La crítica cultural marxista sigue siendo influyente, tal como se evidencia en el protagonismo de la noción de ideología, en especial en su sentido de falsa conciencia. El proletariado permanece cegado ante la realidad de la dominación capitalista no sólo a través de la fuerza sino de ideas, valores y creencias que presentan como “natural” un orden social dado. Es de una arrogancia única calificar de “falsa conciencia” prácticas tan diversas como la religión, el derecho, la moral o la filosofía, pero para el marxismo las prácticas simbólicas y de organización más acrisoladas de la sociedad pueden ser aviesas justificaciones de la explotación del hombre por el hombre.
La idea del sistema capitalista como dispositivo que reproduce la dominación económica en todas las esferas de la vida ha tenido una enorme fortuna académica. El marxismo habla de dinero, un arma poderosísima. Además, no hay nada más humano que imaginar paraísos. Somos animales de ficciones –y mientras más extensas, como el marxismo, mejor– que nos permiten seguir experimentando nuestro vivir en el mundo, idea que desarrolla Yuval Noah Harari en Sapiens. Desde luego, la noción de ideología ha sufrido cambios y adaptaciones y ya el proletariado no es la estrella del firmamento anticapitalista. Veamos la definición de Slavoj Žižek, quien en la “Introducción” de Ideología: Un mapa de la cuestión, indica:
Una ideología, entonces, no es necesariamente “falsa”: en cuanto a su contenido positivo, puede ser “cierta”, bastante precisa, puesto que lo que realmente importa no es el contenido afirmado como tal, sino el modo como este contenido se relaciona con la posición subjetiva supuesta por su propio proceso de enunciación. Estamos dentro del espacio ideológico en sentido estricto desde el momento en que este contenido –”verdadero” o “falso” (si es verdadero, mucho mejor para el efecto ideológico)– es funcional respecto de alguna relación de dominación social (“poder”, “explotación”) de un modo no transparente: la lógica misma de la legitimación de la relación de dominación debe permanecer oculta para ser efectiva.
La noción de ideología en manos de la izquierda antiliberal se traduce en una constante sospecha acerca de conceptos como libertad, derechos humanos e individuo, vistos como máscaras del colonialismo occidental, expresión de un humanismo sin asidero o simples manipulaciones que esconden las aspiraciones universalistas del neoliberalismo. La constante impugnación de la democracia liberal por parte de sectores poderosos dentro de las humanidades y las ciencias sociales que desarrollan su trabajo en países democráticos, indica cuán lejos llegó la hegemonía marxista en el mundo universitario. Se ha naturalizado el pensamiento de izquierda no liberal como el más legítimo, en contra de la libertad y pluralidad de ideas inherentes a toda institución de educación superior.
Un ejemplo de esta afirmación es visible en el estudio de fenómenos culturales, específicamente el cine, la literatura, las artes y del amplio universo de relatos, imágenes y sonidos que permite el ciberespacio. La vinculación entre cultura e ideología ha tomado varios caminos al estilo de estudios culturales, la teoría decolonial y postcolonial, el feminismo no liberal o el pensamiento postmoderno. En todo caso, la peor de las caras de tal vinculación ha sido la impugnación de la corrección política a las libertades de expresión, pensamiento y creación.
La corrección política se basa en la firme creencia de que las prácticas simbólicas reproducen la dominación, la fomentan y son capaces de inducir a ideas y acciones equivocadas, sean racistas, clasistas, homofóbicas o patriarcales. La condena –al estilo de las dictaduras comunistas y fascistas, por no hablar de los fundamentalismos religiosos– de libros, ideas e imágenes que sobrepujan la ortodoxia de lo políticamente correcto se alimenta de la sospecha marxista acerca de las prácticas simbólicas llevada a extremos caricaturescos de comisariato ideológico. El crítico es el policía que descubre en el texto literario, en una imagen o en una pieza fílmica las bajas intenciones fascistas o racistas tras la elaboración del lenguaje o de la imagen. Estas disquisiciones universitarias han saltado a los medios y a las redes sociales, unidas a un neurótico menosprecio de la iniciativa privada –necesaria pero incómoda– y de la economía de mercado, que es muy eficaz para la creación e intercambio de productos y servicios, aunque su lógica no sea igualmente acertada en otros terrenos como el político, el social o el cultural.
Hasta cuándo Marx seguirá lanzando su aliento profético es imposible de prever, pero vale la pena mencionar que Roberto Mangabeira Unger en La alternativa de izquierda urge a desprenderse de él para que la izquierda pueda efectivamente avanzar. Mientras tanto, el marxismo sigue en el mundo de la crítica cultural mediante Žižek, entre tantos otros, y sus futuros émulos. No queda más que insistir en otras miradas sobre la vida humana como formas de organización, supervivencia y expresión que obedecen a múltiples imperativos y necesidades irreductibles a la idea del capitalismo como sistema opresivo mundial. Específicamente desde la crítica de la cultura y el oficio literario habría que apuntar a la reivindicación de la labor estética como creación de mundos, lugar de la libertad más radical y testimonio de la condición humana.
Escritora y profesora universitaria venezolana. Su último libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de México.