La oración fúnebre que nunca llegó

Una de las formas clásicas del discurso es la oración fúnebre: las palabras que se pronuncian cuando alguien ha fallecido a fin de recordar sus virtudes, ponderar su legado y reconfortar a sus deudos. 
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Una de las formas clásicas del discurso es la oración fúnebre: las palabras que se pronuncian cuando alguien ha fallecido a fin de recordar sus virtudes, ponderar su legado y reconfortar a sus deudos. En tiempos modernos la oración fúnebre se ha convertido en el discurso que el Jefe de Estado debe dar a la nación, no solo cuando muere algún personaje destacado, sino también cuando una tragedia golpea a la sociedad y le quita la vida a un número importante de ciudadanos, ya sea en un desastre natural, un atentado terrorista o criminal o un accidente de grandes proporciones. Es indispensable que estos mensajes tengan, al menos, seis elementos: i) oportunidad; ii) empatía con las víctimas y consuelo para sus deudos; iii) llamado a la unidad nacional; iv) acciones del gobierno para investigar las causas de la tragedia y hacer justicia; v) acciones para dar certidumbre a la gente respecto al futuro inmediato; y vi) esperanza.

Comparto con ustedes tres ejemplos de oraciones fúnebres que cumplen con esas características:

1) Ronald Reagan. Desastre del transbordador espacial Challenger. Diciembre 28 de 1986.La explosión del Challenger en pleno despegue dio pie a un sentido mensaje a la nación del presidente Reagan la misma noche del accidente. Esta oración fúnebre eleva a los astronautas al rango de héroes que murieron en la noble búsqueda del conocimiento humano. Uno de los grandes aciertos del discurso fue reconocer el choque emocional vivido por millones de niños que vieron el desastre en vivo. Esa mañana, en miles de escuelas se celebraba el hecho de que la profesora Christa McAuliffe se convertiría en la primer astronauta civil de la historia del programa espacial. Reagan dijo: “Quiero decirle algo a los niños de las escuelas […] Sé que es difícil de entender, pero a veces cosas dolorosas como esta ocurren. Es parte del proceso de exploración y descubrimiento. Es parte de correr riesgos para expandir los horizontes de la humanidad. El futuro no le pertenece a los débiles de corazón; le pertenece a los valientes.” El discurso termina con una emotiva referencia a un poema de John Gillespie: “Nunca olvidaremos la última vez que los vimos, esta mañana, cuando se preparaban para su viaje, nos decían adiós y se alejaban de los opresores lazos de la tierra … para tocar la faz de Dios”.

2)  George W. Bush. Discurso en honor de las víctimas de los atentados del 9/11. 14 de septiembre de 2001. Este sentido discurso fue pronunciado apenas tres días después de los ataques terroristas del 11 de septiembre. En él, Bush logra conectar con los dos sentimientos más fuertes del pueblo estadounidense en ese momento: un profundo dolor que buscaba consuelo y un enojo que clamaba por un liderazgo firme para vengar a los caídos y al orgullo de la superpotencia herida. Bush construye con imágenes retóricas la bondad de quienes perdieron la vida en los aviones secuestrados, las Torres Gemelas y el Pentágono: “los hombres y mujeres que enfrentaron a la muerte y en sus últimos momentos llamaron a sus casas para decir ´te amo, sé fuerte; las mujeres y hombres de uniforme que murieron en sus puestos; los rescatistas que encontraron la muerte al subir las escaleras hacia las llamas para ayudar a otros”. Esta bondad contrasta con la maldad de los terroristas, quienes atacaron a traición al pueblo estadounidense pero recibirán, en esta narrativa del bien contra el mal, su justo castigo: “La guerra ha sido traída a nosotros de manera oculta, a base de engaño y asesinatos. Esta nación es pacífica, pero también es resuelta cuando se le provoca hacia la ira. Este conflicto ha empezado en los tiempos y términos de otros. Terminará en los tiempos y los términos que nosotros elijamos”.

3) Felipe Calderón, Mensaje a la nación con motivo del ataque al Casino Royale. 26 de agosto de 2011. El presidente Calderón dio un mensaje a la nación al día siguiente del incendio intencional de un casino en Monterrey, Nuevo León por parte del grupo criminal “Los Zetas”. Este fue el ataque más cruento del crimen organizado contra la población civil en ese sexenio, pues cobró la vida de más de 50 personas inocentes. Calderón dedica buena parte del arranque del discurso a transmitir empatía al afirmar que las víctimas eran “mexicanas y mexicanos con nombre y apellido: esposos, madres, padres, hijos, hijas, hermanas y hermanos. Son vidas que fueron segadas de manera absurda, injusta y violenta, por la ambición y la maldad de un puñado de criminales”. Calderón también habla a nombre de la nación doliente al decir que “Lo que ayer vivimos representa un hecho profundamente doloroso, un acto inhumano que nos llena a todos los mexicanos de tristeza, de indignación y de coraje. Es un crimen imperdonable que toda la sociedad debe condenar y rechazar con energía. Es un acto de terror que repudiamos, porque nuestro país y nuestra gente no merecen este sufrimiento.” Calderón anunció en ese discurso dos medidas elementales en momentos de crisis de este tipo y magnitud: el decreto de tres días de luto nacional y su traslado inmediato al lugar de los hechos, donde montó una guardia de honor y coordinó la respuesta de las autoridades.

Ustedes juzgarán si estas oraciones fúnebres cumplieron con su cometido o no. Pero al final de cuentas, creo que estarán de acuerdo conmigo en que tuvieron la virtud de responder a un momento de tristeza colectiva y ofrecer a la gente la certeza de que su liderazgo político estaba a su lado en una hora de duelo. Por eso pienso que la tragedia de Iguala quedará marcada en el imaginario nacional por muchas cosas, entre ellas por la ausencia de una oración fúnebre que México necesitaba escuchar y que, triste e inexplicablemente, nunca llegó.  

 

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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