Dar una oportunidad a la paz: sobre corredores humanitarios y negociaciones en Ucrania

Dada la forma en que Moscú se ha comportado hasta ahora, tanto en el periodo previo a la guerra como en las negociaciones del alto el fuego, hay pocas razones para confiar en Putin.
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Lo importante a tener en cuenta sobre Vladimir Putin es que es un espía y no un soldado. Comenzó su carrera en el KGB de la era soviética y fue jefe de su sucesor ruso, el FSB, antes de convertirse en primer ministro y luego en presidente. Tiene un instinto para el encubrimiento, la invención y la mentira, para obtener ventajas a través de la manipulación de las percepciones; deja a sus oponentes desorientados y motiva a sus aliados a través de amenazas siniestras. 

Ha recurrido a este enfoque cada vez más a lo largo de su presidencia, construyendo una visión del mundo para justificar políticas que parecen estar cada vez más alejadas de la realidad. Es difícil discernir cuánto de esto refleja sus verdaderas convicciones y cuánto sabe que es falso. Sus descripciones de la relación de Ucrania con Rusia y del carácter de sus dirigentes pueden reflejar sus convicciones, por muy fantásticas que parezcan a las personas de fuera; las afirmaciones de que los ucranianos están volando sus propios edificios residenciales o están a punto de adquirir armas nucleares son directamente cínicas. 

¿Puede detenerse con la verdad una guerra iniciada con mentiras? El reto desde el principio, para quienes se preguntan cuál es la mejor manera de concluir esta guerra, ha sido identificar un proceso de paz que anime a Putin a abandonar sus delirios. Aunque la campaña militar rusa hubiera tenido mucho más éxito, nunca hubo capacidad para instalar y mantener un gobierno títere. Esto lleva a preguntarse si hay objetivos secundarios –como el territorio en el Donbás o la neutralización de Ucrania– que podrían satisfacer a Putin. Cabe preguntarse lo que se necesitará no solo para que las dos partes se pongan de acuerdo, sino para que confíen en que cualquier acuerdo se cumplirá.  

Un proceso de paz no puede ser ajeno a la evolución de los combates. Refleja los acontecimientos y trata de influir en ellos. Las negociaciones de paz no representan una alternativa a la guerra. La mejor manera de entenderlas es verlas como una continuación de la guerra por otros medios no violentos. Este punto puede demostrarse considerando a su vez las diversas iniciativas en curso en este momento, todas ellas dirigidas a diferentes aspectos del conflicto.

Alto el fuego

Hasta ahora, el principal objetivo de las negociaciones directas ruso-ucranianas ha sido el alto el fuego humanitario. En conflictos anteriores, este alto el fuego ha dado lugar a pausas en los combates para permitir el intercambio de heridos y prisioneros, así como para proporcionar una vía de escape a los civiles. Los rusos no parecen tener mucho interés en organizar el regreso de los prisioneros y los heridos, tal vez porque no quieren que la gente regrese a sus casas hablando de lo mal que lo han pasado y de cómo sus oficiales les engañaron para que combatieran diciéndoles que estaban de ejercicios. (Incluso hay quien ha sugerido que los rusos no quieren que sus muertos regresen debido a los mismos costes de propaganda).  

En cuanto a ayudar a huir a los civiles, los rusos han socavado la credibilidad de sus afirmaciones de que se preocupan por las víctimas inocentes al jugar con el proceso. Prometieron corredores, pero luego hicieron imposible la salida de personas hambrientas, enfermas y agotadas debido a los nuevos bombardeos o a las carreteras minadas. El siguiente paso fue ofrecer rutas que llevaran a los civiles a Rusia y Bielorrusia. Como era de esperar, esto fue rechazado. Sean cuales sean sus privaciones actuales, los ucranianos no desean ser utilizados como activos de la propaganda rusa (aunque el día 8 Rusia evacuó a 5.000 personas de Sumy, entre ellas 600 estudiantes indios, procedentes de uno de los pocos países que no se han vuelto completamente contra Rusia). En otros lugares, y especialmente en Mariupol, estos episodios han sido manipulados de manera que en lugar de ayudar a la gente a escapar se maximiza su desesperación y malestar, presumiblemente con la esperanza de que exijan a sus líderes que capitulen.

