Los terroríficos ataques del sábado contra Israel entrañaron niveles de planificación, orquestación y audacia que indican que llevaban tiempo preparándose. No fue una respuesta airada e impetuosa a acontecimientos recientes, como el asalto de colonos a la mezquita de Al Aqsa o el diálogo entre Israel y Arabia Saudí, sino que estos sucesos son los últimos de una serie que convenció a Hamás de que había llegado el momento de conmocionar y sacudir a Israel. La fecha del 7 de octubre, casi cincuenta años después de la última vez que Israel sufrió un golpe similar, quedará durante algún tiempo. Hamás entiende el simbolismo.
La comparación fácil y obvia entre los dos ataques es que una vez más se ha tomado a Israel por sorpresa. Las comparaciones pueden ir más allá. Los israelíes acabaron ganando la Guerra del Yom Kippur de 1973 al derrotar a los ejércitos egipcio y sirio, pero no lo sintieron como una victoria. Los costes humanos fueron elevados y demostraron que el país seguía siendo vulnerable, a pesar de las asombrosas victorias de la guerra de 1967. Los ejércitos árabes habían sido tachados de ineficaces: ahora demostraban que, con mejores armas y tácticas, todavía eran capaces de infligir duros golpes a Israel, y podían volver a hacerlo. El pueblo israelí opinaba que si se hubiera apreciado mejor el peligro, todo aquello podría haberse evitado. El gobierno fue finalmente castigado en las urnas por ese error.
Aunque siempre soy cauteloso a la hora de predecir el curso de una guerra, podemos estar razonablemente seguros de una cosa. La reacción política dentro de Israel será dura e irá más allá de las investigaciones sobre el fallo de los servicios de inteligencia. Todavía no, porque el país se unirá a medida que continúen los combates y se dejarán de lado las diferencias partidistas. Pero una vez que el polvo se asiente. El cambio ya se está produciendo, pues el primer ministro Benjamin Netanyahu ha ofrecido a los partidos de la oposición formar parte de una coalición de emergencia, y querrá contar con el apoyo más amplio posible para dar los siguientes pasos. Según Yair Lapid, Netanyahu reconoce que “con el actual gabinete de seguridad extremista y disfuncional, no puede gestionar una guerra. Israel necesita que lo dirija un gobierno profesional, experimentado y responsable”. La condición será destituir a los miembros más polémicos y disruptivos de su coalición, en particular Bezalel Smotrich y el ministro de Seguridad, Itamar Ben Gvir, un ultraderechista que se ha ocupado de agravar las relaciones con los palestinos sin prepararse para las consecuencias.
Las políticas de la coalición en materia de reforma judicial no solo han dejado a la sociedad israelí profundamente dividida, algo de lo que Hamás habrá sido muy consciente, sino que además su apoyo activo a los grupos extremistas que alborotan Cisjordania y Jerusalén ha hecho que las Fuerzas de Defensa Israelíes (IDF) se desvíen para protegerlos. Esta es una de las explicaciones de los puestos de guardia vacíos y las delgadas líneas de defensa en la frontera con Gaza, que afectaron a la capacidad de responder a los ataques.
La escala y el carácter de estos ataques son más limitados y terroristas que el paso del canal y los ataques blindados de 1973. Además, a diferencia de 1973, cuando Israel no podía centrarse en las fuerzas egipcias hasta que no hubiera hecho frente a la amenaza más inmediata de Siria, hasta ahora Israel está luchando contra un solo enemigo. Debe ser consciente de que eso puede cambiar, ya sea por un recrudecimiento de la violencia en Cisjordania o porque Hezbolá decida unirse a la guerra desde el Líbano, con consecuencias aún más mortíferas.
Guerra y diplomacia
Hay otra diferencia. La guerra de 1973 fue un preludio de la diplomacia. Hasta entonces todos los gobiernos árabes se habían negado a aceptar el derecho de Israel a existir y habían rechazado las propuestas de negociaciones directas. El presidente egipcio Anwar Sadat quiso cambiar esta situación y aprovechó que había ganado prestigio tras los primeros días de éxito de la guerra para iniciar el proceso que culminó en un tratado de paz con Israel, seguido, tristemente, de su asesinato. La guerra actual ha estado precedida de importantes negociaciones y avances en las relaciones diplomáticas árabe-israelíes, especialmente con los países del Golfo. El último esfuerzo comenzó bajo la administración Trump, dando lugar a los “Acuerdos de Abraham” (entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos) y recientemente ha estado avanzando hacia lo que los israelíes consideran el gran premio de las relaciones normales con Arabia Saudí. Eso ha ido avanzando en los últimos días, con Estados Unidos intentando mediar en un acuerdo (y conseguir que los saudíes ayuden a bajar el precio del petróleo). Netanyahu dijo a la ONU en septiembre que los dos países estaban “a punto” de llegar a un acuerdo. El príncipe heredero saudí, Mohammed Bin Salman, también confirmó que “cada día estamos más cerca”.
