Lo que preocupa en Washington

Aunque frente a las cámaras Obama le dé a Peña Nieto un espaldarazo, lo cierto es que, en privado, el gobierno de Estados Unidos está más preocupado que esperanzado.
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Es una vuelta de tuerca difícil de asimilar. Si alguien le hubiera preguntado el año pasado a Enrique Peña Nieto cómo imaginaba su visita a Washington a principios de 2015, el presidente de México se hubiera frotado las manos. En aquellos meses posteriores a la aprobación de las reformas estructurales, Peña Nieto seguramente se imaginaba saludando a Barack Obama con la confianza de saberse un presidente innovador. Mucho halago, reconocimiento y aplausos. Lo que encontrará será muy distinto. Aunque frente a las cámaras Obama le dé el previsible espaldarazo, lo cierto es que, en privado, el gobierno de Estados Unidos está más preocupado que esperanzado.

En el último par de semanas conversé con varios especialistas estadounidenses en la relación bilateral. Me quedo con un par de conclusiones. La primera de ellas es la desilusión que ha generado en Washington la revelación del conflicto de interés por la tristemente célebre casa blanca, las licitaciones a los amigos y hasta la casa de Malinalco del secretario Videgaray, a quien propios y extraños reconocían como el delfín del peñanietismo. “Muchos pensábamos que ese PRI se había quedado en el pasado”, me confesó un experto con décadas de experiencia, reflejando el fastidio que, al parecer, se ha vuelto la norma entre quienes lidian con el gobierno mexicano. Otra persona con la que platiqué me lo explicó así: tratar con un gobierno que consideran corrupto (o con uno manchado por la sospecha de la corrupción) se parece a hacer negocio con un charlatán: uno nunca sabe si lo que está ofreciendo es confiable. “Así era el trato con el viejo PRI y cada vez más existe la percepción de que así es la relación con este PRI”, me dijo.

El otro fenómeno que preocupa en Washington es la creciente relevancia de la antipolítica en México. Un amigo que tiene años de seguir a detalle la realidad latinoamericana advierte un parecido alarmante entre el México de 2014 y la Venezuela de los años anteriores al surgimiento de Hugo Chávez. La comparación no es nueva, pero no por eso deja de ser relevante. En términos muy generales: la democracia venezolana sufrió de una erosión paulatina, pero tremenda provocada directamente por la crisis política e incluso moral de los dos partidos que durante años se alternaron en Miraflores: COPEI y Acción Democrática. La corrupción de la clase política, aunada a su incapacidad crónica para construir una cultura democrática y, peor todavía, para reflejar las verdaderas preocupaciones de la sociedad venezolana, poco a poco dio paso a una desilusión crónica con las instituciones del Estado. La percepción de que la democracia no era más que un método para perpetuar en el poder a una clase política corrupta, impune e inoperante abrió la puerta a opciones populistas que llegaban al poder a través de los votos pero operaban por encima y en contra de las instituciones democráticas. El resultado fue Hugo Chávez.

El desarrollo fatal del escenario venezolano y su parecido con el México de 2015 es, sin duda, una de las grandes inquietudes de Washington. Es más: pocas cosas preocupan más que el crecimiento del atractivo de vías ajenas a la participación activa en las urnas, especialmente entre los jóvenes mexicanos. Sobre todo por los costos reales de un periodo de inestabilidad de ese calibre. “Sería una tragedia para todos que los mexicanos optaran por abandonar la vía democrática, ya sea ignorando las urnas o recurriendo a otros caminos mucho más peligrosos”, me dijo un diplomático estadounidense con experiencia en México y América Latina. El problema es que la decepción está, hoy por hoy, plenamente justificada y, peor aún, no tiene solución sencilla. ¿Cómo convencer a los jóvenes de la valía de los métodos formales de la democracia cuando a la clase política la persigue la sombra de la corrupción? Ya sea por megalomanía o irresponsabilidad, los políticos venezolanos no supieron responder a tiempo la pregunta. Las consecuencias fueron, y siguen siendo, funestas. Aunque no la escuchemos en público, esa es la verdadera preocupación de Washington. Esperemos que alguien se lo diga, aunque sea a puerta cerrada, al atribulado presidente de México.

(El Universal, 5 de enero, 2015)

 

 

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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