Este es otro aspecto de la tendencia rusa a utilizar el lenguaje y las iniciativas humanitarias para enmascarar movimientos bélicos. Los potenciales aspectos propagandísticos de tales gestos quedaron patentes con la anunciada, y totalmente innecesaria, evacuación de civiles de los enclaves del Donbás patrocinados por Rusia justo antes del comienzo de la guerra. Esto era para dar verosimilitud a la invención de Moscú sobre un inminente “genocidio” ucraniano.  

Desgraciadamente, al convertir en armas los actuales esfuerzos de ayuda, su valor como dispositivo humanitario se ve socavado. El Comité Internacional de la Cruz Roja hará todo lo posible para que funcionen, pero hasta ahora han sumado tanto como restado a la miseria de los atrapados en los combates y han creado una población aún más hostil en una región que antes se suponía favorable a Rusia. También refuerzan las dudas sobre si se puede confiar en que Rusia se adhiera a cualquier acuerdo futuro. 

Otro tipo de alto el fuego es un cese directo de las hostilidades que se promulga en un momento acordado en el que deben cesar los disparos. Aunque la intención sea seguir con negociaciones para llegar a un acuerdo duradero, no siempre es así. Casi 60 años después del armisticio del final de la Guerra de Corea, todavía no se ha firmado un tratado de paz entre Corea del Norte y Corea del Sur. Cuando Estados Unidos convocó un alto el fuego en la Guerra del Golfo en 1991, había una amenaza explícita de que la guerra se reanudaría si Irak no cumplía con una serie de exigencias bastante detalladas (incluida la eliminación de sus armas de destrucción). Esa fue la base legal usada para la invasión de Irak por parte de Estados Unidos y el Reino Unido en 2003.  

En algunos conflictos se ha impuesto un alto el fuego.  La perspectiva de que se produzca un alto el fuego como resultado de la presión internacional, por ejemplo, a través de una resolución del Consejo de Seguridad, puede influir en los combates, ya que los ejércitos se apresuran a tomar cualquier terreno que puedan para situarse en la mejor posición para cuando llegue el momento. Así, hacia el final de las guerras de 1967 y 1973, Israel trató de retrasar la aceptación de un alto el fuego durante el mayor tiempo posible para asegurarse de mantener la máxima cantidad de territorio que pudiera conservar o, al menos, utilizar para negociar posteriormente. Cuando los indios se dirigieron hacia Dhaka (ahora Bangladesh) en 1971, Pakistán buscó un alto el fuego para detenerlos antes de que los pakistaníes se vieran obligados a capitular.

Incluso en el caso de Gran Bretaña durante la Guerra de las Malvinas, el gobierno estaba claramente preocupado por la presión que podría ejercer la Administración Reagan para acordar un alto el fuego antes de haber recuperado totalmente las islas de Argentina, lo que complicaría los intentos de reafirmar la soberanía del Reino Unido. Y ello a pesar de que, como miembro permanente del Consejo de Seguridad, el Reino Unido tenía derecho de veto, que de hecho ejerció oponiéndose a una resolución cuando las fuerzas británicas estaban cerca de la victoria. 

Conserva lo que tienes

Por supuesto, Rusia también puede vetar cualquier resolución de este tipo. Sin embargo, tiene interés en una característica habitual de estos ceses de hostilidades, ya que tienden a seguir el principio de “conserva lo que tienes”. Se establecen nuevas fronteras de facto donde acaban las tropas. Por eso, por regla general, los que se enfrentan a la derrota tienden a estar más a favor de los “alto el fuego”, especialmente si sin ellos se arriesgan a tener que renunciar a sus ganancias en la guerra. Los que están a la ofensiva tienden a ser menos partidarios. Una forma de trazar el curso de la guerra puede ser el seguimiento de las actitudes cambiantes de las partes beligerantes ante las propuestas de cese de las hostilidades. ¿Podríamos llegar a una situación en la que uno de los bandos se enfrente a la derrota y proponga un alto el fuego para minimizar los daños, aunque esto signifique confirmar las consecuencias de la derrota? 