Los palestinos han observado esto con consternación porque sienten que están siendo abandonados por gobiernos árabes deseosos de aprovecharse de la economía israelí de alta tecnología. En el pasado se consideraba que algún tipo de iniciativa de paz era condición previa para cualquier movimiento saudí. El príncipe heredero sigue insistiendo en que no se ha olvidado la cuestión palestina, pero los palestinos tienen pocos amigos en la región, por muy popular que sea su causa entre la gente corriente. Los atentados se planearon antes de la última fase del diálogo saudí-israelí. Sin embargo, es posible que, como este proceso de normalización lleva en marcha algún tiempo, uno de los motivos fuera desbaratarlo.
La respuesta saudí hasta ahora ha sido pedir el cese inmediato de la escalada de violencia, señalando que había advertido en repetidas ocasiones que la ocupación israelí de Gaza impulsaría más violencia. Su postura sigue siendo que la mejor opción es una “solución de dos Estados”, y esa es la opinión de la mayor parte de la comunidad internacional.
Sin embargo, el último intento serio de negociar con este fin se produjo al final de la Administración Clinton, en 2000. El fracaso de esas conversaciones, sobre la división de Jerusalén y el alcance del derecho palestino al retorno, fue seguido por la “Segunda Intifada”, que incluyó bombas en ciudades israelíes. Esto empujó a Israel hacia la derecha y minó su movimiento pacifista. Ha habido intentos ocasionales de reactivar el proceso, al menos con los dirigentes palestinos de Cisjordania, encabezados por el enfermo Mahmud Abbas. A veces ha habido cooperación entre las fuerzas de seguridad israelíes y palestinas para estabilizar la situación. Pero las relaciones, que nunca fueron buenas, se han deteriorado aún más a medida que el gobierno israelí respaldaba al movimiento de colonos de línea dura. Hamás, que ya controla su propio territorio, mantiene su rechazo, sin ningún interés en una negociación aunque se la ofrecieran.
Contener a Hamás
Una vez derrotada la Segunda Intifada, el entonces Primer Ministro Ariel Sharon dio un paso audaz. Llegó a la conclusión de que la mejor manera de hacer frente a la Franja de Gaza era retirar a todos los israelíes de sus asentamientos y levantar una valla, y esperar que si dejaba en paz a los palestinos de allí eso sería recíproco. No fue lo que pasó. En 2006, Hamás ganó las elecciones en Gaza y pronto consolidó su control sobre el territorio, expulsando al grupo Fatah de Abbas. Consideraba el territorio una base desde la que preparar un enfrentamiento final con Israel, y no tardó en acumular armas, entre las que había, gracias a la ayuda iraní, cohetes.
Cada vez que se lanzaban ataques desde la zona, Israel devolvía el golpe. Estas escaramuzas armadas reflejaban la frustración por las condiciones en que vivía la población y la determinación de Hamás de demostrar que no se acobardaba. En respuesta, Israel consideró que no se atrevía a mostrar ninguna debilidad. Esto implicó a lo largo de los años una serie de medidas, desde asesinar a los líderes y fabricantes de bombas de Hamás hasta atacar directamente los campamentos de sus combatientes.
En ocasiones, esto significó llevar la lucha a los bastiones de Hamás en Gaza. Desde hace más de una década, sea cual sea la provocación, las IDF han querido evitarlo. Una vez en territorio hostil, sus tropas se vuelven vulnerables a las emboscadas mientras tratan de eliminar a los combatientes que se fusionan fácilmente con la población local. La experiencia señala que una vez que se entra en estos territorios, salvo para una incursión rápida con un objetivo concreto, puede ser muy difícil volver a salir y es poco probable que se consigan grandes objetivos.
Por eso se ha recurrido más a medidas defensivas y punitivas. En 2014, en un esfuerzo por conseguir el levantamiento del bloqueo aéreo y marítimo sobre Gaza, Hamás lanzó ataques con cohetes contra Israel, mientras que Israel demostró la calidad de su inteligencia al encontrar y destruir más de 30 túneles. Se habían utilizado tanto para el contrabando como para posibles rutas bajo la valla a través de las cuales se podrían organizar ataques contra comunidades israelíes. Aunque Hamás lanzó miles de cohetes, sus ataques fueron neutralizados por el impresionante sistema de defensa antiaérea Cúpula de Hierro.
