La primera vuelta de las elecciones en Argentina dejó un panorama en el que, objetivamente, no hay ganadores.
El peronismo encarnado por Sergio Massa tuvo un margen de votación ambivalente. Si bien en una lectura apurada se lo presenta como un triunfo, hay que moderarse a la hora de calificarlo como tal. Al terminar las elecciones primarias (PASO) también se habló de “un triunfo de Milei”, como si ya no hubiera pasos electorales en el futuro. Como las encuestas, las predicciones son una adicción de medios y lectores.
El triunfo de Massa se limita a haberse mantenido en la carrera (al obtener poco más de un tercio de los votos) y desplazar a Patricia Bullrich, de Juntos por el Cambio (JxC). También está en haber logrado suficientes diputados para tener la primera mayoría, 108 de las 257 bancas de la cámara baja. Se esperaba que ese lugar fuera para JxC, de haber logrado sostener el número proyectado en las PASO. En el Senado, el peronismo también es la primera fuerza, pero se queda, con 34 de las 72 bancas, a tres de tener la mayoría. JxC alcanza 24 bancas y La Libertad Avanza (LLA), el partido de Javier Milei, 8; ambos son también incapaces de lograr el control del Senado incluso si actuasen en conjunto.
En otras palabras, ningún partido consiguió controlar el Congreso y, dado que allí se controla desde el presupuesto hasta las reformas que necesita la política, no surgió un triunfador. Vale aclarar que en la elección de legisladores no hay balotaje, para lo que estos resultados son definitivos. Massa no podría manejar las cámaras sin acuerdos y en cualquier escenario tendría que negociar con los caciques provinciales que lo asistieron para lograr la remontada.
Pero el mayor problema de Massa es llegar a la presidencia. En su afán por remontar, sembró de bombas el futuro inmediato de la economía argentina. El ministro-candidato sabe cuáles son los cables que desactivan las bombas. Pero la cantidad que sembró hacen difícil su desactivación.
La secuencia explosiva es más o menos así: para obtener su porcentaje de votación, solo en septiembre el ministro aumentó la emisión en un 758%, con lo que el déficit primario aumentó a 380 millones, financiados íntegramente con emisión de moneda. Si Massa no controla la emisión, la inflación del 12.7% de septiembre puede ser aun mayor. Y no es previsible que lo haga, porque tiene que llegar a la segunda vuelta repartiendo más dinero.
Las circunstancias anteriores condujeron a una nueva caída del peso, que amaneció con un aumento del 20% en la jornada posterior a las elecciones, por lo que puede anticiparse que los mercados dictaminaron su descontento con los resultados.
La otra bomba que se están armando es la deuda en dólares. Hay vencimientos de deuda por al menos 28 mil millones, de los cuales solo 8,500 son con el FMI. El reciente acuerdo de intercambio financiero (swap) alcanzado con China, por 6,500 millones de dólare, no alcanza para solucionar el problema.
Podemos sumar más factores como la sequía, que restará un 30% de los ingresos por exportaciones, y el efecto del juicio perdido en Nueva York por la nacionalización parcial de la petrolera YPF y los embargos consecuentes por 16 mil millones de dólares.
En el caso de Milei, el problema no es de dinero, sino de formas. Durante meses se dedicó a degradar a su oponente y a cuidar su nivel de críticas hacia Massa. En consecuencia, el caudal de votos que podría lograr ahora depende de atraer a ese 23.83% de JxC que quedó fuera de juego.
Puede intentar atraer el 6.78% del gobernador peronista Juan Schiaretti, pero no le alcanza, porque sumado íntegramente el 29.98% que obtuvo le da un 36.76%, apenas unas décimas sobre el 36.68% de Massa. Y hay que tener en cuenta que el oficialismo corre con el caballo ganador y siempre tenderá a subir.
En todo caso, ese 6.78 de Schiaretti está políticamente más cerca de Massa, al igual que el 2.7% del Frente de Izquierda y de Trabajadores (FIT), que basó su campaña en la oposición a Milei. Quizá Massa opere para atraer con un pacto a una parte del caudal del 11% de votos que Horacio Rodríguez Larreta, figura importante de JxC y jefe de gobierno de Buenos Aires, obtuvo en las PASO. En cualquier especulación, su cantera de votos es más amplia que la de su adversario.
