El Partido Revolucionario Institucional se gestó como un partido que agrupaba fuertes liderazgos de la Revolución mexicana con la premisa de subordinar a todos, periódicamente, a uno solo de ellos. No puede afirmarse que fuera un partido democrático, pero sí que construyó un mecanismo para renovar el poder con pocos remilgos. Ese mecanismo descansaba, principal aunque no exclusivamente, en el inmenso poder presidencial y en su capacidad para servirse y servir a los sectores y caciques regionales.
Con los recursos del Estado, la dinámica de renovación interna y la cancelación de competencia real en el sistema político, este partido gobernó México de 1929 a 2000 ininterrumpidamente. La transición democrática impulsada por los sectores más liberales de ese instituto, por la sociedad civil y otros jugadores políticos, demandada además por el nuevo tablero de competencia económica regional, erosionó los resortes en los que descansaba el partido y generó alternancia.
La pérdida de la presidencia fue mortal para el PRI. A pesar de que regresó a gobernar el país en el 2012, nunca recuperó sus resortes vitales y perdió incluso el halo de profesionalismo gubernamental que en algunos lugares llegó a tener. Hoy es un partido sin brújula que lo mismo puede desangrarse hacia Morena que aliarse con quienes siempre fueron sus adversarios ideológicos, sin posibilidades presentes de aumentar la militancia o convencer a los electores.
Esto no quiere decir que ya no exista o que va a morir. Al PRI le queda un elemento que permitirá su sobrevivencia como un jugador incómodo y no menor en el sistema político mexicano. Ese elemento es la formación priista. Me refiero a lo peor de la formación priista, que es la excelencia en la grilla. No sé cómo enunciarlo mejor. ¿Capacidad de liderar, de seducir, de engañar? ¿Metodología maquiavélica? ¿Protocolos psiconeuronales de manipulación? Capacidad de grillar lo resume bien y aún hay tricolores que la tienen, de forma marcada su líder, Alejandro Moreno, “Alito”.
Moreno no logró los votos de un partido ganador en la reciente elección, arrastra denuncias y señalamientos por conductos ilegales, tiene una imagen negativa entre los ciudadanos y no tiene el apoyo de los tricolores potentes de antaño. Sin embargo, logró quedarse con el partido, mantener el control de la negociación legislativa, expulsar a piezas incómodas con influencia en el partido (bueno, se salieron) y marginar a otras que aún alzan la voz.
Convenció al PAN de aprovechar la capacidad operativa del PRI en algunos estados y ahora convenció a los consejeros de su partido de mantenerlo en la dirigencia, acabar con la renovación periódica y darle todos los hilos para controlar a las fuerzas regionales sobrevivientes. De este modo, Moreno ahora puede reelegirse indefinidamente, nombrar a todos los coordinadores parlamentarios y controlar las bancadas estatales del PRI.
Este nuevo PRI no busca reinventarse ni ganar elecciones. El partido ya no tiene el poder, pero tiene a un hombre capaz de usar los alrededor de 12 puntos porcentuales que obtuvo en las legislativas federales para coordinar la grilla que le permita negociar con el gobierno morenista y presionar a gobernadores del partido que sean. Al PRI le quedan hombres y mujeres excelentes para la grilla que ya no buscarán gobernar (ya no pueden) sino mantener el dispositivo mercenario en el que Alito Moreno convirtió al PRI, con Moreno a la cabeza, por supuesto.
El Partido Revolucionario Institucional es ahora un partido personalista con capacidad de venta, es decir, mercenario. Tiene un solo líder que ejerce un control absoluto sobre la organización, con una ideología desdibujada que permite la oscilación en las negociaciones y una excelente capacidad de grilla.
Los partidos personalistas suelen surgir en sistemas políticos débiles o inestables, donde las instituciones democráticas son frágiles. Pueden crecer y ganar elecciones, pero el tamaño y dinámica actual del priismo lo colocan apenas en el sector de venta. Su transformación en un dispositivo mercenario lo mantiene vivo y le da cierta relevancia, pero es un síntoma de la debilidad de las instituciones democráticas en México y representa una amenaza más para la democracia en el país. ~
es politóloga y analista.