Este artículo forma parte de la serie Fantasmagorías del pasado: el humanismo.
Dos fenómenos recientes protagonizados por mujeres dan cuenta de la tensión existente entre un mundo globalizado que exige respuestas globales y la resistencia a la posibilidad misma de tales respuestas. La victoria de Hermanos de Italia, con Giorgia Meloni a la cabeza, y las protestas en Irán a causa de la muerte de Mahsa Amini, presumiblemente a manos de la policía religiosa, señalan la importancia de los valores, ideas y expresiones culturales más allá del descontento económico, efectivamente existente tanto en una nación como en otra.
Meloni defiende su condición de mujer italiana, afincada en el cristianismo y en la familia “natural” (padre, madre e hijos), amenazada por el feminismo y el “lobby” LGBTQ. Se confiesa, además, defensora de la maternidad y de las fronteras de su país ante la avanzada musulmana.
Las iraníes no rechazan el islamismo sino las imposiciones morales que las convierten en víctimas potenciales de cualquier clérigo ofendido. La teocracia en el poder ha perdido terreno ante las libertades básicas para las mujeres, reclamadas en nombre de un margen mínimo de laicidad y de aspiraciones relativas a la equidad de género. Estas ganancias democráticas se han abierto terreno en el mundo a despecho del autoritarismo al alza, e Irán no iba a ser la excepción.
El triunfo de Hermanos de Italia significa una apuesta por el occidente de raíz cristiana; las y los manifestantes en Teherán y otros lugares proyectan un espacio de libertades individuales compatible con la vida en un planeta interconectado. En ambos casos, las mujeres asumen su derecho a formar parte de la política, aunque sus acciones remiten a tradiciones de pensamiento diferentes.
En el caso italiano, se trata del nacionalismo, una herencia moderna cruzada por la identidad, es decir, por la cohesión colectiva cimentada en valores, tradiciones y expresiones convertidas en estandarte del poder del Estado. Meloni ha convertido la exitosa política fascista de la vuelta a las raíces italianas en un fenómeno ahistórico, como si Italia no fuese producto de acciones precisas de agentes políticos sino una esencia intacta, amenazada por la migración.
Quienes protestan en Irán, en cambio, defienden la posibilidad del cambio ante el anquilosamiento de la moral pública, de un ejercicio del poder religioso incompatible no solamente con los derechos humanos fundamentales, cuya inspiración se remite erróneamente de manera exclusiva al llamado occidente, sino con interpretaciones del Corán abiertas a la comprensión de las diferencias y a la variabilidad de los criterios al momento de juzgar el adecuado ejercicio de las personas de fe. Tanto el economista indio Amartya Sem
{{ Amartya Sen, El valor de la democracia, El viejo topo, Barcelona, 2006, 120 p. }}
como la filósofa estadounidense de origen turco Seyla Benhabib
{{ Seyla Benhabib, Las reivindicaciones de la cultura. Igualdad y diversidad en la era global, Katz Editores, Buenos Aires, 2006, 337 p. }}
señalan que la libertad, el pluralismo y el respeto a la vida no son invenciones de occidente y han estado presentes en sociedades y pensadores de muy diverso origen.
Desde mi perspectiva, las religiones monoteístas son monumentos patriarcales, pero entiendo que la fe es un tema central para la especie sapiens. En este sentido, las iraníes pregonan otros sentidos posibles de la experiencia religiosa y de la fidelidad a la propia cultura, por no hablar de la opción de no profesar ninguna creencia ultraterrena.
Celia Amorós,
{{ Celia Amorós, “Por una ilustración multicultural”, en Quaderns de filosofia i ciència, 34, 2004, pp. 67-79. }}
filósofa española identificada con el feminismo ilustrado, aporta una idea iluminadora: toda demanda identificable con las desigualdades de género remite a “vetas de ilustración”, a ejercicios de la razón para resolver dilemas sociales presentes en culturas diferentes y en distintos momentos históricos.
La guerra de Meloni contra el feminismo es, en cambio, irracional: sin las luchas por la equidad de género no hubiese logrado ser la primera jefa de gobierno de su país, pero prefiere atrincherarse en un antifeminismo que preconiza que este es producto de la globalización de izquierdas, en lugar de reconocer la tradición feminista de la propia Italia. Así mismo, al oponer la universalidad del símbolo cristiano de la cruz al islamismo, convierte un asunto político en religioso e identitario. Es mala fe o pura ignorancia.
No cabe duda de que las reivindicaciones culturales ponen en cuestión al humanismo universalista de estirpe liberal, con su idea del hombre agente y soberano de su propio destino. Toqué este tema en el primer texto de esta serie: cierta concepción de lo humano como esencia que trasciende la contingencia histórica ha muerto y, por ende, el humanismo inspirado en tal concepción.
Sin embargo, la necesidad de pensar en alternativas para vivir juntos más allá de nuestras referencias locales es acuciante. Sobre todo, hay que dejar los atajos y las soluciones fáciles a un lado: la derecha antiliberal, el refugio en la religión y el nacionalismo son otras caras de la izquierda identitaria, igualmente antiliberal y entregada a una suerte de furia emancipadora que no comprende la vida social sino en términos de pura opresión. Sobre este tema versará el próximo artículo.
Escritora y profesora universitaria venezolana. Su último libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de México.