Foto: Nikhita S en Unsplash.

Un mundo mujer (y yo que no quería ser feminista)

Cada mujer, desde su trinchera, tiene la tarea de derribar más límites y ampliar las libertades. Cada mundo mujer necesita una feminista diferente.
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Tengo una camiseta que dice: “La fuerza que tengo me la dejaron las mujeres que lucharon antes y pertenece ya a las mujeres que vienen detrás de mí”. Quiero una que diga: “El mundo mujer de hoy es mejor que el de ayer, y el de mañana, mejor que el de hoy. No importa cuándo leas esto”.

¿Qué entiendo por mundo mujer? El entorno social, las características biológicas y el potencial individual que tiene cada persona que nació mujer en contraste con la persona que nació hombre.

El mundo mujer, en esas tres dimensiones, es mejor hoy para mí de lo que fue ayer para mi madre, desde las miradas hasta las cremas, pero nuestras dificultades familiares son muy distintas a las que enfrentan mujeres en situaciones económicas más vulnerables o privilegiadas.

Dora Maar, la primera mujer de largo aliento de Picasso, tuvo una vida increíble de artista y de amante, pero tuvo un mundo mujer que la destruyó como fotógrafa en vida. La primera esposa de Einstein era una cerebrito rica, cuya sangre aristocrática le permitía saltar las reglas de la época y ser la única de falda en su carrera, pero igual vivió un mundo mujer que acotó su potencial.

Las chicas nómadas en África, las campesinas en Ucrania o las indígenas en Chiapas, cada una tiene su historia particular y colectiva de límites y ampliaciones del mundo mujer. Tienen más muros por derribar las adolescentes violentadas por los usos y costumbres de un pueblo machista y dogmático que las profesionistas malpagadas de un medio urbano. Pero todas tienen un mundo mujer por ampliar, para participar y mejorar un mundo humano a la par que se hace en el mundo hombre.

Les cuento mi historia. Yo no nací en la pobreza ni en un medio violento. Llegué a la clase media urbana desestructurada del occidente del país, con abuelos que sabían leer y escribir, con padre universitario y madre feminista.

Mi mundo mujer no estaba tan mal. El de mi madre había sido y seguiría siendo más complicado.

Ahí les va: mi madre tuvo una madre que manejaba un tractor y hacía negocios en un tren. Mi madre salió igual de desacomodada. Ninguna de las dos quemó brasieres en Chicago ni marchó por el voto en México, pero ambas poseían el extraño virus del desacomodo de género y el indecente desapego a las tareas que les tocaban.

A la madre que tengo la vi moverse en un mundo que le decía todo el tiempo que no era el suyo, que así no debía vivir, que así no debía vestir, que así no debía ser. Lo correcto era ser mujer abnegada, madre cuidadora y esposa católica. Pero a ella eso no le salía y en plena década de los 80 vivió el menosprecio, la inequidad laboral, la falta de lugar e incluso el rechazo social por abjurar del matrimonio y buscarse una vida fuera de la cocina. Supuse que ella era feminista y yo no quería ser feminista.

Ah, pero tengo una educación igual a la de mis hermanos. Tuve bicicleta y fui a escuelas mixtas en ciudades en donde había muy pocas. Viajé sola. Me despedí de mi cuarto de niña a los 18 años para estudiar en otra ciudad. Fui sexualmente libre, enterada y responsable. Trabajé y mantuve mis estudios como pude; exactamente igual que mis hermanos.

Mi novela familiar tiene mujeres bravas y orgullosas pero muy solas, muy insatisfechas y emproblemadas. Yo no quería ser así. Yo quería ser como mi padre: fuerte, libre, mal portado, respetado, económicamente sólido y motociclista. Yo no quería ser feminista, pero quería ser hombre.

Hoy tengo una motocicleta que ronronea cuando le acelero, una carrera profesional, una vida laboral que me da libertad, una relación amorosa con un trato de iguales y sin embargo, soy mujer. Voto, puedo ser votada y tengo una cuenta bancaria. Tengo voz, apellido y propiedades en la misma sociedad que, décadas atrás, le negó a mi madre una carrera universitaria, que le abría las puertas por ser bella y de inmediato se las cerraba por no actuar como tal.

Yo quería ser bella, pero no quería ser ella. ¡Qué mal lo planteaba! Sin percatarme, yo quería ser exactamente ella, exactamente así, pero en otro mundo. Tardé en darme cuenta de que mi carácter, mi autosuficiencia emocional, pero también los derechos sociales y políticos que hoy ejerzo, más el entorno que me acepta con el pelo corto y el vientre vacío, me lo hicieron mi madre, mi abuela y miles de mujeres en mi país y en otros que encontraban apretado el cajón de su existencia.

Ese es mi mundo mujer y aún tiene espacio para crecer. No gano lo mismo que mis colegas hombres. No tengo la credibilidad analítica que tienen ellos. Aún soporto exclusión y menosprecio, aunque no tenga que lidiar con el abuso físico y la violencia.

¿Cómo es el mundo mujer que pedimos cada vez que salimos a las calles un 8 de marzo?

Cada una en su trinchera, ante sus propios muros y en sus espacios ganados, tiene la tarea de derribar más límites y ampliar las libertades.

Si hablamos de sangre y muerte, se trata de eliminarlas. Si hablamos de educación y sexo, de ampliarlas. Si hablamos de cuerpo: gozarlo como propio y evitar que sea ajeno. Si hablamos de trabajo: hacer menos y ganar más. Si hablamos de voz: que sea más clara y tenga más impacto. Si de maternidad: que sea gozada, opcional y acompañada. Si hablamos de belleza: que sea diversa y nuestra. Si hablamos de derechos, que sean efectivos.

No hay una agenda única para marchar. Cada mundo mujer necesita una feminista diferente. Y yo, que no quería ser feminista, hoy tengo una camiseta que me recuerda que las de antes me dejaron lo que tengo y que las que vienen esperen que les deje más. ~

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es politóloga y analista.


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