El PP de Rajoy fue un partido corporativista y desideologizado. A pesar de que aplicó recortes y medidas de austeridad, fue más un partido conservador que neoliberal. No fue un partido antiestatista sino todo lo contrario: trató las instituciones como su cortijo. La ideología de Rajoy era conservar el poder, que es algo respetable pero peligroso si no se va más allá. El expresidente se tomó la tarea de gobernar como quien administra una hacienda o una empresa. Por eso la prensa y la oposición le parecían una intromisión inaceptable en su gestión, y la rendición de cuentas una molestia innecesaria.
Este corporativismo, posiblemente, no va a cambiar con un nuevo liderazgo. Pero sí puede cambiar la concepción desideologizada del partido si gana Pablo Casado la segunda vuelta de las primarias del PP el día 20. El vicesecretario de Comunicación quiere hacer la batalla de ideas, no solo quedarse en la gestión tecnocrática. Quiere un debate ideológico con Soraya, y reivindica el PP de Aznar, Esperanza Aguirre y el think tank FAES, más beligerante y neoliberal que el de Rajoy. Se considera liberal, pero al estilo español: impuestos bajos, conservadurismo social, guiños católicos. Reivindica a un sector del PP que dice no tener complejos (a Rajoy Jiménez Losantos lo llamaba “maricomplejines”), que se declara abiertamente de derechas.
Comenzó su campaña yendo a Alsasua, el pueblo navarro en el que unos guardias civiles recibieron una paliza. Ha hecho actos con víctimas del terrorismo y disidentes venezolanos. Ha criticado la “ideología de género”, que no es lo mismo que criticar el feminismo: el concepto tiene una simbología cercana a la ultraderecha y los sectores más reaccionarios de la Iglesia (igual que hablar de “lobby gay” o “ingeniería social”, por ejemplo). Tiene el apoyo implícito de la organización ultracatólica HazteOír, que el año pasado fletó un bus con mensajes polémicos y tránsfobos, y defiende el derecho a la vida, un eufemismo contra el aborto. Quiere ilegalizar a los partidos independentistas porque “los partidos democráticos españoles no deberían incluir en sus estatutos fines ilegales”. Ha hecho guiños hacia Vox, cuyos votantes quiere traer hacia el PP.
Casado, que está siendo investigado por la misma jueza que instruye el caso Cifuentes por un máster aparentemente fraudulento, no es una buena noticia para el centroderecha español. Su proyecto de partido es polarizador. De momento ha sido cauto en temas de inmigración, pero su postura frente al feminismo, ETA, y su crítica a la tibieza del PP contra el independentismo alejan al partido de cierta moderación.
Es cierto que la derecha española necesita un debate de ideas. Es algo que muchos analistas han criticado durante años. ¿En qué piensa el PP? ¿Tiene ideas o solo gestiona su poder? Sin embargo, cuando la derecha se plantea la batalla ideológica suele ser para entrar en la batalla cultural y radicalizarse, para hablar contra el multiculturalismo, la ideología de género, el buenismo, la corrección política, el lobby gay.
La derecha ha perdido la batalla cultural. Hay reformas sociales que ningún líder del PP se atrevería a enmendar (aborto, matrimonio homosexual). Pero el partido bajo Casado puede plantearse como el defensor de aquellos que pueden sufrir ansiedad ante esos cambios culturales. Es lo que han hecho los populismos de derecha en Europa, pero también la derecha institucional clásica, arrastrada por ellos. Frente a un gobierno muy dado al virtue signalling y el simbolismo, Casado puede entrar en la batalla cultural, y esto puede poner en peligro al centroderecha moderado.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).