Descartemos que la izquierda del FIT vote por Milei. La postura macartista del líder de LLA y sus seguidores, que ven “zurdos” hasta en la sopa, lo hace imposible. Ese porcentaje de votos tendrá de todos modos un destino tan incierto como el del 2% de los votos en blanco, que tampoco encontraron dueño.
El problema es cómo seducir al votante de JxC. Por más que el expresidente Mauricio Macri intercediera para generar algún tipo de alianza, las agresiones de Milei hacia Patricia Bullrich –la acusó de haber sido terrorista y de haber participado en la colocación de bombas en jardines de infantes, lo que dio lugar a una demanda judicial– hacen muy complejo anudar un acuerdo para favorecer una coalición. La violencia discursiva se volvió en contra de LLA.
Hay otro límite para un pacto con Milei. La construcción personalista de su campaña puede ser incompatible con un acuerdo por el que tenga que dejar de lado el narcisismo y la idea de ser outsider. Que “Milei tenga que dejar de ser Milei” sería un inconveniente para sostener las fidelidades que ya logró.
La continua agresión de los seguidores de Milei contra los votantes de JxC –a quienes tildan de “viejos meados”– hace que la cuestión escape a lo que puedan pactar, ordenar o sugerir los líderes de la coalición de JxC. Hay que tener en cuenta que el votante de JxC es menor orgánico y en su mayoría no obedece a un verticalismo ni a un liderazgo mesiánico. Eso ya se refleja en las redes, en donde muchos anticipan que en ninguna circunstancia votarán por Milei en segunda vuelta.
Recordemos, por otra parte, que los votos impugnados o la ausencia en el día de las votaciones no alteran el resultado, porque las elecciones se hacen sobre votos emitidos. Ese 24% de los votos, un 22% de ausencias y un 2% de voto en blanco ya expresaron que no optaron ni por Massa ni por Milei.
Milei incluso erró su punto de partida en su discurso del domingo por la noche al proponer una “tabula rasa” a la oposición y convocarlos a derrotar al kirchnerismo. Del otro lado, esperaban un pedido de disculpas antes que el otorgamiento de una indulgencia interesada. Pero, además, ya se acumuló mucha evidencia respecto a los lazos subterráneos entre Milei y Massa, manifiestos en la presencia de dirigentes del Frente Renovador en las listas de LLA y del pacto de agresión controlada. Ahora Milei debe mostrar que no es la segunda marca del oficialismo.
Hay sectores del radicalismo que no tendrán problemas para saltarse de bando. Grupos liderados por figuras como el gobernador jujeño Gerardo Morales no tendrán contradicción al hacerlo, en particular por el rol que este jugó como candidato de Massa en 2014 y su resentimiento hacia Macri. Otros dirigentes podrían sumarse a un llamado de Massa a un “gobierno de unidad nacional”, como el radical Emiliano Yacobitti o la líder del partido GEN, Margarita Stolbizer, todos ellos históricamente amargados con el liderazgo de Macri y la candidatura de Bullrich. Aunque el peso electoral de esos pases es incierto y su defección tendría más impacto en la foto que en el fondo político, JxC es una alianza en terapia intensiva.
Curiosamente, más allá del resultado en la elección presidencial, JxC tuvo un resultado positivo al arrebatarle al peronismo la posibilidad de controlar las cámaras. También alcanzó el control de los gobiernos de siete provincias, al sumar la de Entre Ríos, y seguramente revalidará el control sobre la Ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, esas victorias corren el riesgo de ser efímeras por el fracaso en las presidenciales. La lucha intestina puede diluir y fragmentar los bloques en diputados y senadores.
En ese río revuelto pueden pescar Massa y Milei. Preservar el logro acumulado desde elecciones anteriores dependerá del liderazgo de JxC. Y la posibilidad de ejecutar una alianza para la segunda vuelta y dirigir el voto se supedita a ese orden que pueda mantener. En su debilidad, JxC puede aferrarse a la fortaleza de formular pedidos concretos a Milei para condicionar su apoyo. O pueden abstenerse y dejar que los dos candidatos en carrera enfrenten el panorama de un abstencionismo o de impugnaciones de voto que, masivamente, vacíen de legitimidad a cualquiera de los dos que resulten ganadores.