A partir de entonces, la combinación de una valla mejorada, las defensas aéreas y los ataques de precisión de las fuerzas aéreas contra los activos de Hamás en Gaza se consideraron suficientes para neutralizar la amenaza sin correr los riesgos y la angustia de intentar ocupar el territorio. Mientras tanto, Gaza sufría un bloqueo, respaldado por Egipto, que restringía la importación de cualquier mercancía, incluido material electrónico e informático, que pudiera utilizarse para fabricar armas, al tiempo que impedía a la población abandonar el territorio.
Más que “resolver” el problema de Hamás, ya fuera por medios militares o políticos, se intentaba contener. Hubo manifestaciones y protestas a lo largo de la valla, pero nada que pareciera inmanejable. Como señaló Seth Franzen, “Hamás en Gaza parecía aislada, incapaz incluso de conseguir más fondos de las fuentes habituales, como Qatar. Con los acuerdos de normalización de Israel creciendo en la región, Hamás parecía presentar una ideología anticuada y atrapada en el pasado”.
Pero había señales de tensiones crecientes. La facción más joven de Gaza, la Yihad Islámica, lanzó una andanada de cohetes en mayo, seguida de un ataque selectivo israelí que mató a tres de sus líderes. Esta vez Hamás dio marcha atrás. Egipto y la ONU acordaron un alto el fuego. En julio, las fuerzas israelíes entraron en Yenín, Cisjordania, con el supuesto objetivo de acabar con los militantes palestinos. Para ello se emplearon cientos de soldados de tierra y ataques aéreos. El mes pasado se produjeron enfrentamientos cerca de la valla de Gaza entre palestinos y fuerzas israelíes. La semana pasada, colonos israelíes entraron en el complejo de Al Aqsa, en Jerusalén Este, al parecer ayudados por la policía israelí, con motivo de la festividad de Sucot, y provocaron la ira árabe. (Fue una visita de Ariel Sharon a esta mezquita en 2000 lo que contribuyó a desencadenar la Segunda Intifada.)
¿Y ahora qué?
En un contexto de creciente frustración e ira palestinas, la contención se convirtió en un reto cada vez mayor. Hamás buscaba la forma de romper las defensas de Israel. Hacía tiempo que contaba con sus cohetes para llevar la guerra a Israel, pero su impacto quedaba neutralizado por la Cúpula de Hierro. El sábado lanzó cientos de cohetes simultáneamente, de modo que, al menos temporalmente, superó a la Cúpula de Hierro y algunos de ellos alcanzaron objetivos en el interior de Israel. Y lo que es más grave, rompió la valla con excavadoras, la saltó con parapentes y la rodeó por mar. Muchas de estas maniobras fueron desbaratadas, pero la primera oleada tuvo éxito suficiente como para permitir la invasión de puestos fronterizos, la toma de rehenes y la muerte de civiles al azar cuando los militantes se les echaban encima. Aunque las operaciones dentro de Israel deberían terminar pronto, el asesinato de pensionistas y la profanación de cadáveres aumentarán la presión sobre el gobierno israelí para que tome represalias.
Israel ya está haciendo daño a Hamás con ataques aéreos contra infraestructuras. Y lo que es más importante, Gaza se está quedando sin gran parte de su suministro de electricidad y agua, y su conexión a Internet se ha visto afectada. El portavoz jefe de las Fuerzas de Defensa de Israel, el general de brigada Daniel Hagari, declaró en rueda de prensa que los ataques aéreos “se intensificarán significativamente y eliminarán toda la infraestructura terrorista de Hamás, todas las casas de los comandantes terroristas y todos los símbolos del dominio de Hamás”. Pero al fin y al cabo se trata de edificios, y siempre se pueden encontrar nuevos edificios, y para el caso nuevos combatientes y líderes.
También ha llamado a filas a los reservistas y parece estar preparándose para volver a entrar en Gaza. La presión para que lo haga será considerable, pero también hay motivos para la cautela.
En primer lugar, Hamás estará preparada. Será una lucha dura. Incluso una incursión limitada podría resultar costosa.
En segundo lugar, las IDF no tienen ni la capacidad ni el aguante para hacerse con el control de Gaza. Sigue siendo un territorio de 2 millones de personas, y como no tienen otro lugar adonde ir, se quedarán, y seguirán enfadados.
En tercer lugar, para Israel el mayor peligro es que el conflicto se extienda, estirando aún más a las IDF, y a la Cúpula de Hierro. El grupo libanés Hezbolá ha elogiado la operación y la ha vinculado a los intentos de los gobiernos árabes de mejorar las relaciones con Israel. Según su líder, Hassan Nasrallah, “envía un mensaje al mundo árabe e islámico, y a la comunidad internacional en su conjunto, especialmente a aquellos que buscan la normalización de este enemigo, de que la causa palestina es eterna, viva hasta la victoria y la liberación”.
