La integridad de Gabriel Zaid

Desde Díaz Ordaz hasta López Obrador, todos los presidentes han debido atender las críticas, protestas puntuales, comentarios a largo plazo y propuestas prácticas de un ciudadano alérgico al poder.
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Llamar “acarreado” a Gabriel Zaid no quedará como uno más de los infinitos despropósitos del presidente de la República. Como es habitual en las conferencias matutinas del mandatario cuyo desgobierno padecemos, al insulto fácil se suma la ignorancia. Zaid es uno de sus adversarios más influyentes por diversos motivos. Tiene razones para sentirse irritado ante su sabiduría. Uno de ellos es la enorme influencia de sus opiniones sobre miles y miles de lectores porque desde finales del siglo pasado, Zaid –uno de los pensadores más originales de la lengua española– prefirió ir más allá del público literario de Vuelta –la revista de Octavio Paz, que como antes Plural, fue su casa– y escribir en aquella prensa donde tuviese mayor resonancia. A sus críticas a la economía presidencial manejada desde Los Pinos y fincada en el estatismo y en el derroche por el presidente Luis Echeverría, se sumó su condena al golpe presidencial contra Excélsior, del cual nació, contra las intenciones de aquel otro demagogo, casi toda la prensa independiente de México. Aun antes, Zaid fue de los poetas que dejó una página inolvidable en memoria de las víctimas del 2 de octubre, crimen cometido cuando otros se afiliaban con entusiasmo al partido oficial de aquel entonces.

Puede documentarse –en Letras Libres, la casa del autor de El progreso improductivo desde su fundación en 1999, lo hacemos hoy– que durante la transición, la cual acabó por darle legítimamente el poder democrático a quien ahora pretende desmantelarlo, Zaid no dejó títere con cabeza y todos los presidentes hubieron de atender –les gustase o no– las críticas, protestas puntuales, comentarios a largo plazo y propuestas prácticas (que a los intelectuales no suelen sobrarnos) de un ciudadano alérgico, como ningún otro que yo conozca, al poder, al grado de rehuir, inclusive, el carisma emanado de las fotografías.

Personalista cristiano o comunitarista liberal, Zaid puede ser calificado de varias formas por sus muchos lectores, pero si alguien no ha sido conservador, bajo ninguna de las acepciones que ligeramente saltan desde Palacio Nacional, ese ha sido quien también es y no en balde, uno de los poetas más rigorosos y certeros del idioma. Por ello Zaid, lexicógrafo por naturaleza, reunió hace algunos meses la totalidad de los adjetivos –a veces del orden vernáculo, generalmente tontos– con que el titular del Poder Ejecutivo pone en riesgo a sus adversarios. Con un demócrata a carta cabal como Zaid, quien no encuentra la forma de sumar individuos (Antonio Machado dixit), no hay equivocación que valga. Quienes llevan toda la vida “acarreando” a quienes consideran multitudes dóciles o rejegas, según el caso, son otros, señor presidente. Por ello, quienes votaremos el próximo domingo 6 de junio contra el despotismo en ciernes, haremos bien –como lo ha sugerido Guillermo Sheridan en El Universal– al llevar con nosotros, en un acto de libertad, un libro de Gabriel Zaid.

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es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile


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