El 36% del 77.65% que fue a votar implica una cosecha del 28.48% de los votos reales para Massa. El 29.98% de Milei se transforma en un 23.27% de los votos emitidos. Ante una crisis que deberán enfrentar en caso de asumir, son muy pocos votos para asegurarse la gobernabilidad. Si la proporción de votos efectivos bajase, cualquier medida que tomaran para afrontar el desafío se haría con un apoyo electoral efectivo muy bajo. La participación decrece más del ya de la de por si disminuida participación en la primera vuelta, que bajó del 81% en las elecciones presidenciales de 2019.
Sin coaliciones y con un cuarto del padrón desencantado con todas las propuestas, cualquiera de los ganadores asumirá con una mayoría que no lo apoya desde el inicio de su mandato. Este panorama es preocupante sin importar el resultado. Cualquiera que gane heredará el peor escenario económico y social de que se tenga memoria y con un apoyo popular objetivamente bajo. Ganar, puede decirse, implica también perder.
La única salida es lograr antes del 19 de noviembre una coalición amplia que pueda dar su apoyo a los recortes y privaciones que debería tener una solución realista, que evite profundizar la crisis y enfrentar un gobierno con certificado de finalización pacífica en trámite. En perspectiva, ninguno de los dos candidatos tiene asegurado ese certificado. Milei, porque no tiene estructura y generó rechazo entre los moderados. Massa, porque aun con un triunfo deberá negociar cuotas de poder y cajas con el resto del peronismo, incluyendo el kirchnerismo.
La reelección de Axel Kiciloff en la provincia de Buenos Aires le plantea un desafío, porque la mayor provincia argentina es ahora el reducto donde el kirchnerismo puede reclamar protagonismo o presionar para que Cristina Kirchner siga siendo librada de las causas judiciales. El peronismo es un volcán de vanidades, en el que la todavía vicepresidente jugó un rol dentro de los arreglos que permitieron la remontada de Massa. Y esa tecnología política tendrá un costo que le pone un coto a las aspiraciones del candidato oficialista.
Y queda la disputa del poder. Massa no proviene del peronismo y aun con toda su astucia seguirá dependiendo de los caciques provinciales, sindicales y de los barones del conurbano para sostenerse, mientras cumple sus pactos con los empresarios que lo apoyaron para llegar. Cuanto más amplio fuera el gobierno de unidad que propone Massa, más tensiones sumaría, y tendría que resolver promesas que, por experiencia, no podrá ni querrá cumplir en su totalidad. Ese es un factor que añade complejidad a su eventual victoria.
Es fácil prever qué podría suceder cuando el sistema tributario o el gasto público se encuentren con las demandas enfrentadas de empresarios y políticos por un lado, y sindicatos por el otro. No es difícil imaginar la resultante de una mesa en la que se pongan en juego los intereses antagónicos del poderoso sindicalista Hugo Moyano, el intendente porteño Horacio Rodríguez Larreta y el cacique de la populosa localidad de La Matanza, Espinoza.
Massa tiene una agilidad negociadora y una flexibilidad asombrosa desde que inició su carrera como liberal de la Unión del Centro Democrático en los años 90. Pero en el aparato peronista hay un límite para que pueda desplegar sus habilidades. El destino de Alberto Fernández es un recordatorio de lo que hace el peronismo con los Frankenstein que creen que pueden controlar a sus creadores.
Si ganara Milei, las tensiones entre cambios radicales y las propuestas más moderadas de sus eventuales socios arrojarían un panorama similar.
En definitiva, en una mirada sosegada y sin el apuro de la sorpresa, nadie ganó nada aún, y los que salieron adelante en la primera ronda enfrentan un escenario plagado de desafíos.
Por eso no hay que apurar ganadores y evitar el vicio de las encuestas. El guionista asignado a la Argentina es un ser con debilidad para los giros fantásticos en la trama. Milei arrasaba en las elecciones y bajó en su cantidad de votos. Massa, era tercero cómodo. Bullrich discutía propuestas y ya había presentado a parte del gabinete que la iba a acompañar en la presidencia.
Quedan 27 días hasta la segunda vuelta, mucho tiempo en términos argentinos. Puede haber alianzas, despechos, reconciliaciones y traiciones. Lo que seguro habrá es un escenario económico que tendrá consecuencias en el voto. ~
Escritor y periodista argentino.