuya política antiinmigración es universalmente conocida. No les importa enfrentarse en su camino con la delincuencia organizada, sumada a funcionarios venales y a la xenofobia, por no mencionar las terribles incomodidades de viajes realizados con insuficiente dinero, en compañía de infantes, personas muy mayores e, incluso, enfermas. La respuesta no varía: toda América Latina es igual, por ende, agrego, hay que emigrar.

Por supuesto, y lo digo como venezolana en México, esta afirmación es incierta: México está considerablemente mejor que Venezuela. No obstante, conozco venezolanos y venezolanas –profesionales educados que deberían estar mejor informados– igualmente convencidos de este absurdo, supongo con el fin de consolarse, de no sentirse fracasados frente a los logros de países que en el fondo desprecian, lamentable descubrimiento que no me deja de asombrar. Toda América es igual: fracasada, caótica, peligrosa y, sobre todo, pobre, como Haití, Venezuela, Cuba, Nicaragua, Guatemala, El Salvador y Honduras. El diagnóstico bolivariano persiste: el sueño migrante se orienta a países que ni siquiera se dignan a conquistarnos, según sus duras palabras.

Tal vez en figuras como el propio Bolívar encontremos la clave. La revolución que lideró y lo convirtió en una figura histórica de culto arrasó con Venezuela hasta los cimientos: ¿valió la pena una épica guerrera que no benefició a nadie, ni siquiera a su cabeza más visible, una guerra civil entre españoles de los dos lados del Atlántico? Sabemos que el que la población excluida de los privilegios criollos haya dejado su vida en esta causa o la haya rechazado no mejoró su existencia. ¿Cabe una interrogante similar de cara al mesianismo militar y de izquierdas que todavía permanece tercamente entre nosotros?

América ha tenido grandes logros intelectuales, literarios y artísticos –los mismos que la izquierda decolonial se empeña en ignorar e impugnar por ideológicamente impuros– que deberían enorgullecernos como región. En el terreno político, no es una insignificancia haber establecido que la nación no se confunde con el color de la piel ni con la sangre de los ancestros sino con la clara voluntad de asentarse en un territorio y compartir su suerte. ¿Por qué percibimos la región con tanto pesimismo? La respuesta facilona se escuda en la impronta colonial, el capitalismo, y en la presencia de Estados Unidos; el conservadurismo voltea su mirada hacia la abandonada hispanidad; otras perspectivas más reflexivas se detienen en nuestra historia económica, política y social, marcada por el populismo y por los mesianismos revolucionarios o militaristas.

Como simple observadora de gobiernos distintos al de Venezuela, sea cual sea la edad de los presidentes y su ideología, no veo más ánimos que el de aguantar la tempestad, sin mayor creatividad. La imagen de América descansa en sus defectos, hijos de la política y de la historia, no en su esplendente cultura diversidad humana y cultural, en los logros científicos y estéticos, en la presencia en el mundo de la ciencia y la tecnología.

¿Dejaremos algún día de ser el continente víctima?

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Escritora y profesora universitaria venezolana. Su último libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de México.


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