La obsesión con la felicidad de la gente

La supuesta “obsesión tecnocrática” por el crecimiento económico tiene un paralelo: la otra obsesión, esta muy real y comprobable, del presidente con hacer feliz al pueblo y procurarle el bienestar del alma.
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Críticos y simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador pueden coincidir en algo: el presidente es el político más transparente en la historia de México. Le bastan unos pocos minutos al micrófono para que todas sus filias y fobias, sus expectativas e indecisiones salgan a la vista de todo el mundo. En el primer cuarto de hora de su primer informe de gobierno (tercero si abandonamos la terquedad neoliberal de contar solo los informes mandatados por ley), López Obrador no escatimó recursos retóricos para establecer el relato de su presidencia: este no es un cambio de gobierno sino de régimen. “Ya es un hecho la separación del poder económico del poder político”, dijo mientras Carlos Slim, Emilio Azcárraga y Germán Larrea observaban desde la segunda fila. “Ya existe el estado de derecho”, prosiguió, y eventualmente llegaremos a “una verdadera democracia”, una vez que el Congreso apruebe una serie de reformas sobre consulta popular, revocación de mandato y eliminación del fuero que el presidente le ha propuesto.

Después de establecer los parámetros dentro de los cuales se deben entender y analizar sus primeros nueve meses en el gobierno, el presidente volvió a la carga contra el neoliberalismo. Realmente no dijo nada nuevo sobre los males de este periodo, pero la insistencia en ciertos temas nos ofrece una ventana a los siguientes años de su gestión. Dice el presidente que su gobierno busca “desechar la obsesión tecnocrática de medirlo todo en función del simple crecimiento económico… Lo fundamental no es lo cuantitativo, sino la distribución equitativa del ingreso y de la riqueza. El fin último de un buen gobierno es conseguir la felicidad de la gente, el bienestar general de la población, bienestar material y bienestar del alma”.

Uno de los mayores retos de la actual administración será entender el hecho simple de que también la equidad en la distribución del ingreso se mide cuantitativamente y que la “tecnocracia” no solo usa conceptos como PIB y PIB per cápita, sino también el coeficiente Gini sobre desigualdad y las pirámides de distribución del ingreso. Otro problema aquí es la deshonestidad intelectual del presidente, que solo ha descubierto estas obsesiones neoliberales con las tasas de crecimiento cuando su gestión entregó una tasa cero, pero previamente había hecho suya esa misma obsesión tecnocrática neoliberal, conservadora y fifí prometiendo tasas de crecimiento de 6, 4 y 2% según la realidad fue interfiriendo con la demagogia.

Pero lo más significativo del párrafo arriba citado es que la supuesta “obsesión tecnocrática” por el crecimiento tiene un paralelo: la otra obsesión, esta muy real y comprobable, del presidente con hacer feliz al pueblo y procurarle el bienestar del alma. De esta parte en adelante, el discurso presidencial no dejó de hacer referencias a esta dimensión metafísica de los fines de las políticas públicas. Como los populistas de derecha de Europa y Estados Unidos, López Obrador también postula la existencia de un ente campesino ideal, impoluto, portavoz de una “forma de vida sana, llena de valores morales y espirituales”, a partir de la cual hay que “fortalecer la identidad cultural”. Más adelante, al mencionar la cartilla moral, hubo otra ronda de alusiones a la felicidad, los valores y el bienestar del alma, y hacia el final, al discutir la estrategia de seguridad, afirmó la necesidad de un enfoque integral que incluya la “regeneración ética de las instituciones y de la sociedad”.

Si hay algún tipo de debate filosófico todavía posible con los partidarios de la cuarta transformación, me parece que liberales, socialdemócratas, izquierdistas libertarios y cualquier persona que se defina como antiautoritaria deberíamos hacer causa común para afirmar enfáticamente que los gobiernos no tienen absolutamente ningún papel en “conseguir la felicidad de la gente”, trátese del “pueblo” como entelequia o ciudadanos de carne y hueso. No solo la autonomía de cada persona está aquí en juego, sino la mera posibilidad de que el gobierno rinda cuentas.

El presidente suele regodearse en ningunear a sus críticos, y su primer-tercer informe no fue la excepción. Al lado de las descalificaciones baratas suele incluir una falsa contrición (“con todo respeto”, “lo digo aunque se me tache de autoritario”), pero estos ataques no esconden el deseo constante de López Obrador de hacerse validar por la crítica hablando su lenguaje. En este informe, el presidente no escatimó cifras, las mismas que son la obsesión de los tecnócratas, para intentar probar que su política salarial se ha reflejado positivamente en el aumento del ingreso promedio de los trabajadores registrados en el IMSS, que la mitad de los hogares del país están recibiendo algún tipo de subsidio y que se está apoyando a millones de jóvenes con becas.

Significativamente, el presidente no dedicó ni siquiera una frase a la política más exitosa de su administración hasta el momento: la reforma laboral por la libertad y la democracia sindical, que está llevando a cabo una ambiciosa y muy necesaria transición entre el viejo corporativismo sindical y un nuevo régimen de relaciones obrero-patronales. Si alguien quería presumir un cambio de régimen, ahí estaba este ejemplo muy a mano.

Mientras el presidente entienda que, por mucho que se preocupe por la felicidad y el bienestar del alma de sus gobernados, los saldos de su gestión se medirán en términos de ingreso, menor desigualdad, acceso a servicios públicos de calidad, seguridad ciudadana y fortalecimiento del estado de derecho, habrá espacio para la rendición de cuentas, porque los avances en esos rubros son mesurables y susceptibles de ser analizados. Pero si López Obrador decide tomar un atajo hacia la felicidad y el bienestar del alma y hacerse validar por la cantidad de caras sonrientes en sus mítines, sus partidarios más eficientes no tendrán problema en encontrárselas a granel.

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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