Lo que le hace falta a la oposición –en especial al PAN– en México

Una pista: no es “narrativa”.
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¿Qué le hace falta a la oposición, y en especial al PAN para volver a ser competitivos? Una respuesta que se escucha muy a menudo es que “les hace falta narrativa”. Como el relato populista está resultando muy persuasivo para una amplia franja de votantes, se dice entonces que la oposición tendría que encontrar “su propia narrativa”. Parte del extravío de los panistas, se dice, es que no saben comunicar qué representan, qué proponen ni qué ofrecen, más allá de “oponerse” a todo lo que hace AMLO y poner el reflector en sus carencias, errores y abusos, para que la gente se dé cuenta de que “fue un error votar por Obrador”.

Este argumento olvida que los partidos políticos en México solo saben competir apostando al fracaso de quien está en el poder. Ser oposición beligerante y estridente no es el mayor problema del PAN. Así fue el lopezobradorismo por años. Tampoco es no tener “propuestas” o carecer de “narrativa”. Su problema es que, para crear una narrativa atractiva, primero hay que tener credibilidad.

En retórica, persuadir no solo es cuestión de presentar datos y argumentos racionales (logos) o apelar a emociones (pathos). La persuasión exige un emisor del mensaje confiable para la audiencia (ethos). Por eso los discursos bien escritos inician estableciendo el ethos del orador, porque la audiencia tiene que darle permiso para hablar, o locus standi. Si la audiencia percibe que el orador no tiene credibilidad, el ciclo de la comunicación se cierra y los argumentos caerán en terreno estéril.

A partir de la catastrófica campaña de 2018, el PAN perdió mucho de su locus standi. La gente no le ha devuelto el permiso para hablar, y por eso no importa qué narrativa, discurso o propuesta le pongan enfrente al ciudadano, éste todavía no quiere escucharlos. Marko Cortés y los suyos bien podrían ser sustituidos mañana por otros panistas más presentables, pero si no cambian de estrategia, los resultados serían muy parecidos, aun en un escenario negativo para el gobierno en materia económica y de seguridad.

La buena noticia es que la percepción de la gente respecto a la reputación de las instituciones (empresas, gobiernos, partidos) es dinámica, es decir, puede cambiar en el tiempo. La mala es que recuperar la confianza exige algo que no han estado dispuestos a hacer los liderazgos panistas, a pesar de que se supone tienen perfil católico: recorrer el camino de la redención, es decir, reconocer sus pecados, arrepentirse, mostrar propósito de enmienda y expiar sus culpas.

Quien dude que ese es el camino, debe recordar la historia de López Obrador. En 2006, luego de demostrar ser un pésimo perdedor con su falaz historia del “fraude”, cometió el grave y absurdo error de declararse “presidente legítimo”, por lo que perdió toda credibilidad como político serio. En 2012 intentó cambiar su discurso y moderó un poco el tono, pero no tenía locus standi: su reputación como radical irresponsable era demasiado fuerte. Así vagó por el desierto de la irrelevancia política, incluso dentro de su propio partido, el PRD. Todavía para 2015, pensar en él como candidato competitivo en 2018 no era una idea realista. Pero gracias a una mezcla de perseverancia, suerte y astucia, López Obrador se mantuvo vivo políticamente. Para cuando Peña Nieto llevó al país al precipicio del descontento, López Obrador solo tuvo que recordarnos a todos que él nos advirtió sobre lo que pasaría si ganaba de nuevo el PRI. Si a eso se le suma que la mejor idea que tuvo el PAN fue ponerle enfrente a Ricardo Anaya, el resultado de 2018 no debió sorprender a nadie.

El PAN podría aspirar a regresar al paraíso de la confianza ciudadana, pero para ello se necesita un nuevo liderazgo dispuesto a trabajar para reconstruir la credibilidad de la institución. Si quieren evitar ser arrasados de nuevo en 2021, y estar en posición de dar la batalla electoral en 2024, tendrían que comenzar ya a recorrer el camino de la redención.

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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