Hay historias que se resisten a ser explicadas en su esencia con los resortes del análisis racional, que es el que rige en el periodismo y la justicia. Creo que la que vincula al exministro José Luis Ábalos y a su asesor Koldo García Izagirre es una de ellas. Por eso, es probable que la investigación judicial en curso y las que realicen en paralelo los medios de comunicación reconstruyan con más o menos precisión las andanzas de los personajes que se lucraron con la compra de mascarillas adquiridas por el Ministerio de Transportes en el momento más agudo de la pandemia e identifiquen sus responsabilidades. Aunque dudo mucho de que la reñidera partidista permita abordar el núcleo político del asunto y cuestionarse cómo es posible que, en una Administración moderna y estructurada, un segurata contratado inicialmente como chófer asuma poderes incontestados en un ministerio.
Sin embargo, tengo muchas más dudas todavía de que esas indagaciones lleguen a iluminar la clave humana del caso, la raíz que lo hizo factible, y que debería responder a esta otra pregunta: ¿qué fuerzas y mecanismos operan para que un político experimentado como Ábalos, con importantes responsabilidades en su partido y en el Gobierno, sitúe a un vigilante de seguridad como su asesor de mayor confianza? Para contestar a la cuestión quizá haya que reclamar el auxilio de la psicología y de la literatura, que son las disciplinas capaces de dar un sentido a sucesos aparentemente inexplicables. Y ya que no podemos saber con certeza, puesto que a los propios protagonistas posiblemente les cueste también entender lo ocurrido, supongamos. O imaginemos.
Imaginemos que un político en la cincuentena avanzada llega solo a Madrid desde Valencia, sin la compañía de la familia. Le toca bregar con la organización de un PSOE todavía en carne viva por el traumático acceso de Pedro Sánchez a la secretaría general del partido. Reuniones, viajes, gestiones incesantes, tensiones. Y, al terminar la noche, cansancio y soledad. Un ritmo agobiante, un día tras otro, que se acrecienta cuando a sus responsabilidades se le añade el Ministerio de Transportes. En el partido le recomendaron como chófer y guardaespaldas a un tal Koldo, un morrosko de Barakaldo trasplantado en Navarra que a su imponente físico añade cualidades muy valiosas en esas circunstancias.
Koldo conduce, protege, escucha, acompaña. Se ocupa de cualquier cosa que precise el atareadísimo secretario de Organización y ministro, desde comprarle tabaco a tener adecuadamente surtido el frigorífico del desangelado piso del ministerio. Posiblemente sea un cocinero competente y le prepare para cenar platos que rompan con la rutina de los restaurantes, y que compartan más de una noche hasta la hora de las confidencias. El eficaz y servicial Koldo se gana la confianza del ministro, se hace imprescindible en un Madrid caníbal, que machaca y agota a quienes no tienen su hogar en la capital. Su aparente tosquedad enmascara un carácter despierto, ambición y capacidad para fabular y seducir. Lo fue puliendo en sus sucesivos trabajos como escolta y vigilante de seguridad, y también como concejal y fontanero en la estructura partidista. Son estas actividades que a un personaje despierto, como él parece serlo, le abren insospechados conocimientos de las debilidades humanas así como contactos con ese tipo de personas que necesitan servicios de seguridad.
La condición y el sueldo de chófer se le queda pequeño a Koldo García. Es posible que esa evidencia se le imponga al ministro o que el propio interesado se la haga ver. Un cargo de asesor es el justo reconocimiento a unos servicios impagables. Ábalos puede prescindir de un subsecretario y cambiarlo sin problemas por otra persona, pero Koldo es insustituible para él. Con su nuevo estatus, el mocetón trajeado entra y sale en el despacho del ministro, está a su lado en actos públicos y reuniones y hasta participa en los consejos de dirección del ministerio. Escucha, conoce, maneja información.
Pronto es de conocimiento general en la casa que goza de la confianza de Ábalos, y si no, él mismo se encargará de proclamarlo. Pronto también se extenderá esa información fuera del ministerio y llegará a esa tribu de intermediarios, conseguidores y lobistas que merodean alrededor de las instituciones públicas. Sobre todo de aquellas que tienen un gran poder de contratación: el tal Koldo es la vía de acceso privilegiada. Para entonces, ha conseguido que se le nombre consejero de Renfe Mercancías y vocal del consejo rector de Puertos del Estado; qué más da que sus conocimientos en ambos ámbitos sean nulos. Es posible que la ascendencia del asesor y los humos que se da sean la comidilla del ministerio, pero no parece que funcionario o alto cargo alguno se atreviera a hacer notar al ministro, a la Moncloa o a la dirección del PSOE lo anómalo de la situación. Tampoco parece que el propio Ábalos apreciara extralimitaciones en los movimientos de su monumental asesor.
Y en esto estalla el gran cataclismo. La irrupción del covid-19 trastorna gravemente la vida del planeta y hace saltar por los aires los controles en la contratación pública. Todo vale con tal de conseguir mascarillas, y en ese barullo los más rápidos, los más listos y los menos escrupulosos hacen su agosto, tuvieran o no experiencia previa en el ámbito del equipamiento sanitario. Lo ha escrito el que fuera vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Francisco Igea (Ciudadanos) con encomiable sinceridad: “En mayor o menor medida, todos fuimos estafados”. El Ministerio de Transportes es, junto al de Sanidad, uno de los más necesitados de mascarillas. ¿A quién se ofrecen los responsables de la trama investigada, que ya conocían por otra parte la ascendencia de Koldo García? Exacto.
Como no parece previsible que alguno de los implicados cante de plano cómo fue la jugada, habrá que recurrir de nuevo a imaginar lo que sucedió. “Mira, Koldo –le dirían–, podemos conseguiros las mascarillas, pero hay que cerrar la operación rápido, porque nos las quitan de las manos. Si no lo hacemos ya, vendrán otras empresas que os las cobrarán mucho más caras, y la comisión se la llevará alguien del PP”. El gran asesor comunica la oferta a quien tiene poder de contratar, las mascarillas llegan en el plazo convenido y Koldo crece en estatura y prestigio en el ministerio, al tiempo que la empresa conseguidora obtiene el aval para suministrar a varias comunidades autónomas. Todos felices y contentos. Koldo García más aún, por cuanto además comienza a recibir en metálico el importe de la comisión ofrecida o exigida por la millonaria contratación.
Como acostumbra a suceder en nuestro país, el caso se enredará durante meses con recursos, informes y riñas políticas, y quizá dentro de algunos años una sentencia establezca unos hechos probados y unas responsabilidades penales concretas. Pero no estoy seguro que nos alumbre sobre el factor humano del asunto. Es decir, la suma de circunstancias, debilidades y soledades que permitieron a un segurata industrioso ganarse la confianza del expoderoso José Luis Ábalos, que aún hoy parece tener dificultades para entender y asumir lo que ha sucedido.
Emilio Alfaro es periodista y escritor. "El abismo que me acecha" (Editorial Alberdania), su nueva novela, saldrá publicada en abril.