¿Para que le serviría a AMLO un “diccionario de palabras del periodo neoliberal”?

El presidente ha logrado instalar en el habla coloquial frases jocosas e insultos disfrazados de chiste, y ha manipulado hasta la deformidad palabras clave del discurso público. Sus intereses lexicográficos obedecen a la misma idea: quien domina el lenguaje domina la política.
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Cuando el presidente anunció el año pasado que haría un libro de “economía moral” para aleccionar al mundo sobre política económica no lo tomé en serio, pero el libro se escribió y fue publicado. Después, nuestro mandatario anunció que estaba preparando una “guía ética”. Tampoco le di importancia, hasta que vi que la guía, en efecto, se escribió y se publicó como documento oficial. Así que cuando me preguntaron si había escuchado del “diccionario de las nuevas palabras del período neoliberal”, entendí que es muy probable que estemos ante el anuncio del próximo producto de la pluma de nuestro presidente.

La inspiración para esta nueva obra le llegó, según lo dijo en su conferencia del 9 de diciembre, mientras escuchaba a los jefes de Estado y de gobierno del G-20.  “Me llamó la atención”, compartió AMLO, “una palabra que se usaba mucho y que tiene que ver con integración […] la repitieron varias veces, de esas de moda, como resiliencia. A ver ¿qué cosa es la resilencia (sic)?”, preguntó a los reporteros, mientras trataba de recordar.

Luego de un minuto de esfuerzo, dio por fin con la molesta palabreja: “¡Holístico!”, exclamó sonriente. “A veces cuestionan, ¿no?, el habla popular, pero es la mejor manera de que la gente tenga información, hablarle al pueblo”, dijo el mandatario, en lo que parece más un reclamo a quienes critican la rústica construcción de muchas de sus expresiones que un reproche a los presidentes del G-20. Para demostrar su punto, evocó al máximo exponente de las letras hispánicas: “¿Qué, lo que escribió Cervantes en el Quijote… usó holístico?” se preguntó, con el tono superior de quien ha leído al dedillo esa obra y sabe perfectamente que ni el caballero de La Mancha ni su fiel escudero adornaron sus conversaciones con esos términos.

Pero volviendo a eso que llamamos realidad, hagamos a un lado el hecho de que la economía va cayendo a 9% anual, que hay un millón de empresas que quebraron y que, entre muertos por la pandemia y muertos por la violencia, hay un cuarto de millón de mexicanos que ya no están con nosotros. Entremos por un minuto al juego del presidente y preguntémonos: ¿por qué es importante para él hacer un diccionario del neoliberalismo?

La respuesta es clara: quien domina el lenguaje domina la política y, con ello, el poder. Y si alguien ha dominado últimamente el lenguaje cotidiano de los mexicanos es López Obrador. Por ejemplo, a fuerza de repetición ha logrado que los medios de comunicación usen, de modo acrítico e irreflexivo, el absurdo epíteto propagandístico “cuarta transformación” –y su abreviatura, “4T”– para referirse al gobierno y a las instituciones del Estado, con lo que están concediendo que López Obrador es el heredero en vida de Juárez, Madero y todos los demás héroes patrios. Él también ha logrado instalar en el habla coloquial lo mismo frases jocosas (“no lo tiene ni Obama”, “frijol con gorgojo”) que insultos hirientes disfrazados de chiste (“fifís”, “BOA”) para denigrar a sus críticos y opositores. Quien usa ese lenguaje legitima y refuerza el discurso demagógico de “ellos” contra “nosotros” que usa el presidente y debilita los lazos de respeto cívico que le dan fuerza a la democracia.

Tristemente, el daño que López Obrador le ha hecho al lenguaje todavía no es evidente para la mayoría. Pensemos por ejemplo en la forma en la que ha manipulado hasta la deformidad tres palabras clave del discurso público: honestidad, austeridad y justicia.

La primera, “honestidad”, se ha convertido en la marca de López Obrador. Encuesta tras encuesta, se reconoce en él a un hombre “honesto”, porque la gente ha decidido que la única evidencia de que un político no se aprovecha de los recursos públicos es la evidencia que López Obrador nos dice que importa: usar ropa simple y zapatos gastados, tener propiedades modestas y viajar en aerolínea comercial. Todo ello a pesar de que la evidencia de corrupción gubernamental, discrecionalidad e incompetencia se desborda a diario y cuesta miles de millones de pesos al erario.

La segunda, “austeridad”, también es ya, a fuerza de propaganda, un término apropiado por este gobierno. Si este fuera austero, gastaría menos, cosa que no es posible, pues cada año el Congreso aprueba un presupuesto que por ley debe ejercerse. Lo que pasa realmente es que en este sexenio se gasta más y se gasta muy mal, y se festejan los centavos ahorrados en un avión presidencial, o en los aguinaldos de funcionarios, mientras los pesos perdidos en trenes, aeropuertos, refinerías y béisbol aumentan a diario sin que haya rendición de cuentas.

Finalmente, López Obrador ha disfrazado sus venganzas personales y políticas con el manto de la palabra “justicia”. Cuando dice que antes había “Estado de chueco” pero ahora hay “Estado de derecho”, o cuando afirma que “ahora sí hay justicia, no somos iguales a los de antes”, está literalmente burlándose del hecho de que usa abiertamente el poder y las instituciones del Estado para intimidar a críticos y opositores.

Decir la verdad comienza en el momento que elegimos las palabras para describirla. Si usamos palabras que no corresponden a lo que está pasando, si a la arbitrariedad le llamamos “justicia”, al dispendio “austeridad” y a la simulación “honestidad”, entonces comenzamos a perder el sentido colectivo de lo que es verdad y lo que es mentira, y quedamos indefensos ante un poder que, no conforme con emitir guías de buena conducta, ahora quiere profundizar su control sobre el lenguaje mediante “diccionarios”. Nunca olvidemos que, en las democracias, el poder habla el lenguaje de los ciudadanos, mientras que en las tiranías los ciudadanos hablan con las palabras que dicta el poder.

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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