La mayoría de los analistas aceptan ahora que las dos primeras semanas de la guerra han ido mal para Rusia y la han puesto en una posición incómoda. Sigue habiendo un debate sobre los posibles pasos a seguir por los rusos, dado que su plan inicial ha fracasado tanto. La mayor parte de la atención se ha centrado en la brutalidad de sus ataques a las ciudades, como si esto pudiera coaccionar a Kiev a pedir la paz. La falta de movimientos serios en las principales ciudades es notable, y puede ser que al alto mando ruso le preocupe empujar a tropas reticentes a una guerra urbana para la que los ucranianos han hecho elaborados preparativos. También se da el caso de que los movimientos esperados, incluido el asalto a Odesa, aún no han tenido lugar, pero no se puede descartar.  

Un posible cambio en la estrategia rusa (aunque es algo que se esperaba al principio de la campaña) podría ser apuntar a la ciudad de Dnipró en el centro de Ucrania. Las fuerzas que han estado cerca de Járkov podrían avanzar sobre Dnipró desde el norte, mientras que otras podrían llegar desde el sur. Como algunas fuerzas ucranianas de alto valor siguen luchando en el sur y el este, el riesgo es que entonces podrían quedar aisladas y ser eliminadas por fuerzas rusas superiores, mientras que si se retiran para evitar este destino permiten a Rusia tomar la zona que se han visto obligados a evacuar. Mariupol, que a pesar de todo aún no se ha rendido, podría entonces caer, dando a Rusia un control teórico sobre una franja continua de tierra desde el Donbás hasta Odesa.  

Para repetir una cuestión que se ha señalado muchas veces antes, esto no evitaría la resistencia civil continua y una insurgencia embrionaria en la zona. Hay muchos otros interrogantes en este escenario, incluyendo la capacidad de las fuerzas rusas para moverse rápidamente y al descubierto hacia Dnipró. Es cierto que Ucrania todavía tiene una fuerza aérea de combate y aviones no tripulados, y aparentemente mejor inteligencia y comunicaciones, pero como estrategia tiene cierta lógica política para las fuerzas rusas. Significaría que Rusia tiene territorio con el que negociar en una conferencia de paz. 

Otra posibilidad, relevante aunque solo sea porque los ucranianos se la toman ahora en serio, es que los problemas rusos en el norte sigan aumentando, y aunque hagan algunos modestos avances cerca de Kiev, muchos sean seguidos por contraataques ucranianos. La Federación Rusa tiene dificultades para reponer y abastecer a sus fuerzas sobre el terreno. En algún momento, el Estado Mayor ruso podría presionar a Putin sobre la necesidad de sacar a sus tropas de una situación en la que tienen dificultades para avanzar y están recibiendo ataques con regularidad, aunque por el momento es difícil imaginar que Putin apruebe tal medida.

Rusia es la más interesada en un alto el fuego basado en el “conserva lo que tienes”. Para Ucrania esto daría legitimidad a que las fuerzas rusas siguieran ocupando trozos de su territorio y por eso seguirán oponiéndose por ahora aunque sufran algunos reveses en el campo de batalla. También pensarán que, con el tiempo, hay factores subyacentes que juegan a su favor. Siguen entrando en el país valiosos suministros militares que refuerzan las defensas de Ucrania. Occidente no dejará que su economía se derrumbe. Mientras tanto, los rusos tienen que buscar reservas y su economía se enfrenta a la ruina. 

