El hombre frunce el ceño, arquea las cejas y aprieta los labios. Colérico, mira a la cámara con ánimo de venganza. Donald Trump, expresidente de Estados Unidos, fichado formalmente en una cárcel del condado Fulton, en Georgia. La imagen queda para la historia. Es el desenlace natural de la conspiración que, de acuerdo con la evidencia que presenta la fiscal Fani Willis, encabezó Trump para alterar y revertir los resultados de la elección en ese estado, crucial en la victoria de Joe Biden en noviembre del 2020.
En casi cien páginas redactadas de manera minuciosa, la fiscalía de Georgia explica el proceso de chantaje, extorsión y fraude que, en su desesperación ante la derrota, implementaron Trump y dieciocho conspiradores, incluido Rudolph Giuliani, a años luz de su época como el valiente alcalde del Nueva York sacudido de 2001.
El futuro legal de Donald Trump pende de un hilo. En los próximos meses tendrá que hacerle frente a cuatro procesos de innegable gravedad. Cualquiera de ellos podría derivar en una condena de años en prisión. Es improbable que Trump salga bien librado de cada uno de esos procesos. Intentarlo le costará una fortuna.
Pero se viven tiempos extraordinarios, y hay que considerar la arena política, donde Donald Trump sigue siendo un huracán. La fotografía de fichaje de Trump en Georgia será pronto un activo político. La campaña reproducirá la imagen miles de veces. Camisetas, calcomanías, pancartas. El martirio le vendrá como anillo al dedo a Donald Trump, al menos con su feligresía. Las encuestas sugieren que una mayoría de votantes republicanos están dispuestos a perdonarle cualquier cosa. Estados Unidos ha cambiado. En otros tiempos, un tropiezo moral era suficiente como para acabar con la carrera política de figuras prometedoras. Así ocurrió con Gary Hart en los años ochenta, hundido por una infidelidad. El partido republicano de hoy está dispuesto a perdonar hasta la traición.
La pregunta central de la vida estadounidense es si el electorado general también comparte esa obnubilación con el caudillo. A quince meses de la elección presidencial del 2024, las cartas parecen echadas. Será de nuevo una lucha entre Trump y Joe Biden. De ser así, el resultado está en el aire. Las encuestas sugieren que ambos, el presidente impopular y el expresidente acusado de 91 cargos graves, están en empate técnico. El único consuelo para Biden y los demócratas es la impopularidad de Trump, que supera a la Biden. Pero no da para el sosiego. La potente retórica del agravio y la prevalencia de la gran mentira del fraude inexistente de 2020 podrían ser suficientes como para encender el entusiasmo de la base republicana. En una elección de “doble negativo” entre dos candidatos impopulares, ese entusiasmo puede hacer la diferencia.
91 cargos criminales después, no es imposible que Trump gane la presidencia el año que viene. De ser así, Estados Unidos se habrá entregado por entero a la furia del caudillo. Basta verle los ojos en esa fotografía en Georgia para sospechar lo que trae entre manos. “Si me regresan a la Casa Blanca, seré su justicia y, para aquellos que han sido traicionados, seré su retribución”, dijo hace poco en un foro conservador. Sobre advertencia no hay engaño. ~
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.