En un excelente artículo publicado en mayo pasado en Letras Libres, Roger Bartra calificó la actual situación política como de putrefacción: “Ya no solamente estamos ante un populismo autoritario y reaccionario que amenaza a la democracia, estamos entrando en una nueva fase de la situación política. Lo nuevo es que, ante el fracaso de la llamada 4T, el gobierno y su partido han iniciado un proceso de putrefacción política”. Bartra explicaba este proceso por la corrupción conocida, que no se ha acabado, y la descomposición política sin precedentes del aparato gubernamental y el partido oficial.
A ello habría que añadir un conjunto de normalizaciones que pudren la política de una manera inédita y escandalosa. El presidente López Obrador está empeñado en convertir la simulación en norma; lo necesita y lo desea. A base de repetir y repetir sus discursos mañaneros y su estilo de ejercer el poder, intenta normalizar una especie de antipolítica, para convertirla en un ideal, el ideal de su 4T.
Estas son algunas de las normalizaciones que ha intentado:
La mentira como un elemento fundamental del discurso presidencial. Según Spin, el taller de comunicación política que analiza con todo detalle las mañaneras, en sus primeros cuatro años de gobierno AMLO ha dicho más de 101 mil mentiras o afirmaciones imposibles de comprobar. La transformación predicada es una invención. Cuando la contradicción con la realidad es inocultable, el presidente no duda en recurrir a otra fantasía: “yo tengo otros datos”. La posverdad instalada en el principal acto de gobierno.
La polarización y el odio como contenido básico del discurso de un jefe de Estado. Un segundo eje de la narrativa presidencial es la división maniquea de la sociedad. No hay sociedad sin diversidad y divisiones, pero en la visión de AMLO, México está dividido en dos partes y solo en dos: el pueblo bueno y los conservadores corruptos, los malos. Esa concepción maniquea es complementada por un discurso de odio que polariza y enfrenta a los dos bandos. La pluralidad de la sociedad no la enriquece, no hay manera de conciliar intereses, de construir un proyecto común; es el pueblo contra los neoliberales y son enemigos. ¿A dónde puede llegar una sociedad que se concibe a sí misma como dividida irremediablemente en dos fracciones enemigas?
La intolerancia, el aislamiento y la opacidad como forma de gobierno. López Obrador no se ha reunido jamás con los líderes de los partidos políticos, ni con los líderes del Congreso; se reúne solo con los gobernadores de Morena; no recibe ni dialoga con las organizaciones de mujeres ni de las víctimas de la violencia, ni las madres de los desaparecidos. No acepta ni una sola crítica de nadie, pues quien la profiere es parte de un complot en su contra y, por tanto, parte de los corruptos que desean destruir el proyecto de transformación, que no tiene errores. Un corolario de un gobierno que nunca se equivoca son la negación de responsabilidades y la obsolescencia de la transparencia y la rendición de cuentas. Desaparecer el INAI y someter a la Auditoría Superior de la Federación son conclusiones lógicas y necesarias.
Poder sin límites y desprecio al orden legal. Casi todos los presidentes han simulado el cumplimiento de la ley, pero nunca llegaron tan lejos. Él y su proyecto están por encima de las leyes y puede ignorarlas, violarlas, desacatarlas y modificarlas violando los procedimientos porque son instrumentos del régimen neoliberal para impedirle dar cumplimiento a su mandato y su misión. De la misma manera ha descalificado, debilitado o anulado cuanto organismo autónomo limita su poder de decisión. Desde la embestida contra el Poder Judicial y la intención de someter por cualquier vía al INE, hasta convertir a la CNDH y a la CRE en instituciones vergonzantes, pasando por la desaparición del INEE y el debilitamiento de la Cofece, el INAI y el Ifetel.
El gobierno de los leales incompetentes y de los militares. Lo ha dicho y repetido: gobernar no es gran cosa y los funcionarios de su gobierno deben ser 90% leales y 10% competentes; el desastre de la administración y de la mayoría de las políticas públicas –seguridad pública y salud dos ejemplos patentes– comprueban que el presidente ha sido consecuente con su dicho. Además, detrás de la militarización de la seguridad y la administración públicas está la idea, igual de peligrosa, de que lo militar es mejor que lo civil. Incompetencia burocrática y doctrina militarista que desean ser normalizadas.
El uso discrecional de la justicia con fines políticos se legisló para hacerlo legal. La ampliación de delitos considerados como graves que merecen prisión preventiva oficiosa, es decir cárcel sin haber recibido sentencia (evasión fiscal, corrupción, faltas electorales) y la pretensión de incautar patrimonio con base solo en la denuncia han sido utilizados para doblegar amenazar, atemorizar y hasta encarcelar a enemigos del presidente, sean empresarios, políticos, ministros de la SCJN, periodistas, intelectuales, académicos, científicos, precandidatos.
Convertir la política social en limosnas personalizadas, con el fin de perpetuar la dependencia clientelar de los pobres al partido del presidente es otra grave normalización de este gobierno. En vez de ampliar y fortalecer las instituciones sociales que, al generar igualdad de oportunidades permitan el ejercicio de los derechos sociales, económicos y culturales de los ciudadanos, reducir la política social a transferencias monetarias generalizadas, sin focalización en los grupos más vulnerables, se anula su eficacia, se agrandan las brechas y rezagos sociales y se degrada a quienes las reciben.
Los mexicanos hemos sufrido y tolerado la simulación, pero no la hemos aceptado como norma. Esa es una razón más para trabajar intensamente en fortalecer una alternativa política real, alejada de las simulaciones, el próximo año.
Es especialista en seguridad nacional y fue director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN). Es socio de GEA.