Gustavo Petro y la ley de Godwin

Si un debate en internet se prolonga lo suficiente, tarde o temprano aparecerá en pantalla la palabra “Hitler". Así lo confirmó la semana pasada el presidente de Colombia al abordar la respuesta de Israel a los ataques de Hamás.
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No todo ciudadano de internet conoce la llamada ley de Godwin. Sin embargo, es un hecho muy registrado que si un diálogo o debate de los que ocurren en la red se prolonga lo suficiente, tarde o temprano, indefectiblemente, aparecerá en pantalla la palabra “Hitler”.

No es más que una observación empírica, desde luego, formulada con satírico espíritu de moderación hace más de 30 años por Mike Godwin, un sociólogo estadounidense y frecuente tertuliano de la Usenet, una de los más antiguos grupos de discusión “internética” aún hoy en uso.

En un artículo publicado en Letras Libres, Stephen Harrison, un abogado y columnista de Slate, afirma que la Ley de Godwin –casi tan antigua como internet– «persiste porque cumple una doble función. Por un lado, es un recordatorio un tanto caprichoso de que las conversaciones en internet pueden escalar rápidamente. Al mismo tiempo, advierte de los riesgos de hacer comparaciones casuales con los horrores del Holocausto. No se debe invocar al mal en vano. El momento del debate en el que alguien llama “nazi” a su oponente ideológico es lo que los franceses llaman “el punto Godwin”». Es el momento en que caduca la conversación pues la desmesura y las hipérboles han logrado ya que el debate pierda toda eficacia.

Lo anterior se verifica con pasmosa regularidad en discursos, artículos de prensa y, por supuesto, declaraciones en la red social X, como las hechas por el presidente de Colombia, Gustavo Petro, a raíz del conflicto de Gaza.

La semana pasada, el presidente Petro alcanzó varias veces el punto Godwin: en menos de cinco días emitió más de un centenar de mensajes denunciando como nazi y genocida la respuesta militar del gobierno israelí a la mortífera irrupción de la milicia terrorista Hamás. En una de sus comparaciones, Petro asimiló la franja de Gaza al campo de exterminio de Auschwitz.

Las indignadas reacciones de los gobiernos de Israel y Estados Unidos instaron a Petro a denunciar la barbarie de Hamás, algo a lo que el presidente colombiano ha hurtado porfiadamente el cuerpo hasta ahora. La escalada en las declaraciones llevó a Israel a anunciar la suspensión del suministro de material de seguridad a Colombia como respuesta a las muchas declaraciones que Tel Aviv juzga hostiles y antisemitas.

Petro amenazó entonces con romper la relación diplomática y exhortó a las naciones hispanoamericanas a solidarizarse con Colombia en el impasse. De no hacerlo, profetizó, la Historia nos propinará una guerra ¡peor que la del Chaco! Los despachos de agencia debieron insertar un párrafo explicativo sobre esa sangrienta guerra olvidada.

Así estaban las cosas el jueves; el viernes, la trifulca diplomática amaneció a una especie de bajamar. Tras las visitas de los embajadores israelí y palestino, se anunció la apertura de una embajada colombiana en la capital de Gaza. Otros trinos presidenciales abogan por una conferencia internacional para tratar la paz universal. La sorna bogotana dice que estos lances tan embarazosos se evitarían manteniendo alejado el celular de Petro del músculo abductor corto de sus pulgares.

Sin embargo, los venezolanos recordamos aún que antes de la sangrienta Operación Plomo Fundido, realizada por Israel en Gaza en diciembre de 2008, nadie habría adivinado que Chávez, iracundo, gritaría en cadena televisiva, “¡maldito seas, Israel!” y expulsaría a su embajador, poniendo fin a una relación de 60 años que había comenzado en 1949 con el voto de Venezuela a favor de la incluir a Israel en la ONU.

A partir de aquel momento, la crónica de la creciente involucración de Irán en el curso de la llamada “revolución bolivariana” narra no solo la indisimulada presencia de Hezbollah en la isla de Margarita, sino el concurso técnico iraní en la refacción de las refinerías venezolanas y el know how para fletar tanqueros fantasmas que ha permitido a Venezuela burlar con razonable éxito las sanciones estadounidenses. Todo esto en un país sin tradición antisemita que acogió desde finales del siglo XIX una población judía que se fundió en la nación venezolana.

Es sabido que las comparaciones oscurecen en lugar de iluminar. En Colombia, la imagen de un jefe de estado doctrinalmente antisemita no es una novedad, como sí lo habría sido en Venezuela hasta el ascenso de Chávez: Laureano Gómez, por ejemplo, líder histórico del Partido Conservador y autoritario presidente de Colombia durante los años cincuenta, fue gran valedor del catolicismo nacionalista afín al franquismo y logró con su confeso antisemitismo torcer el debate público y afectar sensiblemente la concordia nacional. Aún se recuerda la insidosa prédica de años contra “los polacos”, socarrón eufemismo de “judío”.

En algunos de sus trinos, Petro hace la sólita, apaciguadora diferencia que tanto hemos oído en bocas de izquierda: “no soy antisemita, sino antisionista”. En nuestro hemisferio, sin embargo, donde permanentemente se alternan borrascas y esplendores, conviene tener siempre presente la advertencia que Machado hace decir al profesor Mairena, su heterónimo: “Bajo lo que se piensa está lo que se cree”.

Para ello, por supuesto, no es necesario mostrar el naipe invocando a Hitler. ~

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(Caracas, 1951) es narrador y ensayista. Su libro más reciente es Oil story (Tusquets, 2023).


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