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Liberar al liberalismo

En el momento presente se ha vuelto a poner sobre la mesa la pregunta de si el liberalismo y el libre mercado son la misma cosa. Contra las opiniones dominantes, la respuesta es que no son idénticos y pueden ser concebidos por separado.
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Entre las más notables escenas del espectáculo planetario observamos la lenta pero decisiva separación del binomio libre mercado-liberalismo que se ha dado en llamar despectivamente neoliberalismo.

((Para una explicación concisa, véase la voz respectiva en Pereda et. al., Diccionario de Justicia, Siglo XXI Editores, México.
))

Entre la gran depresión de 1929 y la que se da hoy, primera que se le equipara en dimensiones, noventa años después, la humanidad ensayó varios modos de organizar su sistema productivo y su organización política. La mayor división fue indudablemente entre capitalismo y socialismo real, cada uno en varias versiones.

Al igual que en el periodo de entreguerras (1918-1939), la mayor pregunta es si el liberalismo y el libre mercado son una y la misma cosa o pueden ser concebidos separadamente. Contra las opiniones dominantes, la respuesta es que no son idénticos ni son ideas subordinadas entre sí. Pueden ser concebidos por separado. La idea de libre mercado sin regulación ni intervención humana ha sido falazmente atada al liberalismo –y con él a la democracia representativa– como una piedra de molino al cuello de un condenado. El prestigio de la tradición liberal se ha resentido por esa identificación, especialmente cuando ha adoptado una expresión dogmática.

Fijemos primero los términos. Por libre mercado concibo su versión extrema, presentada en nuestros días como un fundamentalismo según el cual una economía libre, próspera y eficiente puede existir únicamente a condición de que no haya ninguna regulación ni intervención que interfiera en el intercambio por parte de algún agente colectivo, sea económico o político, sean monopolios privados o autoridad pública. Varias fuentes alimentan esta filosofía; Hayek y Nozick

((Hayek en Camino de servidumbre; Nozick en Anarquía, Estado y utopía.
))

están entre aquellos cuyas obras ofrecen una visión más comprehensiva y envolvente de la vida social bajo esta noción de libertad, al grado de llegar por diferentes vías al principio normativo de que todo argumento que sostenga el vínculo social como elemento primordial o como punto de partida debe ser desechado.

La adopción de esta doctrina por parte de la mayoría de los gobiernos conformó un sistema económico internacional que propugnó por la adopción de esa ortodoxia económica como doctrina de Estado. De tal modo, la idea del liberalismo y las instituciones democráticas terminaron siendo asimiladas por el fundamentalismo, al grado de alimentar una forma de legitimidad cuyo principio de reconocimiento fue libre mercado=liberalismo=democracia. Entre los resultados tenemos un grado importante de prosperidad, pero al mismo tiempo de desigualdad y polarización política que abruma a la democracia.

No es la primera vez que esto ocurre. Hace cien años, en la Europa convulsionada por la primera guerra mundial y la revolución soviética, se libró una vigorosa lucha por diferenciar liberalismo y libre mercado en el seno de las corrientes políticas que no rindieron su vocación democrática al totalitarismo fascista o comunista. Entre esas corrientes brilló la figura trágica de Carlo Rosselli,

((Carlo Rosselli murió asesinado, junto con su hermano Nello, en 1937, en Bagnoles-de-L’Orne, a manos de esbirros del mariscal Pétain.
))

quien en su Socialismo liberal

((Carlo Rosselli, Liberal socialism, Princeton Legacy Library, 1994. Edición y prólogo de Nadia Urbinati. Hay una edición en español publicada por la Fundación Pablo Iglesias en 1991.
))

hizo una crítica devastadora del proyecto político de Marx. A diferencia de los “revisionistas” (i.e. los teóricos socialdemócratas), Rosselli no se pierde en la búsqueda inútil de fijar el sentido “verdadero” de su pensamiento, sino que directamente se separa de Marx por su economismo determinista y le opone la apertura liberal de la acción política libre. De ahí que, para el fundador de Giustizia e Libertá, el socialismo es liberal o no es socialismo.

¿Cómo concebir que el liberalismo como doctrina política pueda ser uncido a “sistemas” tan diferentes como el libre mercado o la solidaridad colectiva de un Estado si no enorme, sí por lo menos fuerte? Un atisbo de respuesta confiable está en los fundadores. Adam Smith partió de un principio para llegar a un hallazgo. El principio era entender que la economía era una rama de la filosofía moral, y como tal estaba subordinada a los más altos valores. El hallazgo consistió en la observación de que el mercado permite cooperación humana sin sujeción al absolutismo feudal. Por su parte John Stuart Mill concebía la democracia como “gobierno por discusión.”

((Expresión originalmente acuñada por Walter Bagehot y inseparable de la idea de gobierno democrático en Mill. Amartya Sen, The idea of justice, 2009.
))

En el trasfondo de ambas nociones conviven los dos valores centrales del liberalismo: la igualdad y la libertad. El libre intercambio no es, para Smith, sino la mejor forma que pueden encontrar los individuos iguales entre sí para prosperar sin la intromisión de un soberano ajeno y enemigo de ese interés primordial. En Mill, el gobierno democrático es el “gobierno por discusión”, idea que impregna la crítica a la limitación de la democracia exclusivamente a su dimensión electoral.

Parece que los ciclos ideológicos se repiten y que ha llegado la hora, como en 1930, de reinventar la relación entre sociedad, economía y política. Ante la gran crisis de ese año, en el mundo capitalista emergieron dos respuestas: el New Deal en Estados Unidos y el nacionalsocialismo en Alemania.

En el primer caso, el Estado asumió la responsabilidad del empleo y bienes básicos sin abandonar la libertad de emprender ni la democracia electoral. En el segundo se adoptó la planificación central y la dictadura totalitaria, al igual que en el bloque soviético y después en China, donde perdura. (Aunque estos absorbieron plenamente la economía en el Estado, mientras que Hitler benefició al gran capital.)

La escuela austriaca de economía, una de las principales fuentes de inspiración del neoliberalismo a la que perteneció Hayek, asimiló ambas respuestas a la gran crisis como impregnadas por la misma ponzoña: la pérdida de la libertad por la entrega a la opresión. Sin embargo, la prosperidad de occidente durante la Guerra Fría, con todo y sus crisis, es inexplicable sin el New Deal de Roosevelt, sin el Plan Marshall para la reconstrucción europea o sin la Gran Sociedad de Lyndon B. Johnson. La diferencia entre estado de bienestar y socialismo real es palmaria: el primero creció, distribuyó y alentó el libre mercado y la democracia liberal, el segundo se estancó y quebró por la planificación central y el totalitarismo que le sirvió de pegamento hasta que no resistió más. A 30 años de la caída del Muro de Berlín, la evidencia histórica despedaza la asimilación de estas dos formas de la economía política del siglo XX.

La espuria identidad entre libre mercado y liberalismo solo se acredita si se concibe al Estado como un ente ajeno al ser social, un Leviatán que nos expropia, haciendo a un lado la evidencia histórica de la relación indisoluble entre democracia y razón pública, o sea, “gobierno por discusión”. Esa relación sí evolucionó en el Estado capitalista y fue detenida por los totalitarismos. Es esta herencia liberal con la que penosamente, como toda tarea humana, arreglamos el Estado y la economía para responder a las circunstancias de la necesidad y en ejercicio de la libertad.

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es politólogo y académico, dedicado a investigar la democracia, el Estado, los derechos humanos y la teoría de la política


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