Tuve un momento de nostalgia a mediados de esta semana, cuando, a raíz de la trama de presunta corrupción que afecta al PSOE y al gobierno, algunos señalaron que estamos ante una lacra de la democracia española, un problema sistémico que requiere actuaciones urgentes. Oíamos esa reflexión horas después de que estallara el caso Santos Cerdán y siete años después de la moción de censura por la corrupción del PP que llevó a Pedro Sánchez a la presidencia del Gobierno, una maniobra audaz y afortunada que, según hemos podido leer estos días, precedió por dieciocho días a la primera mordida del nuevo Gobierno.
El momento es raro y a menudo ridículo, lo que no significa que la observación general sea falsa. No han saltado las alarmas en la administración ni los gobiernos, lo que vamos sabiendo es gracias a la investigación de una unidad de la Guardia Civil (que se ha intentado desacreditar), y en buena medida porque uno de los presuntos malhechores decidió grabar a otros por si las cosas se torcían: ya sabemos que uno puede saltarse todas las normas pero eso es ley de vida.
Recomiendo tres piezas recientes sobre la corrupción. El catedrático de Derecho Constitucional Eloy García ha escrito en Letras Libres un ensayo iluminador sobre la naturaleza anfibológica del término: por un lado designa unas conductas ilícitas que tienen que ver con la apropiación de lo público, y por otro describe cómo una sociedad puede perder el sentido de la ley y las infracciones.
Fernando Jiménez, autor de “Esto funciona así: anatomía de la corrupción en España”, hablaba con David Lema en El Mundo de la corrupción, que vincula a la gran cantidad de cargos públicos que dependen de los partidos políticos.
En Veinte minutos Mariano Gistaín escribe que “el problema práctico son las obras públicas: cómo van a seguir adelante si se ha roto o interrumpido el mecanismo de enjuague”. “En los negocios tiene que haber una inercia, una rutina. Incluso, o especialmente, en los negocios ilegales ha de haber una ‘seguridad jurídica’ de los maleantes: silencio, discreción, ejecución. ¡Ya vale de grabar!”, escribe Gistaín, que se plantea la posibilidad de que los negociadores tengan que aprender el lenguaje de signos.
Una opción del PSOE cercado sería alertar –discreta pero eficazmente– del peligro económico que supondría gripar ese motor: a fin de cuentas, la audacia es lo que ha sacado a Pedro Sánchez de otros apuros, y parece que los elementos prostibularios han producido más escándalo interno que la corrupción, así que puede ser un buen cambio de foco. Eso sí, la estrategia tiene sus riesgos: ante la amenaza de la parálisis, el PP tendría argumentos verosímiles para tranquilizar a votantes e inversores al respecto.
Este artículo apareció originalmente en El Periódico de Aragón.