La concesión de la nacionalidad española, sin renunciar a la mexicana, es una honra que me empeñaré en enaltecer estrechando aún más los lazos que me unen con España: lazos históricos, familiares, intelectuales, literarios, editoriales, empresariales, personales.
Lazos históricos, porque en la escuela aprendí a venerar a Sefarad, el primer nombre que para mí tuvo España. En el colegio donde transcurrió mi infancia y primera juventud, Sefarad era “La Edad Dorada” de la milenaria historia judía. Ahí comencé a leer los poemas de Yehudah Halevi, la filosofía de Maimónides, la teología de Hasdai Crescas. Ahí admiré el espacio de convivencia y tolerancia entre las tres religiones en la escuela de Toledo y escuché por primera vez, con respeto y nostalgia, el nombre de Alfonso X el Sabio. Y en esa misma escuela, gracias a eminentes maestros mexicanos (contemporáneos de la generación del 98), recorrí siglos de literatura española, desde El cantar de mio Cid y Los siete infantes de Lara hasta la poesía y el drama del Siglo de Oro.
Lazos familiares, porque mi padre –un joven y modesto ingeniero químico– contó en los años cuarenta del siglo pasado con el apoyo de un grupo de empresarios asturianos que lo ayudaron a fundar una empresa litográfica que llegó a tener cierta relevancia. Estos hombres (Rodríguez, Pando, Llaneza), dueños de una industria perfumera llamada “Dana”, tienen un nicho de amor en la memoria de mi familia.
Lazos intelectuales, porque tuve la fortuna de ser amigo del poeta León Felipe y también de ser el último discípulo del maestro José Gaos. En mi juventud, como estudiante de El Colegio de México (la antigua Casa de España en México), todavía se escuchaban los ecos y las voces de los intelectuales republicanos, los “transterrados”. Ese vínculo mío con ellos –vínculo de discípulo y lector– se estrechó aún más cuando me acerqué (como alumno y biógrafo) a don Daniel Cosío Villegas, el editor, ensayista e historiador que tuvo la idea de traer a aquellos intelectuales a México. Al paso del tiempo, como secretario de redacción de la revista Vuelta, y al lado de Octavio Paz, entablé amistad con muchos escritores de origen español: Ramón Xirau, José de la Colina, Tomás Segovia.
Lazos literarios, porque desde 1993 comencé a concentrar mi obra en la editorial Tusquets, dirigida por dos queridos amigos: el inolvidable Antonio López Lamadrid y la gran editora Beatriz de Moura. Paralelamente, desde hace dos décadas, publico mis artículos de opinión en el diario El País.
Lazos editoriales y empresariales, porque al fundar en 1999 mi revista Letras Libres vislumbré que debía establecerla en España. Así fundamos la edición española de Letras Libres, que comenzó a aparecer en octubre de 2001. Su vocación ha sido tender un puente literario entre Iberoamérica y España. Por ese puente han transitado centenares de autores. A ese puente se asoman millares de lectores en la edición de papel y ahora en el iPad e internet. El año entrante Letras Libres cumplirá quince años, continuidad impensable sin el sustento generoso que nos dan empresas amigas como bbva, Santander, Telefónica y Endesa. De esta continuidad, mi querido amigo Lorenzo Zambrano, fundador conmigo de Letras Libres, estaría orgulloso: él también estableció a Cemex, su gran empresa, en España.
A lo largo de dos decenios he sido objeto de reconocimientos que me enorgullecen y me animan a continuar en mis empeños: el Premio Comillas de Biografía a mi libro Siglo de caudillos, la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica, el Premio de Ensayo Caballero Bonald a mi libro Redentores, el Premio FAES de la Libertad. A la generosidad que transmiten esos reconocimientos hay que agregar lo más importante: los lazos personales, las amistades que se han ido enhebrando a lo largo de las décadas y que son el tejido entrañable de la vida. Esos amigos (la lista es larga) me han hecho sentir España como un segundo hogar, un hogar que me llama a tender más puentes, a profundizar en el estudio y difusión de la huella de España en México y la de México en España.
A todos ellos, a la antigua Sefarad y a la moderna España, a los maestros que leo y releo siempre (Ortega, Unamuno, Machado) y al paisaje que he visitado tanto y he hecho mío, mi profunda gratitud. ~
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.