Hace un par de días el Pew Research Center (PRC) publicó un informe que preocupa desde el título –“Globally, Broad Support for Representative and Direct Democracy. But many also endorse nondemocratic alternatives”– y que muestra los resultados de una encuesta en 38 países sobre el futuro de la democracia. La buena noticia es que entre 66 y 78 % de los encuestados cree que la democracia directa o la democracia representativa siguen siendo la mejor forma de gobernar un país. La mala es que entre 24 y 26% cree que es mejor ser gobernados por un líder fuerte o un gobierno militar. La noticia con tintes de angustia local es que México es el cuarto país menos comprometido con la democracia.
Para ubicar a los países en un espectro más detallado sobre su compromiso con la democracia, el PRC construyó el “Índice de democracia representativa” que califica a los países como:
1) Demócratas comprometidos: Aquellos que solo apoyan un sistema de gobierno encabezado por representantes elegidos y votados.
2) Demócratas menos comprometidos: Apoyan la democracia representativa pero no les son ajenas, ni les disgustan, formas menos democráticas, como un gobierno de expertos, un líder fuerte o un gobierno militar.
3) No demócratas: Los que directamente no apoyan la democracia representativa y a cambio apoyan al menos una forma de gobierno no democrático.
Como puede verse en la gráfica, el compromiso en México con la democracia (9%) está más cerca del de Rusia (7%) que del de Suecia (52%), el más alto de todos los países encuestados. Y somos, por mucho, el menos comprometido de los países latinoamericanos representados en el informe.
Pero el débil compromiso en México con la democracia que revela el PCR no puede, ni debe, leerse aislado del Democracy Index 2016 que The Economist publicó a principios de este año y en el que califica a México como una “democracia defectuosa”:
Esta democracia defectuosa explica en parte nuestra insatisfacción con ella. Insatisfacción que el PCR registra como la más alta de los países encuestados:
Y si a ello sumamos los elevados índices de desconfianza que nos inspiran los representantes del gobierno federal y la escandalosa respuesta que ello les merece, parece que estamos en un círculo vicioso de desconfianza-banalización-deterioro de la democracia que lleva a más desconfianza–más banalización-más deterioro de la democracia, y así hasta que la idea de un grupo de expertos, no electo, o un líder fuerte termina pareciendo la mejor opción:
Pero regreso a la pregunta de esta columna: ¿Hay manera de comprometerse seriamente con una democracia que percibimos como defectuosa? Sí. La respuesta siempre debería ser sí, porque las democracias siempre son imperfectas. La democracia no es un ente ajeno a nosotros que nos gobierna, ni tampoco, como se ha repetido tantas veces, se agota en las urnas. La democracia es un ejercicio continuo que nos incluye, por lo que esas calificaciones poco halagadoras del PCR y The Economist merecen, sí, una crítica severísima a nuestro gobierno y representantes, pero también nos exigen una autocrítica que por lo general olvidamos. ¿Creemos que tenemos la peor democracia? De acuerdo. ¿Qué vamos hacer para mejorarla? No quería terminar citando a Churchill, pero ¡qué remedio!: “la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado”.
Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.