Entrevistado por el New York Times durante la manifestación de protesta organizada por Ku Klux Klanes, neo-nazis y supremacistas blancos el sábado pasado en Charlottesville, Virginia, , “Ted”, un hombre que ocultó su identidad para no obstaculizar su posible carreara política futura, explicó que había viajado de su pueblo en Missouri a la protesta porque “estaba harto de ver como hacen a un lado a la gente blanca”.
Por más irracional que parezca el reclamo de Ted, lo grave es que la supuesta victimización de los blancos a manos de las minorías no es un fenómeno único ni nuevo en la historia de Estados Unidos, sino una cuestión ancestral que ha funcionado para mantener la supremacía de la raza blanca en el país.
En 1845, por ejemplo, los blancos nacidos en EU formaron un partido político, el Partido de los Norteamericanos Nativos, (no de los indígenas nativos del lugar) cuyo propósito último era impedir la inmigración de minorías, no solo raciales, religiosas o étnicas sino de estratos sociales y económicos bajos al país. De este partido surgió después el Partido de los Know-Nothing, que se convertiría en el Ku Klux Klan. Una organización criminal que se dedica a perseguir a inmigrantes, católicos, judíos, negros y a sindicatos laborales.
Lo nuevo en el incidente de Charlottesville es la validación que la presidencia de Donald Trump le ha dado a estos infundios como arma para contener el avance de la diversidad en un país que cada vez más parece un archipiélago formado por islotes étnicos y raciales diversos. Nunca antes en la historia nacional un presidente en funciones había utilizado la política de identidad como arma política.
El término “política de identidad” es relativamente nuevo. Eric Hobsbawm sitúa su origen a mediados de la década de los sesenta para explicar transformaciones sociales en Estados Unidos producto de la etnicidad, la diversidad, la ruptura, el emancipación de la mujer o el movimiento gay. Son movimientos que surgen para identificar a grupos que se autodefinen como diferentes al colectivo hegemónico con el fin de demandar sus derechos. Esta identidad, sin embargo no necesariamente es única. Una misma persona puede ser inmigrante, judío, feminista, sindicalista y norteamericano.
La política de identidad surge como defensa para darle voz a una comunidad marginada y asignarse un papel en una colectividad diversa y democrática. Para otros, sin embargo, la política de identidad es peligrosa porque divide a la sociedad aunque este segmento no reconoce que hay grupos que no tienen ni voz ni voto en sociedades cerradas al cambio. Ideológicamente, la izquierda es más tolerante de la multiplicidad de identidades y la derecha más excluyente.
Para entender la actual coyuntura política a cabalidad es necesario explorar los estrechos vínculos entre el racismo y la ideología. El nexo de los manifestantes de Virginia con la derecha alternativa (alt-right) a la que pertenece Steve Bannon, el consejero especial de Trump, es evidente. El propósito de la marcha era “unificar a la derecha” ondeando banderas confederadas y gritando consignas dirigidas contra los inmigrantes y los judíos advirtiendo a la nación que “no nos reemplazarán”.
Como dijo David Duke, exlíder del Ku Klux Klan, otro de los asistentes a la manifestación de protesta en Virginia, “fueron a cumplir las promesas de Donald Trump de recuperar de vuelta nuestro país”. Como es bien sabido, el flirteo entre Trump y Duke empezó durante la campaña electoral cuando Duke le expresó su apoyo y Trump primero dijo no conocerle para luego desautorizarlo a medias.
En su discurso sobre los disturbios neo-nazis, Trump expresó su condena a la violencia, al odio, a la intolerancia pero repartió la culpa por igual entre los neo-nazis y quienes les repudiaban. “Viene de muchos lados,” repitió Trump temeroso de perder simpatizantes entre los grupos de supremacistas blancos que apoyaron su candidatura y hoy le aplauden.
El recuento de los prejuicios de Trump contra las minorías es oprobioso y largo. Para Trump, un respetable juez nacido en Indiana de padres mexicanos carece de la necesaria imparcialidad para dictar un fallo en un caso contra una de sus empresas por su origen. Lo que busca con esto es marginar a las minorías que no puede expulsar del país como sí lo ha hecho con los familiares de las familias musulmanas que viven en EU y que representan menos del 1% de la población. Pretender que la comunidad musulmana representa un peligro inminente a la sociedad es irrisorio.
El peligro real es que no importa la cantidad de falsedades que un demagogo como Trump diga porque un 30% de la población le cree y piensa que tiene razón. Lo bueno es que no son la mayoría.
Escribe sobre temas políticos en varios periódicos en las Américas.