La dictadura tóxica de Putin

El proyecto dictatorial de Vladimir Putin es tan tóxico como ideario, y tan brutal en los hechos, que su éxito parece inexplicable.
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Cuando distintos escenarios históricos se sobreponen, el tiempo se vuelve relativo. La fiesta de la libertad en los años noventa sobre las ruinas del orden soviético que se había desmoronado sin previo aviso, podría haber sido ayer o hace dos siglos. Pero sus lecciones siguen tan vivas como las que atesoramos de otros ciclos históricos luminosos: una y otra vez regresamos a la Atenas de Pericles.

La fiesta cargaba menos contradicciones, culpas y vacíos en lo que había sido la periferia de la URSS: ahí se trataba de librarse de un orden impuesto desde fuera, recuperar la democracia y la modernidad económica. En Rusia fue diferente. Ni la cacofonía de voces que se tradujo en incontables debates y la publicación de millones de libros vedados –una verdadera bulimia de lectura– podía ocultar a las “cuestiones malditas” que habían perseguido a todos desde el siglo XIX.

Stalin había establecido un imperio totalitario y un sistema económico ineficiente. Pulverizado la visión enaltecida que intelectuales y artistas tenían de sí mismos —defensores de la verdad a cualquier costo–, destruido el poder casi mágico de la palabra y convertido a los rusos en víctimas de su política de terror, o en cómplices. Por décadas, una sociedad sin memoria histórica se hundió en una parálisis equidistante entre el escepticismo y el cinismo.

Hacia allá nos hemos deslizado en México. Y lo que ha sucedido en Rusia en los últimos 20 años es un mapa claro y detallado del tiempo y esfuerzo que nos llevará salir adelante. Desde que Vladimir Putin llegó al poder al iniciar el siglo, Rusia sigue chapoteando en las cuestiones malditas, pero en un páramo cultural: sin propuestas, ni ideas. El corazón del sistema es una oligarquía cleptócrata sostenida por la policía política (la vieja KGB), un sistema estatal donde todas las empresas estratégicas están en manos del gobierno y las inversiones fluyen para proteger a la oligarquía en el poder. No es el reino de la carestía soviético, pero sí una economía ineficiente y muy reducida frente a los recursos que alberga. Y la bóveda circular que contiene y busca dar sentido a todo el sistema es una idea mítica de la grandeza propia con tonalidades mesiánicas que se pierde en el tiempo. Empezó tal vez con Pedro el Grande en el siglo XVII y enraizó durante siglos de autocracia zarista. Cualquiera que sea su origen, en el siglo XX, el marxismo, una nueva envoltura para el viejo mesianismo, se convirtió en su vehículo natural: el país empezó a expandirse y a promover la llamada “revolución permanente” en el mundo entero. Todavía vivimos con sus huellas.

Hoy por hoy no es el socialismo, sino una ideología hechiza con rasgos religiosos que busca fundar sociedades comunitarias profundamente conservadoras, donde el individuo se siga perdiendo en la masa, pero el resultado es el mismo: el expansionismo y la creencia de que Rusia responderá finalmente la cuestión maldita de su identidad y asumirá la grandeza a la que está destinada.

El proyecto dictatorial de Vladimir Putin es tan tóxico como ideario, y tan brutal en los hechos, que su éxito parece inexplicable. Desde Brexit, hasta la elección de Donald Trump en 2024, ha apoyado sistemáticamente a la ultraderecha en todas sus formas y a cualquier grupo que contribuya a debilitar a la Unión Europea. Y en 2022, al invadir a Ucrania, emprendió, nada menos, que la destrucción del orden internacional de posguerra.

Los disidentes rusos de los noventa eran una generación de indignados. Y con razón: Rusia había perdido el siglo. Pero guardianes de la palabra y de lo mejor de su cultura nunca tuvieron dudas sobre el camino a seguir: la democracia. El único orden de cosas que garantiza el respeto a las libertades y que permite a una sociedad mandar a dictadores a su casa sin violencia.

Los votantes irracionales de hoy, que navegan sin entender lo que apoyan y sin asumir las consecuencias de su voto, son los mejores aliados de Putin. Sin ellos el andamiaje que sostiene su programa se derrumbaría sin remedio. ~


Publicado en Reforma el 23/III/25.


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