Una paz negociada

La última posibilidad sería una paz negociada en la que las partes aborden las principales cuestiones en litigio y lleguen a un lenguaje de tratado para resolverlas. Esto se ha debatido en gran medida en términos de posibles mediadores. Se ha mencionado a China, Israel y Turquía. El papel de la mediación puede ser exagerado. Una de sus funciones es simplemente pasar mensajes de una parte a otra. Eso no es necesario en esta situación. La segunda es encontrar respuestas creativas a los problemas que se plantean. Esto requiere grandes habilidades diplomáticas, pero también un acuerdo previo entre las partes en principio sobre algunos de los fundamentos y una buena acogida de las intervenciones del mediador. La tercera posibilidad es forzar a las partes a hacer concesiones que preferirían no hacer. Por eso se ha argumentado que la dependencia de Rusia respecto a China podría convertir al presidente Xi en un mediador eficaz, pero esto seguiría requiriendo que aportara sus propias ideas para una solución equitativa y, aparte de vagas afirmaciones a favor de la paz, no está claro que él y su Ministerio de asuntos exteriores tengan un conocimiento detallado de los pormenores de la situación para elaborar planes creíbles.

Los estadounidenses tienen el conocimiento y la influencia, con sus socios de la OTAN, sobre Ucrania debido a su ayuda financiera y militar. Pero no van a presionar a Ucrania para que acepte cualquier cosa que permita a Rusia salir ganando con su agresión. (Esto es aún más cierto en el caso de las sugerencias de que es EEUU quien debe tratar directamente con Rusia para ayudarla a salvar la cara, por ejemplo, retirando de la mesa el posible ingreso de Ucrania en la OTAN. Ucrania es el país en guerra, no EEUU., y es el que tendrá que presentar cualquier concesión). 

Por el momento, las conversaciones directas son posibles y lo más probable es que sean productivas, aunque sigue siendo difícil ser optimista. Los ministros de asuntos exteriores de Rusia y Ucrania tienen previsto reunirse en Turquía el 10 de marzo. En este sentido, ambas partes han esbozado sus propuestas. Estas propuestas se juzgarán no solo en función de si satisfacen o no a la otra parte, sino también en función de si pueden transmitir sensatez a la comunidad internacional.

Lo único que se puede decir del lado ruso es que se han alejado del cambio de régimen en Kiev, o al menos están dispuestos a que Zelensky siga siendo presidente, pero siguen insistiendo en la neutralización de Ucrania, para que no pueda unirse a ninguna organización internacional, junto con el reconocimiento de la Crimea anexionada y la independencia de los enclaves del Donbás. 

En la tarde del 8 de marzo, la oficina de Zelensky publicó sus propuestas. Estaban cuidadosamente elaboradas para sugerir formas de compromiso. La primera planteaba la posibilidad de “un acuerdo de seguridad colectiva con todos sus vecinos y con la participación de los principales países del mundo”, que proporcionaría garantías tanto a Rusia como a Ucrania. En principio, esto tiene atractivos para Putin, porque haría innecesaria la pertenencia a la OTAN e impediría que Ucrania actuara como base para las armas estadounidenses de largo alcance. Por otra parte, daría a Ucrania algún tipo de garantía de seguridad respaldada por Estados Unidos.

Sin embargo, no conduciría a la desmilitarización de Ucrania. Ucrania ya ha tenido este tipo de garantías antes, especialmente en el memorando de Budapest de 1994, a cambio de renunciar a su arsenal nuclear. Moscú las repudió explícitamente, alegando que el gobierno de Kiev era ilegítimo, por lo que esto plantea preguntas obvias sobre qué tipo de garantías podrían hacer esto creíble.  

