La semana pasada Reforma y Mitosky publicaron dos encuestas que explican en buena medida el trepidante ritmo que López Obrador ha impreso a esta sui generis transición presidencial.
De acuerdo con Reforma, el sentir de más del 60% de los encuestados oscila entre la esperanza y el optimismo. (El año pasado, este entusiasmo seguro nos habría ganado un buen lugar en el ranking de The most optimistic countries in the world.)
Por su parte, Mitosfsky señaló que uno de cada siete ciudadanos considera que los cambios deben sentirse antes de tres meses y seis de cada diez ciudadanos creen que los cambios deben verse reflejados durante el primer año.
Así que los tiempos que tiene López Obrador para empezar a dar resultados son bastante apretados, más si efectivamente propone –y el Congreso aprueba– una reforma para que el presidente se someta “cada tres años” a una consulta para la revocación de mandato. Por eso no sorprende que ya haya proyecto de nación, listado de reformas, consultas para la pacificación del país (que aunque no son vinculantes en términos legales, mandan el poderoso mensaje de “acá ya estamos trabajando”) y una larga lista de victorias rápidas (quick wins) muy simbólicas y, por supuesto, de mucho relumbrón: reducir el salario del primer mandatario y los altos funcionarios; quitar las pensiones a los expresidentes (que en realidad solo reciben Luis Echeverría y Vicente Fox); revisar contratos de Pemex y del NAICM, vender el avión presidencial; otorgar amnistía a quienes, orillados por la pobreza, cometieron un delito; desaparecer las direcciones de comunicación social de las dependencias y centralizar el contacto con los medios desde Presidencia, y convertir Los Pinos en un centro cultural, entre otras tantas.
La lista de posibles quick wins es directamente proporcional al malestar que en las urnas mandó al PRI al sótano de las preferencias electorales, o sea que hay tela de donde cortar para por lo menos un par de sexenios. Trabajar a contrarreloj y con la presión de tan altas expectativas, como lo hará AMLO, puede volver irresistible la tentación de pasar por encima de los demás para probarse a sí mismo o, peor aun, concentrarse intensivamente en estas victorias rápidas, en demérito de acciones más sustantivas y de mediano y largo plazo[1].
En The quick wins paradox, Buren y Safferstone demuestran que los líderes que hacen las transiciones más exitosas se enfocan implacablemente en victorias rápidas, pero estas victorias siempre deben ser “colectivas” y para ello hay que trabajar con la gente que ya estaba involucrada en el proyecto (en este caso en el gobierno), no pese a ella. Solo buscando y aprendiendo de estas “victorias rápidas colectivas” es que se pueden planear victorias más difíciles de ganar. La Cuarta Transformación, no queda duda, no va a ser un quick win.
[1] Por ejemplo: ¿Vamos a recuperar el Estado? ¿Cómo? Además de predicar con el ejemplo, ¿qué medidas concretas se implementarán para plantarle cara a la corrupción? ¿Qué significa el “reordenamiento administrativo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y del Consejo de la Judicatura Federal” que van a buscar?
Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.