Supongo que si Hezbolá formara parte del plan habrían atacado al mismo tiempo para maximizar el impacto. Irán apoya a ambos grupos y estará considerando hasta qué punto una guerra más amplia complicaría sus intentos de normalizar las relaciones con los árabes del Golfo. Si los combates se prolongan y las imágenes se convierten en las de los ataques israelíes contra Gaza, aumentarán las presiones para que Hezbolá se implique. Hezbolá ya ha hecho un gesto al enviar cohetes y proyectiles contra tres posiciones israelíes en la disputada región del Monte Dov, en la frontera con Líbano. Israel respondió con artillería y un ataque con drones. Lo mismo ocurre con Cisjordania. Abbas ha observado que los palestinos tienen derecho a defenderse, sin ir más allá, pero debe existir el riesgo, lo quiera o no, de una acción independiente contra los colonos israelíes, y para el caso por parte de los grupos de colonos contra los palestinos.
En cuarto lugar, ¿qué ocurre con el destino de los cien rehenes tomados por Hamás y la Yihad Islámica (que también ha desempeñado un papel activo en los atentados)? La toma de rehenes no ha seguido un patrón claro (al parecer, hay 15 tailandeses retenidos) y algunos parecen haber sido capturados y retenidos por civiles palestinos. Esta cuestión va a pesar mucho en los cálculos israelíes.
En cuanto a los objetivos políticos, el líder del ala militar de Hamás, Muhammad Deif, solo ha dicho que la “operación” se lanzó para que “el enemigo entienda que el tiempo de sus saqueos sin rendir cuentas ha terminado”. También se ha descrito como “en defensa de la mezquita de Aqsa”. Netanyahu ha descrito los objetivos de Israel de la siguiente manera: “Nuestro primer objetivo es, ante todo, limpiar el territorio de las fuerzas enemigas que han entrado y restablecer la seguridad y la calma en los asentamientos que han sido atacados. El segundo objetivo, al mismo tiempo, es imponer un alto precio al enemigo, incluso en la Franja de Gaza. El tercer objetivo es fortificar otras zonas para que nadie se una por error a esta guerra”.
Si Israel quiere contener el conflicto, necesita acabar con él lo antes posible. Por la misma razón, a Hamás le vendrá mejor que continúe, agitando emociones en toda la región.
Israel, que había llegado a la conclusión de que estaba seguro porque había encontrado la manera de contener a los palestinos y luego en buena medida ignorarlos, descubre ahora que no es tan fácil. La atención internacional que han suscitado estos acontecimientos, y los peligros que se ciernen si continúa la violencia, pueden alentar nuevas iniciativas diplomáticas –el Consejo de Seguridad se reunirá y el Secretario de Estado estadounidense se ha puesto en contacto con todas las partes interesadas, salvo Hamás–, pero con tantas otras cosas en marcha no es un momento propicio. Tal vez los nuevos amigos de Israel en el Golfo identifiquen un camino a seguir, como los saudíes han intentado hacer en el pasado. Tal vez la conmoción provocada por esta última ronda de enfrentamientos fomente nuevas ideas. La historia no carece de ejemplos de intentos de suavizar el conflicto, algunos de los cuales lograron avances.
Las iniciativas locales son más probables. Es difícil imaginar que una operación militar pueda liberar a los rehenes sin peligro. El Wall Street Journal informa de que Israel ya ha pedido a Egipto que medie. Egipto participó en las conversaciones en curso desde mayo de 2021 con Qatar y Hamás (en las que Israel ha intervenido). Giraban en torno a la reconstrucción de Gaza tras los combates del pasado y la relajación del bloqueo, a cambio de un alto el fuego. Según Haaretz, se rompieron hace un mes, cuando en lugar de más ayuda el representante de Qatar en Gaza solo transmitió las advertencias de Israel contra cualquier escalada. Estas podrían reavivarse, aunque un alto el fuego ahora con una relajación del bloqueo, sin que Hamás se debilite para el futuro, sería visto como una derrota para Israel. Pero si volvemos la vista atrás, a 1973, el impacto a largo plazo sobre Israel radicó tanto en la manera en que empezaron los combates como en su forma de terminar. Ser sorprendido por el primer golpe fue una victoria psicológica para su adversario y los efectos perduraron. ~
Traducción del inglés de Lola Rodríguez.
Publicado originalmente en el Substack del autor.
Lawrence Freedman es profesor emérito de War Studies en el Kings College de Londres.