En cuanto a Crimea, parece buscar un compromiso que permita a ambas partes mantener sus posiciones sobre el verdadero lugar que ocupa el territorio, mientras que en la práctica parece aceptar por el momento que permanezca con Rusia. Esto es realista. Sobre Donetsk y Luhansk, los dos enclaves del Donbás, su lenguaje fue más elíptico. “Para mí es importante cómo vivirán allí las personas que quieren formar parte de Ucrania. Me interesa la opinión de quienes se consideran ciudadanos de la Federación Rusa. Sin embargo, debemos debatir esta cuestión”. Aquí hay una trampa evidente para Rusia. Los líderes de estas autoproclamadas “Repúblicas Populares” quieren la independencia o incluso unirse a Rusia, pero no está en absoluto claro que esa sea la opinión popular en estos territorios. El 21 de febrero, Putin utilizó una definición amplia de lo que debería incluirse cuando reconoció la independencia de todo el Donbás, aunque los dos enclaves suponen solo un tercio. Después de todo lo que han pasado estos territorios en los últimos días, es difícil imaginar que se sientan rusófilos en este momento.  

Podría considerarse que el lenguaje de Zelensky se remonta a los acuerdos de Minsk de septiembre de 2014 y febrero de 2015, en los que se planteaba cómo estos territorios podrían volver a incorporarse a Ucrania con algunos derechos especiales, pero también cómo se celebrarían las elecciones para encontrar a sus representantes. A Moscú le preocuparían los resultados de unas elecciones libres y justas bajo supervisión internacional. 

Por tanto, nada en la propuesta de Zelensky equivale a una capitulación, pero parece razonable. Si Moscú decide que hay algo en lo que trabajar, aunque solo sea porque podría interpretar cualquier propuesta como un debilitamiento de la determinación de Ucrania, entonces es posible imaginar que se pongan en marcha conversaciones sustanciales.  Sin embargo, por el momento estas propuestas son sugerentes sin ser sustantivas. Lo que podrían significar exactamente en la práctica requeriría una redacción meticulosa y explicaciones cuidadosas, incluso con respecto al papel de terceros en su aplicación y supervisión. Eso llevará tiempo.

Lo que nos lleva de nuevo a la cuestión del alto el fuego. ¿Se detendrán las armas para que continúen las conversaciones? Esto supone un problema para Ucrania, ya que querría evitar un enfoque de “conservar lo que se tiene”, ya que eso redundaría en beneficio de Rusia. Pero daría a ambas partes la oportunidad de consolidar y reponer sus fuerzas. En muchas otras guerras se han interrumpido los combates para entablar negociaciones, para luego reanudarlos cuando no tienen éxito.

Al mismo tiempo, Rusia querrá que se levanten las sanciones lo antes posible, y es difícil que eso se haga mientras las fuerzas rusas permanezcan en Ucrania y sin que se haya alcanzado un acuerdo. 

Hay una rampa de salida potencial para Putin aquí si quiere tomarla, aunque le dará mucho menos de lo que quiere y no lo suficiente para justificar una guerra ruinosa. Volvemos a la cuestión con la que se abría este artículo: las creencias reales de Putin y si es capaz de manipular a la opinión pública rusa para que crea que el resultado es bueno, aunque analistas independientes podrían concluir que esto queda muy lejos no solo de lo que decía querer sino también de lo que realmente esperaba obtener. ¿Quizás confíe en su capacidad para imponer sus propias interpretaciones sobre los textos de los tratados para hacerlos coincidir con sus propios puntos de vista, reforzando así el antagonismo mutuo en lugar de aliviarlo y llevándonos de nuevo al punto de partida? Dada la forma en que Rusia se ha comportado hasta ahora, tanto en el periodo previo a la guerra como en las negociaciones del alto el fuego, hay pocas razones para confiar en Moscú.

Sin embargo, a ninguno de los dos países le conviene continuar esta guerra indefinidamente. Ninguno de los dos tiene un camino seguro hacia una victoria militar decisiva. En los escritos académicos sobre las condiciones para las negociaciones de paz, una de las más comunes es el “estancamiento doloroso”. La situación actual es demasiado fluida para ser descrita como un estancamiento, pero ciertamente está resultando dolorosa para ambas partes. 

Traducción de Ricardo Dudda.

Publicado originalmente en el blog del autor.

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Lawrence Freedman es profesor emérito de War Studies en el Kings College de Londres.


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