Hace mucho tiempo que la vida pública se volvió espectáculo y tiene rato que ese espectáculo es malo, pero hete aquí que siempre pasa por el afortunado filtro de los críticos, los especialistas y los juglares. Uno puede ahorrarse la mediocre obra siempre y cuando asista al post espectáculo montado por los profesionales.
Este mes, por ejemplo, más de 120 millones de mexicanos se perdieron el primer debate presidencial del pasado domingo. No los culpo si son menores: hay funciones clasificación C que deben esperar a la madurez. A los que no pudieron verlo a pesar de sus enormes ganas les envío mis condolencias, porque eso de no ser dueño de uno mismo un domingo a las 8 de la noche para tomar decisiones equivocadas habla de nuestro estado de infelicidad nacional. Los que no quisieron no merecen un reproche sino un recordatorio: para ellos trabajan los medios de comunicación.
¿Es la mía una actitud incivil, propiciatoria de apatías peligrosas y del desmoronamiento de los procesos democráticos? En realidad no. No pretendo decir que los debates son innecesarios. Lo que es innecesario es que todos los vean.
Por ejemplo, perder la oportunidad de bostezar con el lenguaje corporal de nuestros aspirantes a mandamases no es grave si al día siguiente se encuentra uno con la extraordinaria imaginación de los mexicanos en redes sociales. Ahí están todos a colores, con personajes de caricatura, diseño contemporáneo, inteligencia artificial y humor puntiagudo. En las redes están sintetizados los 120 minutos de miradas imperturbables de Claudia Sheinbaum, las dos horas de sonrisas de Jorge Álvarez Máynez y el par de vueltas de minutero en los que Xóchitl Gálvez se estuvo estirando la ropa. Sin filtros y directamente se puede leer y discutir que la primera es mandona, el segundo ruega por ser el amiguito nuevo y a la tercera alguien o algo la trae aprisionada.
Es cierto que el encuentro propició que los candidatos se vieran de frente. O bueno, que al menos se sentaran cerca, aunque en una disposición que habrían reprobado los grandes maestros de la pintura italiana. La idea es que eso permite que los ciudadanos contrasten ideas, actitudes, propuestas, pasados y hasta entornos. Eso salió muy bien, pero no en el foro del INE, sino en los muchos programas que se pudieron ver y escuchar después del debate, con mujeres más carismáticas y hombres más desenvueltos, en estudios profesionales y sin miedo a la discusión.
En los medios, sin la censura del minutero descompuesto, con mentes entrenadas para hacer síntesis, los mexicanos pudieron formarse una idea de quién fue quién en el debate. Que Claudia Sheinbaum tiene premios, pero que tuvo que escuchar nuevamente que no clausuró una escuela que estaba en peligro, que repartió ivermectina y que no dio mantenimiento al metro; que Xóchitl Gálvez no quitará los programas sociales, pero que tiene malos amigos con buenos carros y que es del PRIAN; que Álvarez Máynez brincó y sonrió e hizo señas para que la gente supiera que le importan los niños, pero que sus adversarias estaban entrenadas para tener cara de “sí, pero deja hablar a los mayores”.
Si algún mexicano optó por ahorrarse el encuentro que nos costó diez millones de pesos es muy probable que se entere tarde o temprano que en el INE tenían un reloj de arena y que los granos se pegaban, que las preguntas eran más largas y tenían más comas de lo que permitía el manual de Carreño y que a los presentes se les olvidaba el principio cuando el conductor llegaba al final del planteamiento. ¿Por qué digo que tarde o temprano se enterará? Porque los periodistas hicieron su trabajo y porque, solo los medios digitales tienen un alcance semanal del 85 por ciento de la población en México y entre estos, tres de cada cuatro son sujetos a ver una noticia al menos una vez al día. Un debate presidencial, gracias a los medios mexicanos, no al INE, no a los partidos, sale en todos los buscadores.
Lo mejor de esto es que las propuestas y los planteamientos han quedado desglosados en la prensa escrita, donde es posible captar con mejor detalle que hay enormes coincidencias en la visión global de los aspirantes. Todos quieren atender bien a los migrantes. Todos quieren programas sociales y algunos los aumentarán, otros pondrán más atención en los niños, otros mostrarán que las becas son la opción y todos piensan que alcanza. Unos combatirán la corrupción con transparencia y otros también, pero Claudia Sheinbaum con una nueva oficina subordinada al Ejecutivo y Xóchitl Gálvez defendiendo la autonomía de la que hay. En el fondo, podrían ser del mismo partido y son enemigos no porque unos estén equivocados en sus estrategias y otros sepan por dónde caminar, sino porque -según ellos mismos- unos son malos, otros son incapaces, unos incumplen sus promesas, otros son corruptos, unos más negligentes y otros, panistas. Ah, o mentirosos o personas sin corazón o miembros de la vieja política. De todo ello se entera uno gracias a los espectadores profesionales del debate, entre los que no he mencionado las consultorías y las casas encuestadoras.
Gracias a éstas es posible tener información sobre el impacto del debate, las caritas felices que tuvo Xóchitl, los memes neutros para Máynez y las palomitas a Sheinbaum. Resulta que la primera perdió menciones positivas, el segundo coleccionó chistes pero quedó igual y Sheinbaum ganó por razones variopintas sobre las que no hay acuerdo excepto en que sí ganó. Resulta, también, que nada de esto importa porque el debate no tuvo momentos cismáticos, ni crisis, ni brillo, ni oro ni nada que se parezca a ese fatídico momento en el que escuchamos atónitos a Francisco Labastida reclamarle a Vicente Fox por llamarle “mariquita”.
No, esta vez no hubo nada de eso, pero a mí que no me digan que el debate no estuvo buenísimo. Vi a periodistas desgañitarse, me retorcí de risa con el ingenio en Twitter, vi a analistas enojados, mesándose el cabello, escuché a opinadores militantes vitorear lo invitoreable y leí excelentes síntesis contextualizadas en prensa con análisis comparativos de los costos de cada propuesta.
Los debates electorales son importantísimos: en cuanto se terminan podemos tener en libertad un debate buenísimo; uno que no nos debemos perder. ~
es politóloga y analista.